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La Contemplación

    • 11 nov 2022 / 01:00
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    EN 1899 Hermann Hesse en el artículo Pequeñas alegrías, alertaba sobre los peligros de introducir la rapidez en todas las facetas de la vida y denunciaba la enfermiza aceleración a la que nuestra existencia está sujeta: “Este carácter desenfrenado de la vida actual ha ejercido sobre nosotros una nefasta influencia ya desde la primera educación; es triste. Lo peor es que la prisa de la vida moderna se ha apoderado ya de nuestras escasas parcelas de ocio: nuestra forma de gozar y divertirnos apenas es menos nerviosa y agotadora que la barahúnda de nuestro trabajo”.

    Resultan vigentes las primeras líneas de Historia de dos ciudades de Charles Dickens: “Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos”. La época que nos ha tocado vivir está dominada por ese ritmo vertiginoso que no da pie a un verdadero conocimiento o experiencia. Hemos normalizado vivir con prisas, al son de las alarmas de las agendas y las notificaciones de los dispositivos y relojes inteligentes. La velocidad nos embauca con una falsa sensación de libertad y nos alimenta de un modo en el que nunca nos vemos saciados, porque lo queremos vivir todo aquí y ahora, buscando un inocuo y continuo placer.

    Antes los niños jugaban en las plazas, corrían detrás del balón en las calles, improvisaban diversiones y no paraban. Ahora los jóvenes no juegan y los demás permanecemos enganchados al móvil, trasteando con la tecnología que ha comenzado a ser nuestra y que acabará adueñándose de todos. Miramos y vemos, pero hemos abandonado la contemplación.

    Pero más allá del diagnóstico, vayamos a la posible solución. Hay que decirlo
    alto y claro: la posibilidad de frenar y poner coto a la aceleración y a la mecanización de la vida está en manos de cada uno. No podemos ser ingenuos y despreciar el papel de la tecnología en nuestro día a día, pero tampoco engañarnos, ya que nuestra dependencia es autoinfligida. Nos sometemos a los aparatos y a sus
    modos de operar de manera voluntaria. El zombie tecnológico no llega a serlo porque se le haya inoculado un virus, si-no porque, deliberada y paulatinamente, ha consentido en ello.

    Es momento de reconquistar los tiempos de la contemplación, de la pausa, del desinterés. Es tiempo de reapropiarnos de nuestra atención. Y saber que está en nuestra mano hacerlo. Así, el filósofo Byung-Chul Han destaca que necesitamos recuperar la amabilidad y la contemplación. Una contemplación que no es sinónimo de inacción sino de detenerse, pensar, aprender caminos nuevos desde las experiencias que transforman.

    Un pensar que es mucho más que calcular o razonar, es comprometer nuestra vida afectiva con una mirada profunda que, superando las apariencias y la ansiedad, nos lleva a encontrar el sentido y la belleza a la vida. He aquí el quid de la cuestión, pararse para descubrir esa riqueza existencial.

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