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Quien gane el Sudeste Asiático, ganará el mundo

    • 17 jul 2021 / 01:00
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    EL Sudeste Asiático es una zona prácticamente desconocida en nuestro país, con la excepción de ciertos enclaves turísticos de determinados países, como Phuket o Pattaya (Tailandia), Langkawi (Malasia), Angkor (Camboya), Bali o Lombok (Indonesia) o la Bahía de Ha Long (Vietnam), entre otros. En este desconocimiento influyen, en unos casos, razones geográficas, históricas o culturales; y, en otros, motivos estructurales, estratégicos o financieros. Pero el mismo existe, y esto es tanto más llamativo cuanto que el Sudeste Asiático, compuesto por diez países, de Brunei o Camboya a Tailandia o Vietnam, pasando por Filipinas o Singapur, posee en su conjunto una población de más de 660 millones de habitantes, un PIB anual de 2,76 billones de euros y un potencial que, de seguir progresando a este ritmo, va hacer de él la cuarta economía mundial en los próximos años.

    A pesar de que las causas de este desconocimiento puedan llegar a ser comprensibles, en el fondo quizás no lo sean tanto, especialmente para las empresas, sobre todo si se tiene en cuenta que, como señala Josep Piqué en El mundo que nos viene, el nuevo centro de gravedad del planeta es el estrecho de Malaca –punto de encuentro de una cuarta parte del comercio mundial– y por extensión el Sudeste Asiático; y que, en consecuencia, como el propio Piqué afirma en otro pasaje, “quien gane el Sudeste Asiático, ganará el mundo”. En este mismo orden de ideas, Robert D. Kaplan, en Monzón. Un viaje por el futuro del Océano Índico, subraya que lo que C.R. Boxer llamó el Asia monzónica, en la encrucijada de los oceános Indico y Pacífico, será el núcleo demográfico y estratégico del mundo del siglo XXI, cerrando así el capítulo de quinientos años de preponderancia occidental.

    Si a este desconocimiento empresarial que comento, sumamos, por una parte, la falta de un pronunciamiento político decidido en la Estrategia de Acción Exterior 2021-2024, y, por otra, la de una apuesta comercial activa en el Plan de acción para la internacionalización de la economía española 2021-2022 hacia esta zona, el resultado no es otro que la muy pobre evolución de las importaciones y exportaciones españolas con estos países, que, en 2019, no pasaron, en el primer caso, de 9.573,90 millones de euros, y, en el segundo, de 3.803,29, ligeramente superiores a las de 2017 y 2018, pero muy por debajo de las expectativas que un mercado de esta dimensión debe generar. Y si esto pasa con las importaciones y exportaciones, otro tanto sucede con las inversiones directas, tan modestas o más, si cabe, que aquéllas, salvo la muy significativa de 1.500 millones de euros de Acerinox en Johor Bahru (Malasia).

    El atractivo del Sudeste Asiático como mercado alternativo o complementario de los tradicionales no cesa de crecer en estos últimos años, potenciado por organizaciones y tratados de nuevo cuño. Entre las primeras, la Comunidad Económica Asean, creada en 2015 por los diez países que componen la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático, a imagen y semejanza de la UE, con el fin de poner en marcha un mercado único de bienes, servicios, inversiones, capital y trabajo. Y, entre los segundos, el tratado que da lugar a la Asociación Económica Integral Regional (RCEP, por sus siglas en inglés), suscrito en 2020 por los diez países de la Asean, más Australia, China, Corea del Sur, Japón y Nueva Zelanda, con el objetivo de reducir los aranceles, liberalizar los servicios y facilitar la inversión; y, en una línea parecida, los celebrados por la UE en 2019 con Singapur y en 2020 con Vietnam, y el que está a punto de cerrar con Indonesia.

    Dicho esto, no puedo dejar de reconocer, por mi experiencia profesional en el mismo durante los últimos siete años, que este mercado es un mercado complejo, especialmente para unas empresas como las españolas, que, a diferencia, de las británicas, francesas, holandesas o italianas, por no hablar de las chinas, japonesas o coreanas, claro, son las últimas en llegar, con la dificultad añadida de que los marcos regulatorios vigentes no siempre les resultan fáciles de entender o aplicar.

    Ello no obstante, la importancia, extensión y profundidad de un mercado como éste, lleno de oportunidades en todos los sectores, impone la necesidad de estar en él, pero para poder hacerlo es preciso tener paciencia, un socio local adecuado y, sobre todo, unas sólidas relaciones personales que sean la base de una estrecha relación empresarial, ya que en él “time is not money, but trust”, “el tiempo no es dinero, sino confianza”.

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