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Señoros ministres

    • 04 may 2021 / 01:00
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    DEJAR todo para el último momento, construir la casa por el tejado y pagar lo menos posible son tres rasgos de nuestra sociedad. Para que nos vamos a engañar. Esa imagen “avanzada” que pretendemos colar en Europa puede jugarnos una mala pasada. Más aún en materia de inclusión. Podemos creer que los españoles, españolas y españolos somos lo más chic al hablar de integración. Ojalá.

    Lo cierto es que somos el país del turismo. Ese de la paella y ahora también paél. Una nación económicamente tocada que pretendía “innovar” hacia la inserción social sin pagar una peseta. No era tarea fácil, desde luego, pero entonces surgió la sutil idea de ponerle una “e” a cualquier palabra. Era rápido. Era gratis. Nunca una letra hizo resolver tantos problemas y despertar sendos malestares en la RAE que, lejos de la querella, todavía no la acaba de querél.

    Así las cosas, este estado, máximo garante de los derechos fundamentales, está decidido a volcar todos sus esfuerzos en la mencionada vocal. Como Florentino hizo con la Superliga. Quizás porque llama la atención y le “mola” a la juventud, aunque finalmente llegue a cuestionarse su capacidad inclusiva. Al menos Irene Montero oculta una baza que el presidente del Real Madrid no tiene, pues si en algún momento quedase desfasada dicha originalidad (con esto de las modas) podrán jugar con la “i” y la “u”. Lis niñis y lus nuñus sin duda lo agradecerán, pero nunca sabremos si ul Superlugu habría funcionado. Tal vez sí en el Ángel Carro.

    “Es preferible confiarse a un caballo sin brida que a un discurso sin orden”, afirmaba el viejo Teofrasto. Aquí el manifiesto tira más hacia la palabrería y faltan corceles a los que subirse para escapar. Querían acercarse a las caballas y terminaron en el mar tras un fallido intento, consecuencia absurda del efecto equívoco que supone adecuar los vocablos a nuestro parecer.

    Señoras ministras, señores ministres y señoros ministros, por favor, antes de construir baños públicos para niñes, chiques y adultes (si en algún momento se les ocurre) piensen que la sexualidad no binaria no es algo raro. Que no hay que inventarse un idioma marciano. Que hay múltiples términos –ciudadanía, sociedad, gente, personas, población adulta, juventud y tercera edad– que residen en nuestro diccionario. Y no distinguen. No discriminan. A falta de lenguaje exclusivo, sobran palabras y expresiones inclusivas.

    Haría más falta, no obstante, más acciones integradoras. Es necesario eso del “menos hablar y más trabajar”. Y no solo en este ámbito, pues colectivos desfavorecidos hay demasiados. Tantos como pocos accesos con rampas, semáforos para personas con visibilidad reducida o cartas de restaurantes con código braille: como en casi cualquier producto de los comercios y supermercados.

    La mayoría de dichos establecimientos tampoco cuentan con profesionales que sepan la lengua de señas, ni tienen pictogramas para gente que padece un Trastorno del Espectro Autista, entre otros numerosos ejemplos. Lamentablemente solo es la punta de este gran iceberg que vive de brechas sociales y no sucumbe ante ningún cambio climático. Esa cima que parece haber escalado una “e” sin sentido. Toca derretirla para “empezar” con sensatez.

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