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La cara oculta de las redes sociales

    • 11 ago 2020 / 00:15
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    ¿tenéis facebook? ¿E Instagram? Ya, ya lo sé, supongo que estaréis pensando que qué pregunta más tonta la mía, claro que tienes. ¿Quién no tiene redes sociales hoy en día? Pero, realmente, mi pregunta es otra: ¿Os habéis parado a pensar cómo era vuestra vida antes de ellas? De verdad, haced conmigo un ejercicio de reflexión e intentadlo.

    Las redes sociales son un regalo envenenado para la sociedad. Como la manzana de Adán y Eva, hay que tener mucho cuidado con cómo las utilizamos. Por una parte, es cierto que pueden aportarnos muchísimos beneficios: nos permiten comunicarnos con personas que están a miles de kilómetros de distancia y ver lo que están haciendo nuestros amigos en tiempo real, disfrutar de la música de nuestros artistas favoritos y también tomar idear de lugares para visitar en nuestras vacaciones. No cuento nada nuevo. ¡Qué maravilla!

    Sin embargo, poco se habla de su otra cara. Y no vengo a rallaros con el típico argumento del enganche y adicción que las redes están despertando en las nuevas generaciones, eso ya lo harán otros. Vengo a hablaros de su influencia en el estado anímico de las personas, en mi estado anímico y en el vuestro, sobre todo si sois jóvenes.

    Abrir Instagram y encontrarse con la foto de un amigo en algún lugar en el que te gustaría estar en ese momento (por ejemplo, estar en el trabajo y ver a un conocido en la playa), o con el post que nuestra expareja ha publicado con otra persona (lo que daña nuestros sentimientos), o una imagen de una chica o chico que nos parece 100 veces físicamente mejor que nosotros mismos (pero no nos paramos a pensar en la cantidad de filtros y retoques que tendrá). Todo es apariencia... Falsa apariencia, en la mayoría de los casos, pero que nos afecta, ¡y mucho! A veces incluso sin darnos cuenta de ello.

    Puedes estar realmente contento a lo largo de un día, abrir Instagram y quedar fastidiado para lo restante. ¿Realmente compensa? Os hablo desde la experiencia, no penséis que os vengo a dar lecciones de moral sin predicar con el ejemplo. Siempre he sido una persona muy activa en redes sociales y, hace algo más de cuatro meses, tuve la mala suerte de que se me rompiera el móvil y me vi obligada a dejar de usarlas. ¿O debería decir la buena suerte? Y es que a día de hoy así lo considero.

    Al principio sentí que me faltaba algo, acostumbrada a entrar en ellas siempre que tenía cinco minutos libres. Pero, poco a poco, conforme pasaban los días, noté como mi estado anímico iba mejorando.

    Ahora sí que mi felicidad dependía de mi misma y mis  acciones. Es cierto, no sabía nada de la vida de nadie, pero, ¿y qué? ¿Realmente toda la gente a la que seguía y me seguía eran mis amigos? Mis verdaderos amigos ya disponen de mi número para llamarme en caso de que necesiten algo.

    Ansiedad, depresión, falta de autoestima... Solo por nombrar algunos de los trastornos más comunes que nos generan las redes sociales. Por ello, de verdad, pensemos dos veces el uso que les estamos dando y hacia dónde están encaminando esta sociedad de apariencias donde las personas cada vez quieren tener más y más seguidores, fotos, parejas, lugares visitados... ¡Solo por superar a los demás!

    ¡Solo por superar, muchas veces, a perfiles imaginarios! Y, sin embargo, somos más infelices que nunca y acarreamos más problemas mentales que cualquier otra sociedad a lo largo de la historia... Por favor, pensad sobre ello. La paz mental siempre será lo más importante.

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