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Hacia la república de los genios

  • 02 ene 2022 / 01:00
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Pensar que la mayoría puede estar por encima de la media no es tener una idea, sino una ocurrencia. También lo es creer que toda la población puede ser igual de rica que los más ricos. Si esto último fuese así, el dinero no valdría nada, porque habría que repartir todos los bienes existentes, que son los que son y nada más que los que son, entre una población de millonarios, que acabarían por comprar lo que vale 20 euros por 20.000, porque sobraría dinero y no habría qué comprar.

Pero esta ocurrencia se está defendiendo en los campos de las ciencias, la educación, las artes y la política, en los que parece que ahora todo vale. Y se hace partiendo de la idea de que todas las personas somos iguales en derechos y tenemos la misma dignidad. Es verdad, pero hay que tener en cuenta que las palabras y los hechos son cosas muy distintas, y que no es lo mismo tener un derecho subjetivo, como tener acceso a una vivienda digna, a entrar en una casa dando una patada en la puerta, y quedarse en ella. Sería maravilloso poder entrar en cualquier casa y quedarse allí, porque la vivienda es un derecho fundamental. El problema sería que otras personas podrían entrar de la misma manera en la casa que yo ocupé, y a continuación ponerme de patas en la calle, y así sucesivamente.

Nuestra vida social está regida en casi todos los campos por las leyes, que se hacen y aplican con su propio método. De la misma forma la educación y el acceso al conocimiento necesitan un método para acceder a ellos; y pasa lo mismo con el arte: no puedo dirigir una película si no sé hacerlo y carezco de medios. En la política tampoco puedo llegar al gobierno si no gano las elecciones y debo además respetar unas reglas, como tengo que hacerlo si quiero jugar al ajedrez.

Pero todos los métodos tienen sus límites, y además pueden ser manipulados y retorcidos hasta la saciedad. Los antiguos decían que los jueces podían dictar sentencias rectas o torcidas, porque la idea del derecho se asocia con la rectitud. Y también la del gobierno. Si se manipulan las leyes el orden social acaba por derrumbarse, y lo mismo ocurre si no respetan las reglas del juego y se hacen trampas en la partida, o si se manipulan los métodos que permiten crear el conocimiento y transmitirlo mediante la enseñanza, ya sea copiando en los exámenes, vendiendo los títulos, o desnaturalizando la propia esencia de la educación. Siempre ha habido también jueces injustos y reyes y funcionarios corruptos, que han abusado de su poder. Pero estamos ante la misma cuestión: si todas las leyes se manipulasen dejaría de existir la ley y nadie creería en ella; si todo el dinero fuese falso nadie lo querría para nada; y si toda la ciencia y la educación no fuesen más que sartas de mentiras ni nadie les daría valor, ni tendría ningún sentido estudiar nada.

Todo esto es verdad, pero igual de peligroso que querer manipular los métodos, sean los que sean, es creer en la omnipotencia de los mismos, y pensar que para todo hay un método y que se puede hacer todo y entender todas las cosas, simplemente aplicando algún método, convirtiendo la antigua omnipotencia de Dios en la omnipotencia del método. Y es igual de peligroso porque lo que se oculta detrás de esa idea es el deseo de poder y la ambición de las personas que fervientemente la defienden.

Todos los métodos tienen un límite, y el gran mérito de Kant en la filosofía fue haberlo descubierto. Los límites del derecho son sus en conceptos plasmados en leyes, y que además solo se pueden aplicar siguiendo unos procedimientos muy concretos. La economía es la ciencia de la escasez. y el mercado. Si los bienes fuesen infinitos no harían falta ni la economía ni el dinero. Y lo mismo ocurre con todas las ciencias. Cada una solo se explica su propio ámbito. La física de partículas no puede explicar las moléculas, eso lo hace la química, pero la química no puede explicar la vida, porque lo que la regula son los genes.. Y a su vez los genes no pueden explicar lo complejo que son los organismos, ni la anatomía y la fisiología son capaces de explicar por qué pensamos y sentimos, y mucho menos qué es la sociedad o la historia. Y al final de todos estos límites estaría el de todos los conocimientos.

