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Shippeo, cringe, crush...

    • 10 ago 2021 / 01:00
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    LA playa además de para tomar el sol y ponerse al día con lecturas pendientes, sirve también para algo muy divertido: ver como los adolescentes se divierten, socializan y hablan. Al escucharles cosas como: “cringe” (dar vergüenza), “stalkear” (espiar las redes sociales de alguien), “cayetano” (pijo), “crush” (persona que te gusta), “shippeo” (ligoteo), “tener flow” (tener estilo), “boomer” (persona mayor)... uno no puede sino concluir que nunca como hoy estos han manejado un vocabulario tan diferente al del mundo de los adultos. Un lenguaje a mitad de camino entre la diversión y la provocación que resulta incomprensible para los que no pertenecen a su mundo.

    Detrás de esta peculiar forma de hablar, que se expande a la velocidad del rayo, se esconden sus ganas de diferenciarse. Frente al mundo “formal” de los adultos, los jóvenes defienden su mundo “informal”, sin obligaciones, ni responsabilidades, en el que lo esencial es la alegría de vivir. Así, la vitalidad, la risa y el desenfado están detrás de la mayor parte de los neologismos que usan y que dan sentido a lo que sucede en su día a día de manera rápida y original.

    Las nuevas tecnologías son su hábitat de creación cultural y de lenguaje y el lugar donde viven, ligan y se divierten. Las redes sociales inciden en el auge del nuevo léxico, pues no es raro que los términos que usan allí acaben sumándose a su vocabulario cotidiano. Por tanto, intentar frenar estas nuevas formas de comunicación es ponerle puertas al campo.

    Sin embargo el reduccionismo al que someten al lenguaje no está exento de riesgos. Una editorial de la revista Science asegura que “el lenguaje juega un papel central en el cerebro humano, desde cómo procesamos el color hasta la forma en que hacemos juicios morales”. De este modo, influye en los recuerdos, la codificación de olores y notas musicales, la orientación, el razonamiento, la toma de decisiones o incluso la expresión de emociones.

    Vivimos en la “sociedad de la prisa”, y la gran cantidad de información que se mueve a ritmo frenético hace que para asumirla sea preciso dividirla en unidades más pequeñas a modo de un “túrmix informativo”. A esto se han acostumbrado nuestros jóvenes que por ejemplo, son incapaces de ver de inicio a fin una película clásica, sin dividirla en entregas a lo largo de varios días. Guiones complejos y un ritmo narrativo distinto al que están acostumbrados son obstáculos insalvables. Pues con el lenguaje creo que pasa lo mismo.

    Puede ser un tópico pensar que su jerga desplace o anule el vocabulario más culto. Podemos pensar que es divertido escucharles y hasta enriquecedor que hablen en cada contexto de manera diferente. Lo malo es que esa manera de comunicarse se generalice donde no corresponde, como un trabajo universitario, una conferencia, o un artículo periodístico.

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