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La guerra del agua entre Afganistán e Irán

  • 04 may 2021 / 01:00
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Afganistán fue una creación del Imperio británico, que trazó sus fronteras con los países vecinos. Las fronteras entre Afganistán y Pakistán y Afganistán e Irán fueron creadas por los generales británicos y los administradores coloniales, y han sido objeto de disputas durante décadas. Pero mientras que el largo conflicto entre Afganistán y Pakistán es una lucha por el territorio, en el caso del enfrentamiento con Irán se trata de una querella por el aprovechamiento de los cauces fluviales. El aprovisionamiento del agua de Afganistán proviene de los cinco ríos que se alimentan de la lluvia y la nieve. Los ríos Helmand y Harirud fluyen desde las altas montañas de Afganistán hacia las bajas llanuras fluviales de Irán. Y las disputas por las aguas entre ambos países se retrotraen a 1870, cuando Afganistán estaba bajo el dominio británico.

EN 1939 EL GOBIERNO IRANÍ de Reza Shah Palhavi y el afgano de Mohammad Zaher Shah firmaron un tratado que regulaba la distribución de las aguas fluviales, pero el parlamento afgano se negó a ratificarlo. En 1948 los EE. UU. intentaron resolver la disputa mediante un arbitraje. Y siguiendo lo sugerido por ellos se formó una comisión de tres personas representantes de Afganistán y otras tres de Irán para estudiar la cuestión y proponer una solución. En 1951 esta comisión presentó sus conclusiones, que establecían que a Irán le corresponderían 22 metros cúbicos por segundo de las aguas del Helmand. Irán, sin embargo, no estuvo de acuerdo y pretendió que se le asignase un mayor caudal, por lo que rechazó la propuesta. Tras nuevas negociaciones, en 1973 ambos países volvieron a firmar un tratado sobre el reparto de las aguas por el que a Irán volvieron a corresponderle 22 metros cúbicos por segundo, pero con la opción de que ese caudal se pudiese incrementar en los años de precipitaciones “normales”. A cambio de esto, Irán permitiría que el puerto de Chabahar pudiese ser utilizado por Afganistán, concediéndole así su única salida al mar. Sin embargo, el tratado nunca llegó a ser puesto en práctica a causa de los avatares políticos de ambos países, como el golpe de estado de 1973 en Afganistán y la revolución iraní de 1979, seguido todo ello por la invasión soviética de Afganistán y el posterior surgimiento de los talibanes en 1996.

AFGANISTÁN COMENZÓ A CONSTRUIR una red de presas y canales de regadío partiendo del río Helmand en las provincias de Kandahar, Helmand y Nimrod, lo que causó un descenso notorio del nivel de los lagos de Irán. A consecuencia de ello, los lagos Hamun casi llegaron a desaparecer, perdiéndose toda la fauna y la pesca de la que la población local, formada por varios millones de personas, obtenía todos los recursos para su supervivencia. La situación empeoró todavía más cuando el régimen talibán bloqueó la presa de Kajaki, en la provincia de Helmand, e interrumpió totalmente el flujo del agua del río Helmand hacia Irán entre los años 1998 y 2001, un período que hizo sufrir a Irán una serie de severísimas sequías y que causó daños irreparables a todos los ecosistemas de esa región.

EL RÍO HARIRUD, que nace en las faldas de las montañas de Kuh-e Baba en Hazarayat, mana hacia la frontera entre Irán y Turkmenistán atravesando la provincia de Herat, fue embalsado por estos dos países en 2004, mediante la construcción de una presa que suministra agua potable, agua de regadío y caudal para la central hidroeléctrica de la provincia de Mashhad. Todos estos recursos se comparten en las áreas fronterizas entre Irán y Turkmenistán. Por parte de Afganistán, y gracias a un tratado de colaboración con la India, se construyó en 2016 la presa de Salma, que trajo como consecuencia que la presa iraní viese reducida su capacidad. A lo largo de la construcción de la presa de Salma, comenzaron a ser asesinados docenas de ingenieros y muchos miembros de las fuerzas de seguridad afganas, acusando entonces Afganistán a Irán de estar apoyando a los combatientes talibanes con el fin de impedir la construcción de la presa.

Recientemente Irán se ha opuesto a la construcción de la nueva presa de Kamal Khal, también sobre el río Helmand en la provincia de Nimrod, argumentando que restringiría severamente el caudal de este río a su llegada a la provincia iraní de Sistan-Baluchistan, contribuyendo a su empobrecimiento. Los funcionarios afganos, sin embargo, nunca estuvieron de acuerdo con estos argumentos y sostienen que la construcción de la presa es mutuamente beneficiosa. Por fin en marzo de 2021 Afganistán remató la construcción de esta gran obra, que duró en total cincuenta años, debido a las continuas interrupciones debidas a las guerras, que supusieron grandísimas pérdidas humanas y materiales, como en el caso de la presa anterior. En todo el proceso de construcción, los talibanes mataron y dejaron heridas a numerosas personas, ya fuesen personal de seguridad o responsables del proyecto, por lo que Afganistán siempre acusó a Irán de ser un apoyo de los talibanes, a los que ha utilizado constantemente como instrumento de su política exterior.

