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La caverna global: de Platón a la red

  • 22 ago 2021 / 00:30
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Creyó Platón que la filosofía solo la podrían entender los filósofos, y que por esa razón solo ellos podrían gobernar la ciudad, en calidad de reyes. Para Platón, como para la mayoría de los filósofos griegos, la democracia no podía ser una forma racional de gobierno, porque se basaba en la opinión de la gente y no en la verdad. Cuando hay varias opciones para saber si algo es cierto solo una de ellas es verdad, y las demás son mentira. No tendría sentido discutir cuánto suman los ángulos de un triángulo, ni someter el tema a plebiscito, o votación. Daría igual lo que pensase la mayoría, porque esos ángulos seguirían sumando 180º, porque eso se puede demostrar.

De la misma manera, no tiene sentido que los remeros de un barco voten en cada boga cómo hay que mover el remo. Y es que un barco debe dirigirlo su piloto, que es quien marca el rumbo y sabe qué es lo que hay que hacer para que no naufrague. Platón creía que las opiniones son múltiples, pero que la verdad es única y que todo el conocimiento es el conocimiento de la verdad, por lo que no le serviría el argumento de que algo es cierto porque así lo cree la mayoría.

Como la mayoría no puede alcanzar el conocimiento, ya sea porque carece de educación, del tiempo necesario para estudiar, o de capacidad para hacerlo, como ocurriría, en su opinión, en el caso de los bárbaros y la mujeres -su misoginia es evidente-, es necesario crear mitos o historias que permitan entender de un modo sencillo aquello que es muy complejo. Ocurre lo mismo en los Evangelios, en los que, siguiendo una tradición muy común en el mundo antiguo, Jesús crea las parábolas, para explicar de un modo sencillo, pero enormemente elocuente, las verdades religiosas más profundas.

Uno de los mitos platónicos más conocidos es el mito de la caverna. Platón imaginó una caverna en la que estaban encadenados a una pared una serie de prisioneros. Por encima de sus cabezas había unas ventanas, que daban a una calle, y por esa calle pasaban unas personas que llevaban unas figuras, como si fuesen de cartón, en las que se reproducían las formas de las cosas y los distintos seres. El sol, que iluminaba la calle, proyectaba esas sombras en la pared, y era así, gracias a esa visión, como los prisioneros iban aprendiendo a conocer el mundo con esta especie de primitivo PowerPoint.

Creía Platón que si los prisioneros saliesen a la calle quedarían cegados por el sol, al que no habían visto nunca, y por eso tenían que resignarse a conocer solo sombras. Esas, que ellos ven, son las sombras de las ideas, como la de un triángulo, por ejemplo. En realidad es peor, porque la idea del triángulo no es un triángulo de cartón o madera, sino el triángulo ideal o puro, como saben bien los matemáticos, que no confunden los dibujos de la pizarra con las realidades geométricas. Nuestra vida solo nos permite conocer la copia de una copia. Vivimos permanentemente en el error, y luchando por alcanzar una verdad imposible.

Para Platón el conocimiento es visión. De hecho la palabra griega idea deriva del mismo verbo que el latino videre, ver. Pero nuestros verdaderos ojos son los ojos del alma Yo he conocido toda la geometría antes de nacer y antes de que mi alma fuese arrojada a mi cuerpo. Platón nos lo quiso demostrar haciendo que un esclavo sin educación fuese demostrando con la ayuda de un palo y dibujando en la arena las verdades fundamentales de la geometría. Lo pudo hacer porque conocer es solo recordar lo que ya sabíamos antes de nacer y volveremos a saber después de morir, cuando nuestra alma retorne al mundo de las ideas, situado más allá de las estrellas, y de que proviene.

Para Platón la filosofía era una “preparación para la muerte”, o lo que es lo mismo, un proceso de abstracción, de purificación, de separación progresiva del alma no material caída, al nacer, en un cuerpo material. Esta metafísica platónica fuese asumida tal cual por el cristianismo, y no es muy popular en la actualidad; sin embargo la teoría platónica del poder y el conocimiento es quizás una de las mejores plasmaciones del mundo actual, del mundo de la realidad virtual, enlatada en una red de sistemas y aparatos, que funcionan de un modo perfectamente coordinado y permiten ver solo lo que se puede ver en ellos, de acuerdo con sus soportes físicos y sus programas.

