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Vejez y consideración social

    • 24 ago 2021 / 01:00
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    AÚN a riesgo de redundar en las atinadas reflexiones que formula María Castro Cerceda, en la edición de este Periódico correspondiente al pasado día 21, en relación con la tercera edad, quiero aportar sobre el tema alguna consideración más.

    Escribió, también, Jesús Seligrat, en Confilegal, el diez de agosto último, unos adecuados pensamientos respecto de la ancianidad como una asignatura pendiente en su conformación y actualización, en cuanto propio derecho humano que es, precisado de una específica atención y protección legal de las que, a su juicio, carece en la actualidad.

    Entiende el autor que se impone un nuevo marco normativo garantizador de unas mejores condiciones económicas, jurídico-sociales y asistenciales de las llamadas tercera y cuarta edad y reclama, en tal sentido, la creación de la figura del Defensor del Mayor, propugnando el reconocimiento del derecho humano a la ancianidad y que, la misma, no se convierta en una penosa muerte en vida sino en una ajustada y digna antesala de la inevitable desaparición del ser.

    La verdad es que, si uno se para a considerar el importante papel que desempeñaron muchos ancianos en el devenir y en el desenvolvimiento histórico y actual de la sociedad a nivel mundial, realmente, llega a la convicción de que, en efecto, ese sector de la humanidad exige y requiere un tratamiento jurídico-social mucho más adecuado al singular protagonismo que caracterizó a la actuación de nuestros mayores en la actual contextura del mundo de nuestros días.

    Pero, claro está, cuando la vida humana se ha convertido ya en un elemento de disponibilidad personal en los términos que resultan de la reciente Ley 3/2021, de 24 de marzo, reguladora de la Eutanasia, que solo cuenta con autorización legal en siete países más del mundo, no puede extrañar que a la ancianidad se le procure este tratamiento legal.

    Desgraciadamente, no se repara en el decisivo papel que los ancianos han prestado y siguen prestando, en muchos casos todavía, al desarrollo cultural, social, humano y político de la Humanidad entera. Si se piensa que importantes Estados del mundo actual –EE. UU., Inglaterra, El Vaticano...– se hallan regidos por personas ancianas y funcionan y se desenvuelven con absoluta normalidad - al margen de posibles errores, como puede ser el actual problema de Afganistán - y, al propio tiempo, se rememora que figuras de avanzada edad fueron, asimismo, las que protagonizaron el liderazgo de la política en tiempos turbulentos de nuestra más reciente historia internacional –Adenauer, en Alemania, en De Gaulle en Francia o en Shimón Peres en Israel–, seguramente, habríamos de cambiar nuestras ideas y percepciones respecto a la consideración humana y social que deben de merecer las personas que han alcanzado la ancianidad.

    Las personas en la última fase de su existencia vital habrán de merecer el adecuado protagonismo que demanda una trayectoria humana prolongada en la que se ha ido dejando el poso de unos valores enriquecedores tanto de la persona como del colectivo social. Las nuevas generaciones han de comprenderlo.

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