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Portugal siempre

    • 07 oct 2020 / 00:00
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    HACE un par de años, quizá menos, tuve la ocasión de charlar en Lisboa con un español bastante ilustrado, sin neuronas de imperio y  –como yo– con gusto por Portugal. Dando un repaso por la historia de ambos países, y también por sus letras, se presentaron de pronto los recuerdos de los autores de Os Lusíadas y El Quijote y, con ellos, un periodista luso, que se sumó a aquel café literario. El siglo XVI había sido su tiempo, un mundo de hegemonías ibéricas, en las que uno quedó tuerto y el otro manco, pero perfectamente aptos para su verdadero oficio.

    Entonces como ahora, y así lo subrayaba nuestro contertulio lisboeta, lo mejor para quienes han vivido demasiado dándose la espalda, es la prosperidad de ambos. Y Galicia, por obvias razones, es un eslabón de identidad y una puerta de entendimiento. Iberia se queda en la retórica, quizá en muchos pensamientos como el de Saramago, pero hay bastante que aprovechar de complementariedades, mismo de competencia. Los pueblos tienen que empujar, incluso llevándose por delante alguna burocracia que se auto reproduce en nombre de la cooperación.

    Portugal ha sabido gestionar muy bien crisis económicas y financieras recientes, con las dosis justas de austeridad –amplificadas en las apariencias mediáticas– y mucho jarabe de barroquismo negociador, impensable en España. Costa no es el Cavaco de la casi triste figura, la izquierda ha hecho posgrados acelerados en pragmatismo. La economía portuguesa se volcó con las exportaciones y le fue razonablemente bien. Mucho camino por delante para reducir desigualdades, que están creciendo de forma alarmante en su vecino.

    A los gallegos nos gusta Portugal, nos parecen muy civilizados, algo que quizá no compartiría Pessoa, que consideraba que los únicos civilizados de Europa eran los ingleses. Tan cerca, tan lejos, el mundo que viene exigirá grandes esfuerzos, también sus propios mitos. Y ahí estaremos otra vez en alguna ocasión perdida, o no. Volviendo a Pessoa, independientes, pero confederados. Yendo más allá de lo cultural de Don Marcelino y Oliveira Martins, siempre en la prepolítica. No cerremos puertas antes de abrirlas, el horizonte de una mayor integración ya ha sido más lejano que el que hoy podemos observar. O mejor, esperamos admirar.

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