Vivimos en la caverna global, porque no podemos ver el mundo tal y como es. Resulta imposible por su extensión y complejidad. Cada día nos informamos de lo que pasa en el mundo a través de los medios digitales, audiovisuales o impresos. Ellos nos dicen lo que pasa, dónde pasa, y también nos dicen lo que es verdad y lo que es mentira, lo que se sabe y lo que no sabe. Y nosotros no tenemos otra opción que aceptar lo que son las ciencias, o lo que no son, lo que es el mundo, o lo que no es, lo que pasa o lo que no pasa, a través de las figuras que los paseantes que circulan por la calle nos hacen ver en las sombras que proyectan sobre la pared de nuestra caverna global.

¿Qué es la verdad? Pues lo que dicen los que saben que es la verdad, que son un gigantesco conglomerado de filósofos reyes que ya no son reyes ni filósofos, pero sí que son los que controlan toda la información, quienes nos la suministran cuando quieren y quienes nos dan órdenes. Y no hace falta casi nunca que les ayuden los guardianes, esas fuerzas armadas de la utópica República de Platón, porque ellos han conseguido no solo dosificar nuestros conocimientos, sino hacer que nos creamos libres porque podemos hablar y discutir de lo que ellos nos dicen que tenemos que hablar y discutir. Somos libres de opinar entre las opciones que nos dan para opinar y de escoger entre aquellas otras que dicen lo que se puede escoger. Si nosotros podemos hacer una elección racional entre varias opciones siguiendo un criterio racional, o sea, escogiendo una razón u otra, lo haremos. Pero precisamente como somos libres de escoger entre varias cartas marcadas, quien nos da las cartas puede predecir matemáticamente el resultado de la elección de una colectividad con un pequeño margen de error. En esto se basan el estudio de los mercados y el comportamiento electoral.

Las redes han creado un sistema global del que no se puede salir. Ese sistema es la nueva caverna global. En él, como en Platón, las ideas solo se pueden ver a través de las imágenes, de las sombras de esos esquemas proyectados en la pared de nuestro calabozo global. Platón tuvo que mantener a sus prisioneros atados con cadenas a una pared para que no saliesen y quedasen cegados por el sol. Para tenernos controlados a nosotros, sin embargo, ya no hacen falta cadenas, porque nuestras cadenas son nuestras ilusiones de que somos libres de elegir entre lo que nos ofrecen para elegir.

Se nos dice que eso que podemos elegir es todo lo que se puede elegir, que lo que podemos ver es toda la realidad. Y tenemos que creer que esa realidad es real, porque no podemos salir de la caverna global y buscar otras. No lo podemos hacer porque, como los prisioneros de Platón, nos quedaríamos ciegos; es decir, no tendríamos acceso a casi nada. Y, si viésemos algo que los demás no han visto, no se lo podríamos comunicar a los demás, porque no podríamos controlar, ni entrar en un sistema que no hemos diseñado ni fabricado, y que en cualquier momento puede ser controlado o interrumpido por los filósofos, que dicen que son los únicos que puede conocer la realidad, porque a ellos no les ciega el sol, porque son más puros que nosotros, y viven mucho más cerca de las ideas.

Los nuevos filósofos reyes ya no tienen rostro, pero sí tienen ojos con los que nos ven, que son los ojos que, precisamente porque no están en ninguna parte, están en todas las partes la vez. Tampoco necesitan decirnos directamente nada, ni enseñarnos nada con la ayuda de la vieja vara que ayudaba a aprender la letra, cuando se decía “la letra con sangre entra”. En absoluto, solo necesitan hacernos creer que somos poderosos porque podemos escoger millones y millones de imágenes, de textos, descargar millones de datos y comunicarnos hasta el infinito entre todos en una cadena de incesantes mensajes.

Pero esos mensajes, codificados con los mismos lenguajes, en realidad tienen prácticamente siempre el mismo contenido. De la misma manera que manejamos los mismos datos con los mismos buscadores y los mismos criterios todos a la vez. Así han conseguido los filósofos reyes establecer un nuevo dominio, en el que miles de millones de ratas, seguras de que están tomando inteligentes decisiones, escogen de modo compulsivo los miles caminos que pueden seguir en su laberinto.

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