Curiosamente a la retirada de la Unión Soviética en el año 1989, Irán apoyaba a la Alianza del Norte, formada por los tayikos, los hazaras y los uzbekos, mientras que los talibanes pastunes siempre estuvieron apoyados por Arabia Saudí, Pakistán y los Emiratos Árabes Unidos. Tras el derrocamiento del régimen talibán por los EE. UU. en 2001, Irán intentó expandir su influencia política, cultural y económica sobre Afganistán, para lo cual decidió cambiar sus alianzas y comenzar a apoyar a los talibanes, porque pensó que sería lo que más podría perjudicar a los EE. UU., y porque no quería que se incrementase el poder del Daesh en el país. Todo esto serían nuevas fichas que podría continuar moviendo dentro del juego de la vieja guerra del agua, en el nuevo marco internacional que trajo como consecuencia la revolución iraní.

TRAS ELLA IRÁN QUEDÓ COMPLETAMENTE AISLADO tanto en Oriente Medio como a nivel internacional. Para lograr salir de este aislamiento, desarrolló una nueva doctrina para su política exterior, que se basaría en no luchar directamente sino a través de otros actores interpuestos más allá de sus fronteras. En el caso de Oriente Medio, esas marionetas iraníes fueron grupos chiítas como Hezbolá, y en el caso de Afganistán los pastunes sunitas fueron los nuevos cooperadores con Irán, lo que parece sorprendente a primera vista por ser la religión chiíta, rival de la sunita, la dominante en Irán.

A lo largo del período en el que los pastunes controlaron el Gobierno de Afganistán, los hazaras –de lengua persa como los iraníes y que comparten su misma visión del islam–, fueron siempre presentados ante Occidente como un peligroso grupo proiraní, que casi estarían deseosos de que Afganistán fuese invadido por Irán. Eso no es cierto, porque Irán jamás pudo utilizarlos ni para llevar a cabo sus guerras sectarias ni para defender sus intereses. Al contrario, fueron los hazaras los únicos que aceptaron plenamente el proceso de Desarme, Desmovilización y Reintegración organizado por el programa de la ONU para el desarrollo a partir del 2003. Ellos recibieron con alegría esta nueva situación en la que por fin podían vivir en paz, y en la que sus hijos por primera vez pudieron ir a la escuela y entrar en las universidades, gracias a la invasión de los EE. UU. y la OTAN que derrocó a los talibanes. Solo en la provincia de Bamiyan, en la que el PRT neozelandés fue el encargado de la reconstrucción, se llevó a cabo plenamente este proceso. En las demás provincias y distritos hazara, la población se conformó con que estuviesen presentes las fuerzas internacionales y sus esfuerzos se limitasen a la educación. El hecho de que las infraestructuras sanitarias, las comunicaciones y los demás aspectos incluidos en el programa no fuesen plenamente desarrollados se consideró un mal menor.

En la educación se creo un sistema de cuotas para repartir las plazas entre los grupos étnicos del país que limitó notoriamente el número de estudiantes hazara que podían acceder a la universidad, a pesar de que eran esos estudiantes la mayoría de los que aprobaban el examen de ingreso. La adhesión de ese mismo pueblo al nuevo orden de cosas se pudo comprobar también porque fueron ellos los que proporcionaron el mayor número de reclutas al ejército nacional afgano, lo que no deja lugar a dudas de su adhesión al nuevo gobierno. Sin embargo, cuando se produjo en el año 1993 la masacre de los hazaras en Afshar y ellos pidieron a Irán que dejase de apoyar al gobierno muyahidin de los tayikos, como Rabbani y Massoud, ambos líderes del partido Jamiat-e Islami (rama afgana de los Hermanos Musulmanes), Irán no hizo nada para frenar estas masacres, continuó apoyándolos, por lo que los hazaras se consideraron desde entonces traicionados por quienes deberían ser sus hermanos y rompieron casi en su totalidad sus relaciones con Irán. Por otra parte, a partir de entonces, la explotación de los emigrantes y refugiados hazara en Irán se incrementó considerablemente.

COMO LOS HAZARA HAN SIDO LOS PRINCIPALES DEFENSORES del Gobierno afgano democráticamente elegido, Irán no ha podido manipularlos. Lo que Irán desea es intentar perjudicar a los EE. UU. y por eso decidió pasar a apoyar a los talibanes, porque eran los que se estaban enfrentando con las armas a la OTAN, los soldados extranjeros y al propio ejército afgano. A pesar de que no hay nada común entre Irán y los talibanes, y a pesar de que a Irán no le beneficiaría nada que su país vecino fuese gobernado por ellos, ha decidido reforzarlos para crearle más problemas a su principal enemigo. Por eso los está rearmando y financiando, con el fin de que acaben por derrotar al Ejército afgano y sus aliados occidentales, y también para que consigan destruir todos los proyectos hidráulicos de su país vecino sin que aparentemente Irán tenga ninguna responsabilidad en ello. Esta ha sido la última metamorfosis de una secular guerra por el agua entre dos países sedientos a los que la naturaleza no le ha otorgado en abundancia el viejo principio de la vida.

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