Firmas

No llegaron al verano

    • 14 jul 2021 / 01:00
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    FUE como una fila de fichas de dominó que cuando cae una se origina una reacción en cadena que acaba con todas ellas en el suelo. El pistoletazo de las primaveras árabes lo dio el vendedor de fruta Mohamed Bouazizi, que se quemó a lo bonzo como protesta por la corrupción policial que le impedía desarrollar su trabajo. La mecha prendió en Túnez y se fue extendiendo por otros países del Norte de África y de Oriente Próximo.

    Pero la esperanza de cambio en las sociedades árabes se deshizo muy pronto porque en unos países los islamistas llegaron al poder por medios democráticos que se implicaron en cercenar, en otros los autócratas resistieron las presiones populares y se desencadenaron guerras civiles, los atentados islamistas pretendieron desbaratar las democracias incipientes y los países occidentales libraron sus guerras políticas particulares en territorio ajeno sin darles un apoyo decidido.

    Nada volverá a ser igual en las sociedades árabes, que se deshicieron de la caricatura de ser indolentes o poco preparadas para asumir comportamientos democráticos, mientras los países occidentales han vuelto a dar muestras de su cinismo y no ocultan que a veces prefieren sátrapas al frente de los gobiernos de determinados países pero que los mantienen controlados y no generaban problemas mayores a la comunidad internacional aunque sus ciudadanos carecieran de libertades, en aras de garantizar la seguridad de los suyos.

    En Túnez surgió la primera primavera árabe y a la postre es el único país en el que se ha logrado una cierta democratización que no ha sido nada fácil. Los atentados terroristas del museo del Bardo, en Hammamet, o en Susa, que se han sucedido a medida que el país se recuperaba del anterior, han supuesto durísimos golpes a su economía por la disminución del turismo lo que conlleva un aumento del desempleo y del desencanto de la sociedad tunecina con sus dirigentes. Afortunadamente los islamistas moderados han aceptado el juego democrático y la transición de la dictadura de Ben Ali sigue su curso, ahora con las dificultades añadidas por el COVID.

    Si los reinos de Marruecos y Jordania capearon el temporal con pequeñas reformas que sofocaron cualquier intento de lograr mayor democracia, en Libia, el derrocamiento de Muammar el Gadafi dio lugar a una guerra civil que aún se mantiene y lleva a Libia a ser en estos momentos un estado fallido. Las revueltas en Siria contra Bachar el Assad acabaron en otra guerra civil que aún se mantiene en la que se mezclaron la lucha armada de los reformistas con el auge del Estado Islámico, mientras que en Egipto, el derrocamiento de Hosni Mubark vino seguido de un triunfo de los islamistas Hermanos Musulmanes y la vuelta a la autocracia mediante el golpe de estado del general Al Sisi, condecorado por el presidente francés Emmanuel Macron.

    Argelia, Yemen, Sudán, Bahrein... también tuvieron sus conatos primaverales pero donde no se han producido guerras la democracia no ha avanzado al mismo ritmo que las demandas de los ciudadanos que reclaman un cambio de las élites gobernantes y una lucha más decidida contra la corrupción y la mejora de sus condiciones de vida.

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