Firmas

Madrugarse una cerveza

    • 25 may 2020 / 23:56
    • Ver comentarios
    Noticia marcada para leer más tarde en Tu Correo Gallego

    PERDÓN por volver al tema de los bares, pero qué quieren. El virus desnuda nuestras fragilidades, y quizás nuestros vicios, pero nos hace sinceros. En la emergencia nos agarramos a las creencias irrenunciables. Y los discursos dan mucha sed. Leí en los papeles que unos tipos se habían levantado temprano para tomarse una cerveza (eso dijeron), en la eventualidad de que la masa se disparase en los territorios de las terrazas, ese lugar donde comienza el cielo. De inmediato les afearon la conducta, porque ya se sabe que es cosa muy nuestra, al parecer, refrescarnos el gaznate a nada que asoma la canícula. Oh, gran pecado de la cofradía de los desconfinados, que en su desesperación abrevan por desbravarse, en lugar de pensar en que deberíamos salir mejores y más domados según las últimas estadísticas, como exigen estos tiempos de tanta pureza. Y ya madrugándose cervezas, qué personal, o sea.

    La solemnidad prefabricada es menos certera que el rito desnudo de la tribu, a menudo impreso a fuego en las costumbres. Hay liturgias cotidianas que nos mantienen en pie frente a la adversidad. Pequeñas cosas de la vida doméstica, asuntos aparentemente nimios que son, finalmente, los que crean las burbujas efímeras de la alegría. Los grandes sistemas colapsan como una masa de hojaldre. Se quiebran con las inclemencias del paso del tiempo. Pero hay pequeños anclajes de la vida que nos sostienen, verdaderas creaciones filosóficas construidas a lo largo de generaciones numerosas. Es mucha la resistencia de la mampostería doméstica, aunque parezca poco fina. La sabiduría tribal es un memorial para la protección frente a los férreos planes del sistema. Una máscara que ataja los males, que nos libra de la contaminación provocada por los lenguajes embaucadores y simplificadores.

    El final del encierro ha dado con todos en la calle, una salida en tropel, quizás propia de los infantes que escuchan la campana del recreo. Hay normas de salud que deben cumplirse y tal vez no siempre se cumplen (el lunes parecía domingo en muchas partes), pero comprendo esa huida hacia el refugio habitual del ciudadano medio, ese búnker de barrio, donde hemos expiado tantas culpas inventadas. Comprendo muy bien la recuperación de los espacios de confianza que un día tuvimos que abandonar precipitadamente. Es una reconquista sin maldad. Mordidas las canillas por los perros salvajes de la incertidumbre, sabedores de que crece ahí fuera el mundo orwelliano que ya nadie podrá evitar, los humanos sueñan con lo que ahora llamarán la vieja normalidad, demasiado reciente como para haberla olvidado.

    Pero tal vez no haya marcha atrás. Tal vez la reconquista sea solo el paseo por las ruinas humeantes de un pasado de cartón piedra, al que todos contribuimos, engañados o no. La reinvención pasa por despojar a la civilización de sus imposturas, de las hechuras trufadas de barbarie. Cuidado, porque es tiempo propicio para severos vigilantes de flamígeras espadas, creadores de nuevos lenguajes en los que no todo pueda ser pronunciado. Si te arrebatan las palabras, estás muerto. Los primeros brotes de intransigencia se advierten ya. Tampoco faltan los que escrutan celosamente al ciudadano que se atreve a mojar sus labios con la primera cerveza del verano.

    TEMAS
    Tema marcado como favorito
    Selecciona los que más te interesen y verás todas las noticias relacionadas con ellos en Mi Correo Gallego.