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Luces de madrugada

    • 08 ene 2022 / 01:00
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    DE MADRUGADA me estoy dando a los documentales. Quizás tengo insomnio. Las luces de la pantalla me camelan, como al común de los mortales, y ahí estoy, resistiendo, tras los kilométricos reportajes deportivos (qué exceso, ¿no?, qué facilidad para las polémicas absurdas y los arrebatos). Me pierdo en el Canal Historia, en el National Geographic, en Odisea. Alternativas a la fulgurante actualidad. Intento salirme del gran bucle de los informativos, de la lluvia de datos, de todos los males del mundo.

    Hay canales que te llevan a lugares ignotos a los que no has ido y a los que probablemente nunca irás. En medio de la madrugada recorro extrañas vías de ferrocarril, en Asia, en Canadá, en Australia, en las más altas montañas. Lo hago en compañía de un viejo político, entusiasta como pocos, Michael Portillo, hijo de un republicano español exiliado. Recuerdo levemente a Portillo como político conservador, no puedo decir mucho de él. Como anfitrión en este programa de viajes es realmente extraordinario.

    Los programas sobre viajes son legión. Y muchos de ellos en tren, que, si de saborear la ruta se trata, es la mejor forma de viajar. Pocos son a lomos de un tren bala. Pero Portillo se demora tanto en aprender las costumbres locales que termino por cortar por lo sano.

    No soporto mucho esos espacios de subastas, mayormente norteamericanos, en los que los afamados protagonistas calculan el valor de piezas a veces impensables. Todos esos tipos me parecen tacaños, no se estiran ante las antigüedades, no tienen piedad. Otros se pasan el programa desenterrando objetos en grandes trasteros, como quien abre una caja sorpresa.

    Mi verdadera huida suele ser a los documentales sobre Egipto. Creo, sin temor a equivocarme, que estadísticamente Egipto y los años de Hitler y el Nazismo son los dos temas más repetidos en los documentales de madrugada. Hay tantos que pueden parecer clónicos, pero no lo son. Acostumbrado a la manera de entender el mundo clásico que tiene Mary Beard, una de mis favoritas, no siempre me divierto tanto con las incursiones en el Valle de los Reyes, en Luxor o en Alejandría. Pero, en general, todos estos documentales son fastuosos. Algunos ofrecen maravillosos efectos de construcción 3D, como los dedicados a Megápolis, en el Canal Historia: no se los pierdan, por favor. Roma, Atenas... en fin. Hemos visto muchos documentales sobre esto, sí, decenas de ellos, pero las técnicas de reconstrucción arquitectónica hoy son incomparables. Me producen un gozo extraordinario.

    Lo último de lo último en esto de la reconstrucción de viejos escenarios perdidos (anegados, borrados) es la extraña serie documental inglesa ‘Drenar los océanos’, de National Geographic. Realmente asombrosa. Las recreaciones digitales son aquí un auténtico espectáculo y revelan, con gran precisión científica, secretos y tesoros ocultos, incluyendo, sí, las maravillas perdidas de Egipto. Pero también hay capítulos mucho más contemporáneos.

    Si todo esto no les complace los suficiente, dedíquense a los alienígenas. He descubierto que, más allá de Iker Jiménez y sus espacios habituales en abierto, hay tantos documentales sobre ovnis y seres de otros planetas como sobre la Segunda Guerra Mundial. Unos con más pretensiones científicas que otros, pero no hay madrugada en la que no sea posible revisitar los astronautas de la antigüedad (un tema recurrente), analizar avistamientos, o elucubrar sobre la naturaleza de los extraterrestres que podrían haber concebido la Tierra, escucho y veo, como un lugar de experimentación a lo largo de millones de años. Sí: todo es posible a las tres de la mañana.

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