Fue Ludwig Wittgenstein, un ingeniero metido a filósofo, quien mejor expresó este problema cuando dijo: “sentimos que aun cuando todas las posibles cuestiones científicas hayan recibido respuesta, nuestros problemas vitales todavía no se han rozado en lo más mínimo. Por supuesto que entonces ya no queda pregunta alguna, y esto es precisamente la respuesta” (Tractatus, 6.52). Y: “lo inexpresable, ciertamente existe. Se muestra en lo místico” (Ibid. 6.522).

Los límites del conocimiento retroceden sin cesar, pero para que eso sea posible se necesita muchas veces superarlos, pero para eso no existe ningún método, como señalaba Kant. Kant tenía un gran dominio de las ciencias de su tiempo. Impartió la materia conocida como mecánica racional, o mecánica celeste, e hizo en 1754 una importante aportación en su Historia general de la naturaleza y teoría del cielo, al formular la hipótesis de la existencia de las galaxias. Sabía perfectamente que la mecánica newtoniana tenía sus límites, porque solo tenía en cuenta algunas propiedades de la materia: masa, fuerza, velocidad y no se podía aplicar la ley de gravedad para explicar simultáneamente el movimiento de tres planetas. Por eso en 1790 publicó su Crítica de la facultad de juzgar, en la que planteó el problema de la teleología, o la autorregulación. Decía Kant que todas las matemáticas del mundo no podían explicar el desarrollo de una brizna de hierba. Y es que una pobre hierba es un organismo, que se autorregula y se reproduce buscando mantenerse en el tiempo, y parece no haber un método que pueda explicarlo. Por eso en el siglo XIX se creó el vitalismo, una teoría que intentaba explicar la vida a través de un principio no visible.

El mismo problema que planteaba la vida lo planteaba la conducta humana, que siempre se orienta a un fin, y también la creación de las obras de arte, que son sistemas cerrados y completos, pero que son fines en sí mismos, y no medios para otro fin, como sería ganar dinero descaradamente. Para explicar la creación artística Kant recurrió a la idea del genio y la genialidad. Un genio es una persona que crea algo nuevo para lo cual no existía un método previo, pero que mediante su obra crea normas o métodos que otros han de seguir e imitar.

Si es cierto que los genios crean nuevos métodos, también lo es que no hay métodos infalibles para llegar a ser un genio. Se puede estudiar física para ser físico, pero no para ser Newton o Einstein, porque los grandes cambios en las ciencias y las artes se producen mediante revoluciones o transformaciones globales, cuya génesis es muy difícil de explicar. Un genio transforma una disciplina que previamente ha asimilado y abre en ella un camino que nadie había abierto hasta entonces. Las raíces de la genialidad no se pueden explicar porque son las mismas que las de la creatividad.

Casi todo el trabajo se realiza mediante métodos conocidos, mejorando o no su rendimiento, y hay métodos que no es necesario cambiar radicalmente, porque funcionan bien. Los métodos establecidos son los que manejan las personas normales, que son la mayoría y por eso son las más importantes. El problema es que ya nadie quiere ser normal y todo el mundo creer poder estar por encima de la media. Muchos profesores universitarios se consideran excepcionales; incluso podríamos decir que en las universidades hay profesores excepcionales, menos excepcionales, un poco excepcionales, y ningún profesor que se confiese normal. Lo mismo ocurre en las artes. Cualquiera que tenga una página web es un escritor, incluso si solo escribe tuits. Cualquier rapero se considera Wagner. Toda persona con un móvil se cree Steven Spielberg, y cualquier político, que ocupa su puesto porque le ha tocado por cuota, se cree Maquiavelo o Winston Churchill. Y es que todo es igual y nada es mejor, porque todo el mundo tiene derecho a ser la excepción.

Pero lo malo no es esto, sino la multiplicación de una nueva especie: la de los que, no conociendo ningún método, creen que pueden hablar de todos los métodos, por ser los propietarios del método de los métodos, que es el de dar órdenes a los demás. Como tales creen que tienen derecho a gobernarlos, para su propio beneficio y en aras de una pedagogía, ya sea política, social y moral o académica., que permite poner a todo el mundo en fila. Naturalmente todos son genios y están muy por encima de la media, a la par que son iguales, porque viven en la nueva república de la genialidad, en la que ser un genio es un derecho fundamental de todo el mundo, pero que está reservado a unos pocos.

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