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Mentes cabales

    • 06 ago 2021 / 01:00
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    Si algo he aprendido en lo que llevo de vida, es que aquellas personas que gozan de una cordura y de una estabilidad constatada; son quizás las más afortunadas del planeta. Al margen de las riquezas o de los triunfos que atesoran aquellos a los que la mayor parte de la gente considera más afortunados del planeta, los únicos seres humanos realmente felices son esos en cuyas buhardillas-también llamadas cabezas- no habita su propio enemigo.

    Hace pocos días, una gimnasta olímpica llamada Simone Biles, conmocionó al mundo anunciando su retirada de los campeonatos alegando estar sometida a una gran presión psicológica. La joven, confesó que vivía en un permanente estado de ansiedad, con un nivel de exigencia a sí misma por encima de lo soportable y que, todo esto, le había llevado a perder la confianza en sí misma.

    A partir de ese momento y, como suele ocurrir cuando alguien destacado expone una confesión inusual o que se sale de los parámetros normales, el mundo comenzó a hablar y, por ello, se multiplicaron las personas que se atrevieron a dar el paso de solidarizarse públicamente con la atleta por vivencias similares.

    En todos los ámbitos de la vida hay gente atormentada. Personas que se exigen a sí mismas mucho más de lo tolerable. Jóvenes que quieren las notas más brillantes o adultos que necesitan triunfar en sus trabajos por encima del resto y al precio que sea. Y si, para ello, ponen en juego su salud mental a costa del agotamiento de someterse a un reto tras otro y de las consiguientes frustraciones que acarrea el no lograr siempre el éxito; no importa demasiado..., al menos hasta que la sangre llegue al río.

    Hablar de patologías mentales, hasta ahora, era un tema tabú y ser poseedor de alguna enfermedad de esta índole, suponía un estigma insoportable. Por todo ello, era preferible no dar visibilidad a un problema que ha crecido un cincuenta por ciento durante esta pandemia que nos acecha.

    Dos de cada diez españoles toman tranquilizantes de forma habitual y, cada dos horas y media, hay un suicidio en España. Sin embargo, no se habla del tema. Se gastan magníficas cantidades de dinero en campañas de seguridad vial y también en la más que necesaria protección a las mujeres maltratadas, pero todo el mundo parece querer obviar que sufrimos y mucho.

    En mayor o menor medida y dependiendo de la confabulación adversa en el acumulamiento de las circunstancias que a cada cual le toque atravesar, las personas se asfixian, y lo hacen con indiferencia de su éxito socio-económico. La angustia se apodera de ellas, nubla su vista, les pinta un horizonte demasiado incierto sobre el que caminar, las aboca a perder la ilusión, les roba las ganas de pelear más combates, les arrebata la seguridad en sí mismas y las aboca inexorablemente a una depresión de la que muchas no quieren, no saben o no pueden salir.

    Cuando el enemigo vive dentro de uno mismo hay que ser conscientes de ello, tratar de reconocerlo, pensar fuera de la caja, relativizar el miedo, pedir ayuda profesional y visualizar una salida que- aunque no sea tan aparentemente satisfactoria como aquella por la que se ha estado peleando, puede llegar a ser mucho mejor para alcanzar la felicidad-; es la solución para encauzar nuestro camino hacia la búsqueda de la felicidad, el único fin por el que merece la pena dejarse la vida.

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