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Un triunvirato para el hundimiento afgano

  • 06 sep 2022 / 01:00
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Todo ocurre por alguna razón, aunque unas veces no podamos conocerla. Pero si lo que ocurre no es un hecho aislado, sino un gran proceso, como una catástrofe natural, una guerra o la caída de todo un sistema político, entonces no habrá una sola razón, sino varias. Algunas vendrán arrastrándose desde muy atrás, otras estarán presentes desde hace algún tiempo, mientras que los factores desencadenantes tendrán lugar en un pasado muy cercano. Reza un dicho inglés: “por una herradura se perdió un caballo, por un caballo se perdió un mensajero, por un mensajero se perdió una batalla y por una batalla se perdió un reino”.

Escribo hoy, 31 de agosto, mientras veo en la televisión los fuegos artificiales con los que los talibanes celebran en Kabul la definitiva marcha de los norteamericanos, en una noticia rápidamente seguida por el 25 aniversario de la muerte de la princesa Diana en accidente de coche. Una muerte lamentable, pero no equiparable a la desgracia que ha supuesto para millones de personas el gobierno talibán, un gobierno que no accedió al poder gracias a ninguna conspiración demoníaca, sino por la negligencia, la complicidad y la culpa política y moral de quienes pudieron tomar las decisiones más trascendentales hace ahora un año.

Desde su ascenso a la presidencia en 2014, Ashraf Ghani decidió rodearse de un número muy limitado de personas. Y a la vez marginó a la mayoría de los políticos, comenzando por sus dos vicepresidentes, manipuló al parlamento y, lo peor de todo, politizó al ejército, concentrando de este modo todo el poder en sus manos y debilitando el aparato institucional del país. Por eso algunos periodistas afganos acuñaron la expresión “la República de los Tres” para describir lo que fue su gobierno.

Para intentar explicar el hundimiento de mi país he decidido escribir una serie de artículos, habiendo comenzado con el publicado el 16 de agosto, en el que analizaba la entrevista que A. Ghani había concedido un año después de abandonar el país. Continuaré del mismo modo analizando las entrevistas de aquellos políticos que lo controlaron todo en la República Islámica de Afganistán, y que permitieron que la pérdida de la herradura del caballo acabase con la pérdida del reino.

El más cercano al presidente fue Hamdullah Mohib, que junto a Fazli, jefe del gabinete de presidencia, y el propio Ghani, formaron la República de los Tres. Mohib había sido embajador en la ONU, jefe del gabinete de la presidencia, para pasar a convertirse en consejero para la seguridad nacional y mano derecha del presidente hasta la caída del gobierno en 2021. Y ha sido él quien más ha hablado antes y después de esa caída. En 2019 en el programa de la televisión turca TRT Network “Uno a uno exprés” a la pregunta de si le preocupaba la retirada de las tropas extranjeras, contestó: “todo lo contrario, esa retirada restablecerá la situación más rápidamente”.

Y a la pregunta de si consideraba humillante que los EE.UU. y Rusia hablasen con los talibanes a espaldas del gobierno, contestó que eso lo había propuesto el propio gobierno. “El proceso de paz comenzó con una proclamación de alto el fuego y con la apertura del gobierno”. En mi opinión ese irresponsable alto el fuego y la liberación de los terroristas talibanes como muestra de buena voluntad fueron los errores que les permitieron reforzar sus filas y debilitar más al ejército.

En una entrevista concedida a la BBC en 2021 tras la Conferencia de Múnich, cuando ciudades y distritos caían sin cesar en manos talibán, se le preguntó si creía que el gobierno podría retomar el control tras la marcha de las tropas; afirmó que estaban en un tiempo muerto, pero que el gobierno pronto restablecería la situación. En ese momento la mitad de los distritos se habían perdido, de los 30 pilotos de combate siete ya habían muerto, se había perdido el control de las fronteras y todas las líneas de aprovisionamiento estaban en manos talibán. Mohib no sabía cuántos de los 162 aviones y helicópteros militares estaban operativos, a pesar de ser ministro de defensa, y reconocía que la retirada internacional había hecho que se perdiese el control del aire, ya solo en manos de los EE.UU.

