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Responsabilidad colectiva del PP

    • 11 dic 2021 / 01:00
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    CONVENCIDO de que del conocimiento mutuo nace la amistad y de ella la comprensión con los males o errores del amigo, un conocido político con muy específicas responsabilidades de gestión se pasó un par de legislaturas levantando casi todos los días el teléfono para exteriorizar a un director de periódico, de ideología afín, sus pesares y logros, sus frustraciones y ambiciones.

    Insistencia que, lo enseña la vida, siempre acaba por dar beneficiosos frutos. Cosecha concretada en este caso en el cuidado y estima del rotativo con la tarea política del citado hombre público, bajo la premisa editorial de que a los enemigos se le aplica la ley y sólo a los amigos se le disculpan los errores. Y así durante ocho largos años.

    Andando no mucho tiempo, un desafortunado desliz de un artículo de opinión –acaso no tan incierto como desafortunado por el momento de su publicación– acabó por convertirse en anatema hasta el punto de sembrar en el insistente amigo una desafección que perduraría a lo largo de los años –debidamente alentada por sus círculos de confianza– y que se perpetúa después que las urnas le elevaran a mayores y más generales responsabilidades públicas y sin que se obtuviera por su parte una mínima muestra de correspondido afecto quizá porque, como señalaba Tomás de Aquino, la naturaleza del hombre es mutable.

    Viene ello a cuenta de la nueva salida de pata de banco del secretario del PP, García Egea, a quien la línea editorial del periódico El Mundo, nada sospechoso de alimentar políticas de izquierda, parece desagradarle por contar las verdades del barquero. Hasta el punto de revocar en vísperas del evento la ausencia de su persona y del propio líder del PP, Pablo Casado, en el más relevante acto de positiva exposición pública del diario, “porque tratabais mejor al PP de la corrupción que al de ahora mismo” –por cierto, ¿en qué subrepticio momento se cambió el ADN de la formación? ¿Cuando la gaviota pasó a charrán?–.

    En semejanza con la actitud narrada al inicio, también aquí se opta por no aceptar la mínima de las críticas y propiciar la muerte del mensajero, por más favores que figuren en la colmada alforja de un medio tan habituado a minimizar, que no disculpar, los errores de los amigos.

    Que este intento de ningunear a un medio de comunicación coincida con la intentona de los plumillas en nómina de once formaciones políticas con sede en el Congreso de Diputados de reprobar a otros medios informativos por su línea editorial no complaciente añade un factor de inoportunidad a lo impresentable de la decisión de los populares, en su errático camino de los últimos tiempos.

    Evidentemente, el nuevo desliz habrá que cargarlo en el debe de un líder popular en el que muchos ciudadanos querían ver, aún en sus manifiestas debilidades, la única puerta de salida frente a la atrabiliaria, caprichosa y dictatorial política del Gobierno de la nación. Pero cuanto más va el cántaro de la inoportunidad a la fuente de la esperanza colectiva, más lejano se percibe aquel desideratum.

    Puede que Casado acabe pagándolo con su propia insignificancia. Pero se lleva consigo la ilusionada esperanza de media España. Y eso es responsabilidad que le atañe no sólo a él sino que habrá que cargar alícuotamente en la inacción de un partido lleno de sumisas baronías y que no admite perdón posible.

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