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Una guerra incivil

    • 17 nov 2020 / 00:38
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    LA marcha de Dom Cummings, que un servidor glosaba en la columna del pasado domingo (perdón por la autocita), me sigue fascinando. Ese Cummings que aparecía en la puerta del 10 de Downing Street acarreando una caja de cartón con sus pertenencias, quizás también con sus eslóganes, me llevó de inmediato a revisitar la cinta de Toby Haynes, una película del año pasado que a buen seguro conocen: ‘Brexit, una guerra incivil’.

    No es una obra maestra, pero sí un buen intento de meterse en las tripas del poder, un lugar a menudo incómodo del que no siempre puedes salir con traje de domingo. La película me daba vueltas porque, en los últimos minutos, Cummings, o sea, un estupendo Benedict Cumberbatch (todos están maravillosos), contempla Westminster con una caja de cartón en la mano, la caja de las pertenencias, la caja donde cabe el universo del ciclista (Dom va y viene en bici por los aledaños del Royal Albert Hall mientras sueña con cambiar el mundo). El resto está en su cabeza.

    La película de Haynes, una producción de HBO que estrenó en su día Channel Four, pero que ahora puede verse también en Movistar (y estoy seguro de que muchos han vuelto a ella, como yo) fue etiquetada como ‘comedia’, cuando, en realidad, se trata de la perfecta representación de una tragedia nacional. Y, espero que no, incluso de una tragedia global.

    De acuerdo: hay mucha caricatura, como cabría esperar de la buena sátira política. Los actores lo bordan, pero no diría yo que les puede el histrionismo, sino el intento de reflejar la tensión formidable y el subidón de adrenalina política de aquellos días. Caricatura, tal vez, bastante realista. Todos hemos visto a Nigel Farage, en apariciones tan antológicas como surrealistas, todos vemos cada día a Boris Johnson, en el escenario del poder, bajando escaleras, o visitando una granja: el cine y la televisión siempre les estarán agradecidos.

    ‘Brexit, una guerra incivil’ es una película que debe verse ahora, cuando todo está confirmado. También porque acabamos de asistir a la marcha final de Cummings, que, en la cinta, se muestra reacio a unirse a la empresa y termina siendo, con modales tirando a toscos, el amo de todas las palancas de lo campaña electoral. Supongo que el celebrado asesor no se siente a gusto en posiciones intermedias. No, esta película no es una comedia. Parece más bien una historia de terror.

    Y es el terror al que el mundo se ve abocado. Dom Cummings despliega su astucia (innegable), su intento de desmontar el sistema político, o, como se escucha, ‘hackearlo’, porque aquí se va a lo grande. La película no es neutral, eso no, pero sí muy ilustrativa. Hay otras dedicadas a narrar campañas electorales, y Trump merecería una, una más, que narrase estos últimos días de furia.

    Pero la película de Haynes nos enseña mucho. Debería enseñarnos para el futuro inmediato. Para el ahora mismo. Hay un momento en el que el protagonista, muy de frases salomónicas y eslóganes de diseño, cómo no, dice aquello de “esto es una puta guerra”. Asistimos al uso de los algoritmos y los datos para dirigir la campaña a votantes específicos. “La publicidad general ha muerto”, se oye también. He aquí lo que el marketing político puede hacer de nosotros. Si no la han visto, háganlo.

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