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Una gran persona, un gran amigo

  • 16 may 2021 / 00:34
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No apuré Mi juventud, o me llegó la vejez. Hoy me cubre el frío suelo, como una madre me abraza” (Estela. Museo Arqueológico de Argos).

Con profundo dolor recibí el jueves, 13 de mayo, día de la Ascensión, la noticia del fallecimiento de Francisco Martínez-Reboredo Salvadores, Chisco, como familiarmente era conocido. Ingresó hace unos días en el CHUS afectado de una neumonía que todos esperábamos que superase, pero su delicado estado de salud no pudo impedir un fatal e imprevisto desenlace que acabó con su vida.

Nació en su siempre añorada ciudad de A Coruña en 1943, en el seno de una conocida y muy querida familia formada por Ramón Martínez-Reboredo Rumbo y Francisca Salvadores Crespo, Pacucha. Tenía dos hermanos, Domingo y Ramón. Chisco sufrió su primer contacto con la muerte al quedar huérfano de padre a los cuatro años, pero Pacucha se encargó de que aquella familia saliese adelante mediante una sabia combinación de cariño y disciplina que, sin duda alguna, rindió sus frutos.

Chisco estudia Bachillerato en el Colegio de los Salesianos de su ciudad y pasa algunos de los veranos de su infancia en Astorga, urbe que siempre recordó con cariño. Llegado el momento de ir a la universidad elige Madrid y se licencia en Ciencias Físicas. Empezó a trabajar en el Instituto Eduardo Torroja, más tarde ingresa por oposición como funcionario del Estado en el INCE, Instituto Nacional de la Construcción. Persona inquieta, Chisco no se conforma con los estudios cursados y quiere completar su formación con una visión más amplia. Se interesó por la función directiva, económica y empresarial y cursó el prestigioso Máster de dos años del IESE en Madrid.

En las navidades de 1984 retorna a Galicia y forma parte de un grupo de funcionarios del Estado, sabiamente reclutado por los responsables de la Xunta, con el fin de conformar los cuadros de la nueva Administración Autonómica. Así lo hizo y, desde entonces, vivió feliz con su familia en esta Compostela universal, estratégicamente elegida por él, a poca distancia de su adorada ciudad a la que periódicamente acudía a saciar su sed de coruñesismo. En la Xunta desempeñó durante muchos años y hasta su jubilación el importante puesto de inspector general de Construcciones en la Consellería de Educación.

Chisco era un hombre apegado a su tierra a la que volvió y en la que quiso vivir con su familia, pero como buen coruñesista era una persona abierta al mundo, una mente inquieta por conocer, por practicar, por competir, por asumir desafíos, por contrastar. Había que convencerle venciéndole en sus retos, no le valían las meras palabras, estaba siempre dispuesto a convencerte él a ti con sus hechos. Dotado de una inteligencia natural superior a la normal, una agudeza mental para escanear rápidamente cada realidad y una firme determinación para defender su posturas, la competitividad era la atmósfera en la que mejor se encontraba. Gran aficionado al golf, cosechó muchos triunfos, entre ellos, una Copa de Oro. Era un gran jugador y muy competitivo.

Pero Chisco fue, sobre todo, una gran persona, un gran amigo, generoso y alegre, al que todos recordaremos con el cariño que siempre nos dispensó y nunca regateó. Desde aquí quiero expresar en nombre de todos sus amigos nuestro pesar por su temprano fallecimiento y las condolencias más sentidas a su viuda, la lucense Mary Luz Varela-Villamor, a sus dos hijos, Reyes y Jesús, tan queridos, a sus dos hijos políticos y a sus cuatro nietos por cuyas venas ya circula el testigo de la inteligencia, la inquietud y la bonhomía de su abuelo Chisco.

Descanse en paz.

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