Firmas

¿No hay remedio?

    • 07 ene 2021 / 00:00
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    SUPONGO que, como yo, habrán visto que hubo en el Congreso de los Diputados una iniciativa para constituir un grupo que mostrase el rechazo de la crispación, malas maneras e incluso ira con que, de un tiempo a esta parte, se manifiestan sus señorías. Voy a dar por supuesto que ustedes y yo compartimos la aspiración de los diputados que se agrupen en ese intento.

    Y nos gustará, sobre todo, que ellos mismos, llegado el caso, se produzcan, cuando hayan de hacerlo, con arreglo al decoro que reclaman. Y que en cada circunstancia y situación denuncien y afeen a quien no lo haga.

    En prácticamente todas las ultimas sesiones plenarias de la Cámara, los debates, si es que se pueden considerar tales las meras algaradas, se desenvolvieron con intervenciones cargadas de agresividad, no porque los intervinientes negasen contundentemente, con razones, sus respectivas posiciones, que pueden y deben, sino por hacerlo agrediendo discursivamente al adversario, con formas agrias y extremas de descalificación personal, tildándose mutuamente, como poco, de traidores y mentirosos, como queriendo negarle la legi-timidad que se le debe
    reconocer a todos ellos, creo yo, por el mero he-cho de ocupar escaño en el hemiciclo.

    Las últimas sesiones plenarias del Congreso de los Diputados, y no sólo las de control del Gobierno que, por su propia naturaleza, podrían incitar a forzar el relieve de las discrepancias, constituyeron escenificaciones vergonzosas. Un auténtico deterioro de los comportamientos.

    Ni el más abyecto y fanático de los partidarios de cada cual puede, aunque sólo sea por su buena educación, solazarse y disculparlas. Si, además, este público, que, según dicen, va siendo cada vez más escaso, lo que no me extraña, abraza los principios de la propia democracia, con la ciudadanía en el frontispicio, por el bien de la propia colectividad, debe rechazarlas y penalizarlas.

    En esto al menos sí que se puede estar de acuerdo: aquel que levanta la voz en grito agresivo e irrespetuoso, no debería ser merecedor del respeto que se le debe a un representante parlamentario. Lo habremos votado una vez, por eso está donde está, pero no deberíamos volver a hacerlo. No es digno ni de la peor taberna. Deberíamos acordarnos de él cuando volvamos a votar.

    Y lo peor es que la iniciativa de la que les hablo tiene problemas para formalizarse, habiendo quien se suma, sí, pero también quien no, e incluso quien habiéndose incorporado antes se autoexcluyó después, con vocerío, claro, contra los demás. Como si el mal no tuviese remedio. Pero tiene que tenerlo.

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