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La llamada a consultas de un embajador

  • 02 abr 2022 / 01:00
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LA llamada a consultas de su embajador en Madrid por parte del Gobierno argelino no es, tal y como se ha querido presentar a la opinión pública por el nuestro, un acto rutinario más en el curso de las relaciones diplomáticas entre nuestros dos países. Si no lo fue en su día la llamada a consultas de su embajadora en Madrid por parte del Gobierno marroquí, ahora tampoco lo es ésta, puesto que en lenguaje diplomático la “llamada a consultas de un embajador” suele ser reflejo de una crisis entre Estados, como lo recuerdan Philippe Cahier, Harold Nicholson o Ernest Satow y lo avalan las prácticas diplomáticas al uso.

En el caso de Marruecos, por la entrada ilegal en territorio español del líder del Frente Polisario, Brahim Gali; y en el de Argelia, por el reconocimiento español del plan de autonomía marroquí para el Sahara Occidental.

A pesar de ser conceptualmente distintas, la política exterior y la diplomacia comparten entre sí el atribuir una gran importancia a los gestos y a las formas, tal y como reconoció en su día Talleyrand. En este contexto, la reacción de Argelia no ofrece duda alguna sobre su malestar, como tampoco la ofrece la de Marruecos sobre su satisfacción, respecto a un gesto sin precedentes, consistente en la carta enviada por el presidente del Gobierno a Mohamed VI. Un gesto que ha pasado por alto las formas exigidas a la hora de comprometer internacionalmente al Estado, al atribuirse Pedro Sánchez una competencia exclusiva en la dirección de la política exterior, que está inequívocamente reservada tanto en la Constitución (artículo 97), como en la Ley 2/2014, de 25 de marzo, de la acción y servicio exterior del Estado (artículo 6.1), al Gobierno.

Si esto es grave, por la acción unilateral del presidente del Gobierno, a todas luces impropia de un régimen parlamentario, en una cuestión enormemente sensible para nuestra política exterior y, de rechazo, para nuestra política interior, lo es todavía más por el contenido de la carta en cuestión. En este sentido, las seguridades dadas por parte española hacia el plan de autonomía marroquí son seguridades no negociadas, sin contrapartida alguna por parte marroquí acerca del futuro de Ceuta y Melilla, los flujos migratorios hacia nuestro país o las prospecciones petrolíferas en aguas canarias. La sorpresa, con todo, no acaba aquí, pues se extiende a las declaraciones del ministro de Asuntos Exteriores, al admitir en sede parlamentaria, según parece, que se enteró de dicha carta cuando fue publicada por un medio de comunicación afín al Gobierno.

Todo ello, con el ribete que acabo de comentar como ridículo estrambote, constituye una pobre puesta en escena de nuestra política exterior y una más pobre instrumentalización de nuestra diplomacia. Harold Nicolson, cuyo libro Diplomacy sigue siendo una obra de referencia, afirma en este sentido que la diplomacia –agente ejecutor de la política exterior– no es un pasatiempo, sino un elemento esencial en cualquier relación razonable entre naciones; y Ernest Satow, que es la aplicación de inteligencia y tacto a la conducción de las relaciones oficiales entre gobiernos. En el presente caso, la impresión que trasluce la personal llevanza de esta cuestión es que parece haber sido planteada, pese a su gravedad, como un pasatiempo, y que en ningún momento fue aplicada a la misma la inteligencia y el tacto apropiados.

Ello no quita, claro está, que a la vista de la evolución de las circunstancias, esto es, desde las resoluciones aprobadas por la Asamblea General de las Naciones Unidas hasta los nombramientos de los sucesivos enviados especiales por diversos secretarios generales con sus correspondientes mandatos, pasando por los recientes reconocimientos de la posición marroquí por algunos países occidentales, no hubiera sido necesaria una reevaluación de nuestra postura.

Pero ello debiera haber sido hecho tras una meditada lectura de los distintos elementos en presencia y una interpretación equilibrada del “marco de Naciones Unidas”, antes de proceder a decir, sin matices, que la posición marroquí es la más seria, creíble y realista, dejando en el aire otras soluciones contempladas en dicho marco, como es el referéndum de independencia.

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