Añadió además que esas victorias talibán eran en la mayor parte de los casos propaganda, y a la pregunta de si los talibanes habían cambiado, contestó: “no hemos observado ningún cambio”. Demasiado tarde para darse cuenta de la falsedad de ese lema, repetido desde 2018, a la vez que se había proclamado el alto el fuego. A la pregunta de si habría un colapso del gobierno entre los 6 y 12 meses con la retirada de las tropas contestó que no era cierto, porque lo mismo se había dicho en 2014, cuando había comenzado la retirada de 100.000 soldados. Y si eso no había pasado entonces, tampoco pasaría ahora en 2021.

A la pregunta final: ¿pase lo que pase en Afganistán permanecerá aquí? contestó: “rotundamente sí, porque me siento más seguro en el caos de Afganistán que aquí en la tranquilidad de Londres”. Ni que decir tiene que salió huyendo a los Emiratos Árabes en el mes de agosto, llevándose al parecer una gran cantidad de dólares.

Meses después de la caída, el 11 de mayo de 2022, Mohib fue invitado a dar una conferencia en la Oxford Union, a pesar de las protestas de los estudiantes afganos y de muchos académicos y militantes políticos, que reunieron 12.000 firmas en pocos días. El acto no se canceló, los estudiantes se quedaron fuera, gritando “dejadnos entrar” y “Hamdullah Mohib traidor”. Lo acusaban de traición por ser responsable de la defensa del país y contribuir a que los talibanes hubiesen dejado Afganistán en ruinas. Se excusó, diciendo que el colapso del ejército había comenzado con las conversaciones con los talibán en Doha, y acusó a otros de “haberles lavado la cara a los talibán”.

Y, aunque reconoció que la República en su conjunto y sus principales gobernantes también eran culpables, sin embargo negó haber tenido responsabilidad alguna. La culpa fue los EE.UU. por negociar con los talibán y deslegitimar al gobierno, a pesar de sus advertencias de que los talibán no eran fiables. Pero ¡claro!, nadie había querido escucharle.

En esa misma entrevista, cuando se le recordó su responsabilidad y se le preguntó si tenía que disculparse por algo, echó las culpas, como se dice en Afganistán, a los vivos y los muertos, pero de ninguna manera pidió perdón. Y al preguntarle si él y sus amigos habían huido llevándose millones de dólares, contestó que él no había vuelto a Afganistán por dinero, e incluso que, al hacerlo, había hecho “sacrificios financieros”, y que por eso ninguna persona normal podría creerse semejantes acusaciones. No sabemos si para compensar esos mismos sacrificios nombró a su esposa norteamericana su asesora, con un sueldo de 18.000 dólares mensuales, que cobraba desde los EE.UU.

Casi toda la entrevisTA es una coartada para justificar su huida y la del propio Ghani. Dice que su gobierno fue obligado a liberar a los terroristas talibanes, tras consultar a la Loya Yirga, la asamblea de los grandes líderes tribales. Pero eso no es cierto, porque antes de liberar a 5.000 de ellos por los acuerdos con los EE.UU. ya habían liberado a una gran parte. Mohib odia a Pakistán. En una charla en la provincia de Nan tán era la encarnación del mal, por sus relaciones con Israel, al que consideraba Dar al-Harb, (NSC Afghanistan, 2021, 11:56) la casa de la guerra, o el territorio de los infieles, que debe ser conquistado por la yihad para que se pueda practicar allí el islam.

Fue entonces cuando afirmó que Pakistán quería ensanchar sus fronteras a costa de Afganistán para favorecer el dominio talibán, lo que llevó a la ruptura de las relaciones diplomáticas entre estos dos países. Ruptura cuya importancia minimizó, a pesar de la magnitud de las pérdidas comerciales y de todo tipo.

El rechazo pakistaní a Mohib fue la continuación del que los diplomáticos norteamericanos le habían aplicado en 2019, ocurrido cuando Afganistán ya era la República de los Tres, de esas tres personas que han sido las principales responsables del hundimiento de su país, de la oleada de miseria en la que está sumido, y de la cotidiana violación de los derechos humanos, y sobre todo de los derechos de las mujeres y los niños.

Alguien dijo una vez que los afganos solo están en paz cuando están en guerra. Esta afirmación es una muestra de lo que fue el desprecio del imperialismo inglés en muchos aspectos, pero sí recoge algo de verdad, y es que Afganistán también custodia la jarra en la que anidan sus propios males.

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