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Sánchez y su país de las maravillas

    • 02 jun 2022 / 01:00
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    TAL día como hoy, 2 de junio de 2018, de hace cuatro años Pedro Sánchez tomaba posesión como presidente del Gobierno de España tras la moción de censura presentada contra Mariano Rajoy. La fecha es importante, no solo por el cambio de Gobierno. Por vez primera alguien llegaba al poder sin pasar previamente por las urnas y al poco tiempo se formaba el primer Gobierno de coalición. Sobre la legitimidad de lo sucedido no cabe sospecha, aunque sea discutible la conveniencia de ambas novedades para el país e incluso para el propio PSOE. Podríamos plantearnos, como en el reciente regreso del rey emérito, de cuya legitimidad tampoco hay duda, sobre la necesidad de explicaciones –”Nunca gobernaré con Podemos”– pero sería ocioso porque todo el mundo está al tanto, y al cabo, de lo sucedido.

    El presidente hizo ayer un balance demasiado triunfalista sobre la bondad de estos últimos cuatro años, con una defensa acérrima del gobierno de coalición. Es natural, sobre todo ante los propios, destacar lo positivo, pero para resultar creíble debiera haber introducido algo de autocrítica en su análisis. No es el país de las maravillas que nos pinta Sánchez la percepción ciudadana. Él mismo se delató al proporcionar un titular que oculta la efeméride. Anunció lo que ya todo el mundo daba por hecho: la prórroga de los 20 céntimos en los carburantes. Dada su carestía resultan insuficientes.

    Cierto que se produjeron avances. Citemos algún aspecto de la reforma laboral, pero demasiado tímidos. Con la medida estrella, eliminar los contratos temporales, se corre el riesgo de que la contratación discontinua o a tiempo parcial se convierta en estructural, precarizando de esta manera el mercado laboral para siempre.

    La mejor noticia de estos cuatro años es la afiliación a la Seguridad Social. Hoy supera los 20 millones. Era el gran reto de Rajoy, logrado por Sánchez dos años después de lo previsto por el anterior presidente. Sin embargo, ni alcanzando el objetivo se logran equilibrar las cuentas. Está en situación de quiebra por lo que, o antes se hacían mal los cálculos o ahora el tipo de contratos es de tan baja calidad que las aportaciones son insuficientes para sostener el sistema.

    Presume Sánches de los incrementos salariales pero se olvida de la inflación, con lo que el balance es de pérdida de poder adquisitivo, tanto en el ámbito privado y público como entre los pensionistas. También se ufana del descenso del paro, pero no dice que España lidera el ranquin de desempleo en Europa, lugar que hasta hace bien poco correspondía a Grecia. La riqueza del país, al contrario que la mayoría de nuestro entorno, sigue por debajo de antes de la pandemia y las previsiones de crecimiento se corrigen a la baja continuamente. De la crisis sanitaria provocada por la covid ya nadie se acuerda, pero salvo en la vacunación, un éxito, la gestión en su conjunto nos sitúa entre los peores de Europa. Más de cien mil muertes.

    Hoy, cuatro años después, resultan evidentes dos cosas. La primera, que Sánchez alcanzó el objetivo de resistir y la segunda, que este logro no significa respaldo social. No solo por lo que dicen las encuestas, que son flor de un día, sino por los resultados de las elecciones en las últimas citas –Galicia, País Vasco, Madrid y Castilla y León– y de seguro la próxima, la más importante por su dimensión, en Andalucía. Y por un añadido más: la oposición cuenta con candidato creíble.

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