Santiago

¡A pincharseee... ar! “Si eras alérgico a lo que te inyectaban, al día siguiente te enterabas de sobra”

Compostelanos que hicieron el servicio militar hace muchos años recuerdan sus ‘batallitas’

  • 16 ene 2021 / 00:01
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No suele ser una de las cosas más recordadas de la mili, pero a pocos se les ha olvidado la experiencia de la vacunación en pleno servicio militar, porque se trataba de un auténtico espectáculo, con la tropa formada y desfilando entre los sanitarios y recibiendo el jeringazo a paso ligero, casi más que en la jura de bandera.

“Toca rejoneo”, solían mofarse los veteranos cuando a la llegada de los pelusos se convocaba una sesión de vacunación masiva al correspondiente reemplazo que acababa de hacer su entrada en el cuartel.

La situación era considerablemente vistosa, según recuerdan veteranos como el exconcejal Carlos Nieves, que define gráficamente la situación con una sola frase: “por doble carril y a velocidad de crucero”.

Formación, en fila de a uno, y desfilando con un sanitario a cada lado provisto de jeringuilla, y casos hubo con división de trabajo y seis practicantes. Los dos primeros desinfectaban, los dos segundos clavaban las agujas, y los dos siguientes ponían el émbolo y la vacuna. Luego vino la modernidad en forma de pistolas que permitían más rapidez y eficacia. Uno por cada lado, como quien monta tuercas en la cadena de una fábrica de coches.

Previamente, antes de enviar a los cuarteles a los quintos, se sometía a los aspirantes a cumplir con el Servicio Militar a un somero examen, como recuerda otro exconcejal compostelanos, Luis Toxo. Como todo hijo de vecino, el exedil tuvo que pasar por una prueba en la que además de auscultar, mirar la tensión y tocar, literalmente los cataplines - para comprobar si había alguna hernia-, se realizaban otras exploraciones médicas y se declaraba al quinto apto o no apto para ascender a la condición de recluta. Tras recibir el grado de apto, los nuevos reclutas recibían el petate y partían hasta el centro de instrucción donde le correspondía hacer el llamado campamento.

En su caso, señala, al hacer el servicio por Milicias Universitarias, no tuvo que hacer el paseíllo, sino enseñar la cartilla de vacunación en la que figuraban todas las que había ido recibiendo.

Densidad. Quien sí las sintió en propio cuerpo fue el veterano periodista Luis Rial, a quien además de la rapidez con la que se llevaba a cabo la operación, también se le quedó en la memoria lo doloroso que eran algunos de los pinchazos debido a la densidad del líquido que iba en las jeringas. Algunas de esas dosis eran calificadas como “de caballo”, por su gran contundencia.

El problema, como destaca Nieves, es que allí no cabía la opción, como dice el famoso soneto de Calderón de la Barca, “ni de pedir ni rehusar”. Es decir, recuerda no había lugar ni para preguntar qué era lo que te pinchaban en los brazos, ni mucho menos para ir de negacionista, porque el calabozo estaba literalmente a la vuelta de la esquina y no existía la más mínima posibilidad de apelación. Se desfilaba ante los sanitarios y punto.

A diferencia de la vacunación actual, en la que hay toda una tramitación y una serie de derechos individuales, allí la cosa se limitaba a citar a la compañía que fuera a tal hora y en tal sitio, y una vez allí, a descubrir los brazos y circular ligero. “Si eras alérgico a alguno de los medicamentos, ya te enterabas al día siguiente”, ironiza.

Eso sí, además del desmayo habitual, que en muchos casos era más achacable al miedo o al dolor del pinchazo que a algún trastorno serio, nadie recuerda, ni siquiera a través del poco fiable cauce de radio macuto, ningún caso grave provocado por la inyección más allá de algún malestar momentáneo, que también se producían con otro tipo de vacunas durante la vida civil. O era más seguro de lo que se pensaba, o el personal era más resistente y estaba vacunado contra todo, incluyendo el rancho.

A toda marcha. Lo que sí estaba claro es que el sistema funcionaba con una rapidez meteórica y una eficacia total, coinciden en señalar tanto Luis Toxo como Carlos Nieves. Porque en una mañana quedaba totalmente liquidado el reemplazo correspondiente sin que hubiera lugar al escaqueo.

Tocaba formar y desfilar y vacunar, algo muy distinto a lo que sucede cuando se trata de población civil, que incluso para realizar una prueba previa sobre el posible contagio de la enfermedad resulta difícil conseguir que comparezca en un centro sanitario, a pesar de todas las advertencias públicas sobre la conveniencia del mismo.

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