Firmas

Un drama de Shakespeare

    • 05 ago 2020 / 01:01
    • Ver comentarios
    Noticia marcada para leer más tarde en Tu Correo Gallego

    ECHAMOS de menos a Shakespeare en este trance histórico en el que un Rey nacido en el exilio se va para morir en el exilio. Nadie como el bardo supo retratar los dramas de las monarquías antiguas en obras que hoy siguen siendo conmovedoras cuando se representan en los escenarios, o se leen en un libro. Ricardo III, Enrique IV, Macbeth y ahora Juan Carlos I, al que los súbditos del franquismo que él convirtió en ciudadanos sólo podrán ver a partir de ahora en la cara de las monedas. Quizá la última imagen que le quede del pueblo con el que compartió una gesta democrática sin precedentes, sea la de la gente de Sanxenxo que lo saludaba al ir o venir de una travesía sabiendo que aquél navegante ara ya un exiliado nautico que no tenía sitio en su país.

    Shakespeare tendría que hacer esfuerzos al escribir este guión porque estamos ante una anomalía en la ya larga casuística de exilios de la realeza, que por lo generar se producen tras un derrocamiento.

    Don Juan Carlos no es el Alfonso XIII que embarca mientras resuenan los vítores a la República, ni tampoco Isabel II, ni el Amadeo de Saboya que llega después de haber sido fichado en un casting de aspirantes a un trono que quedara vacante y se va convencido de que España es ingobernable. Si la historia es justa dirá que fue el mejor Rey de la dinastía, el que más libertad propició, el que más desarrollo impulsó, el que convivió con la derecha y la izquierda, el que paró un golpe de Estado, un Sansón de la democracia que cae al final por culpa de una Dalila. Ni el franquismo residual, ni Tejero ni los republicanos lograron lo que consiguió una nueva Madame de Pompadour que invierte los papeles de la dama de Luis XV porque en aquel entonces los monarcas tenían favoritas, mientras que ahora hay damas con una corte de favoritos en los que a veces figuran reyes a los que la edad, los achaques, la soledad sólo mitigada por Sanxenxo, convierten en el Rey pasmado de Torrente Ballester.

    Un monarca que, a partir de determinado momento, acusa la falta de un cancerbero a la puerta de palacio que impida el acceso de malas compañías. “No está ni se le espera”. Aquellas palabras mágicas de Sabino Fernández Campo debieron haberse dicho muchas veces más para impedir la entrada de otros personajes que buscaron la sombra del monarca. Alfonso Armada quedó en el umbral pero otros y otras lo traspasaron y entonces el Rey se extravía y desperdicia en la etapa final lo logrado durante su larga marcha por los destinos de España. Así que se va sacrificando su nombre en el altar de la monarquía, una monarquía democrática que admite sin reservas que todo un monarca emérito sea investigado, criticado y zarandeado por la opinión pública, en claro contraste con algunos reyezuelos republicanos que atacan a la justicia cuando uno de los suyos es señalado por la ley, ocultan los escándalos que les afectan y mandan a sus críticos a pudrirse a la Bastilla. En un giro paradójico de la historia, Don Juan Carlos construye una monarquía tal que lo acaba expulsando. Son los propios valores democráticos que Juan Carlos I fomentó los que se alzan como testigos de cargos contra su persona. Ha ahí su cara y su cruz. Corrijamos por tanto el grito de rigor. ¡El Rey se ha ido, viva el Rey!

    TEMAS
    Tema marcado como favorito
    Selecciona los que más te interesen y verás todas las noticias relacionadas con ellos en Mi Correo Gallego.