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Una situación mucho más óptima

    • 25 may 2020 / 22:18
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    EN EL MEDIODÍA de este sábado, en el que, revestido de paciencia, he optado por escuchar durante hora y media en la TVG pronunciamientos oficialmente autorizados de una persona importante, no he podido menos que recordar a mis padres. Estos no habían hecho ninguna carrera; pero recuerdo que en ocasiones, en casa, cuando de niño utilicé alguna expresión semejante a “muy ilustrísimo”, ellos puntualizaron lo que yo decía, indicándome que el superlativo podía ser “muy ilustre” o “ilustrísimo”; pero que las dos cosas juntas resultaban chocantes, pues eran excluyentes. Algo semejante sucedía cuando, todavía en mi infancia, utilizaba otras expresiones como “muy sublime” o “muy álgido”. De todos modos, nunca había llegado a pronunciar lo que, si se lo dijera a ellos, me habrían preguntado por la seriedad de lo que yo estudiaba en el colegio. Me refiero a la expresión, referida a los mejores deseos del presidente del Gobierno de España, dirigidos por él este mediodía al pueblo británico, de que su situación llegue a ser “mucho más óptima que la actual”. A mis padres, a pesar de no haber estudiado una carrera, les hubiera resultado muy difícil creer que esa expresión proviniera del presidente del Gobierno.

    Mis padres no utilizaban el vocablo “redundancia”. Sin embargo tenían claro que el espacio físico o conceptual que pudiera ocupar otro elemento, estaba ya cubierto, y no se podía incluir nada más en aquel ámbito. Cuando decimos “óptimo”, no podemos aumentar una determinada bondad o excelsitud, con otro vocablo que pueda acompañarle. De ahí que “mucho más óptimo” sea una “redundancia” por partida triple..., inadecuada para cualquier persona que haya hecho estudios medios.

    No pude menos que recordar lo que Guillermo Díaz Plaja, autor de mi libro de lengua y literatura española de 6º curso de bachillerato, decía sobre El Médico a Palos, obra de Jean-Baptiste Poquelin, más conocido por Molière. Había alcanzado la condición de doctor sin la ciencia requerida para ello, y por ese motivo una y otra vez desbarraba.

    También he pensado, en este caso por contraposición, en el ex Rector de la USA Darío Villanueva, también exrector de la Real Academia Española de la Lengua, que les ha dicho y les enseña con el ejemplo a muchos españoles, que los gallegos también sabemos Castellano. Desde luego, no sé dónde habrá estudiado el Castellano el presidente del Gobierno, nacido en Castejón (Madrid). Sí que he tenido noticias de que ha cursado estudios en un colegio “de pago”, pero nada más...: el resto lo conozco por sus manifestaciones.

    En nuestros tiempos no es precisamente la filología lo que priva entre los miembros de nuestra sociedad. Recuerdo lo que me decía un paisano mío, buen filólogo, latinista, a propósito de un término muy utilizado en gallego. Se trata de “un intre”. Algunos lo utilizan con la mayor naturalidad como equivalente a “momento”, cuando no es sino el “instante que se encuentra entre uno y otro espacio de tiempo”. La razón es que proviene del latín “interim” (entre). Cuando no se estudia filología, no se valora el alcance de cada vocablo, y se utilizan de modo impreciso y en el momento más inoportuno, los menos indicados.

    Concluyo con una expresión ya castiza: “Si el abad juega a naipes, ¿qué no harán los frailes...?”. Si no fuera gallego, intentaría decir a que equivalía eso hoy; pero después de lo que he escrito a lo largo del artículo, la interpretación se la dejo al lector, para que saque las consecuencias.

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