Santiago

A propósito de música y músicos en Compostela

  • 03 ago 2020 / 00:10
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Que Santiago es una “ciudad musical”... es incuestionable. Y, si se escribe en pasado, no cambia el sentido de dicha realidad: Compostela, con su música y sus músicos –ya sean de aquí, importados o venidos de fuera- ha sido siempre un lugar qua ha querido y ha sabido acoger el arte de Euterpe y, además, de un modo que ya otros muchos lugares quisieran... Que nadie se ofenda, pues es una gran verdad. Sus centenarias piedras han sido testigos de excepción. ¡Si ellas hablaran!... Hagámoslo, tímida y resumidamente en su lugar.

¿Dónde ha florecido y cultivado la mejor y más primigenia polifonía medieval?... En Compostela. Véase y compárese el Códice Calixtino con otros, tanto de su época como anteriores o posteriores. Elaborado allá por la segunda mitad del siglo XII, cuando al mismo tiempo se alzaba una joya pétrea no menos ilustre que se puede admirar en el mismo templo -el Pórtico de la Gloria- ese Codex no solo es, como se dice, la primera “Guía del Peregrino”, sino que, para quienes conocen toda su riqueza, en el aspecto musical, es de lo más novedoso y sublime. Juzguen y valoren hoy ambas joyas... y más ahora que –pese a las restricciones- lucen esplendidos tras ser felizmente “recuperadas/restauradas”. Son obras maestras que, cada una en su orden, remiten a un pasado que no ha dejado de asombrar y han situado a Compostela en la avanzadilla de la cultura y la música de Occidente.

¿Dónde se ha desarrollado una vasto abanico de melodías galaico-portuguesas de incalculable e inusitado valor?... En Compostela y su entorno. Véase la cuantiosa producción de cantigas, fruto de la proliferación de numerosos trovadores, de cuyos nombres dan cuenta jugosos “Cancioneros”, así como nuestro mismo acerbo popular. Melodías y poesías que traspasan nuestras fronteras y recogen los sentimientos de todo un pueblo, de sus gentes, sus sentires, anhelos y pesares... Obras de ilustres personajes que, hoy perdidos en el tiempo, entonces se codearon con los más grandes de la Corte (reyes, burgueses, otros eruditos de su época...) desde Sancho IV de Castilla, Alfonso X el Sabio o D. Denis “Rey de Portugal y Algarve”. Al margen de aconteceres históricos, a poco que se conozca hoy Compostela ¿quién no ha oído hablar “del” Joan Airas, o “del” Airas Nunes?... No son solo nombres de conocidos negocios de nuestras rúas. Son apelativos que, procedentes de ese pasado esplendoroso, han calado –y recalado- en nuestro presente.

Incluso en las etapas que se podrían calificar de verdaderamente catastróficas, ya sea a nivel humano –el terrible S. XIV, tristemente conocido por la gran pandemia de la peste negra- o a nivel cultural –los Siglos Oscuros (del XVI al XVIII) marcados por la pérdida y vigor de nuestra Lengua y Literatura- hay motivos para creer que, en el ámbito musical, no hubo un “silencio” absoluto... De otro modo ¿cómo se explicaría el quizás discreto, pero nada desdeñable “renacimiento” durante el XV y XVI... y el no menos esplendoroso y brillante apogeo de la música “barroca” del XVII y gran parte del XVIII?... Tuvo que haber un hilo de continuidad... El tema daría para una tesis doctoral, pero no es el caso, lógicamente.

Se podría seguir citando, pero dejémoslo ahí... pues no se trata de volver a las aulas en pleno verano para impartir aquellas clases de Historia da Música Galega... Quienes conserven los apuntes, a ellos los remito. Quienes no, libros hay para documentarse... Amen del recurso a “internet”, que con sus aciertos y sus no pocos desmanes, algo siempre aporta.

Volviendo al inicio, Compostela, ciudad musical... ¿No perdura hoy esa dádiva histórica? Habría que diferenciar entre calidad y cantidad, innovación y excelencia... pero aun así nadie duda de una proliferación musical de enorme calibre. Hay días y ocasiones en las que resulta imposible acudir a tanto concierto/recital o sesión musical programados casi a la misma hora y en no cercanos lugares. Se trata de elegir según gustos y aficiones y quizás no tanto de saturación pues, siendo música, sea todo bienvenido... La cuestión es no acabar cual agotados correcaminos o atolondrados borrachos sonoros...

Que haya, o haya habido, mucha –y buena- música en Compostela, no es cuestión del azar, ni cosa baladí. Pero ese aspecto también requeriría una atención que ahora distraería de lo que aquí se trata.

Dando un salto en el tiempo, y dado que comienza Agosto, baste traer a colación que en estas fechas se estaría celebrando la LXIII edición de “Música en Compostela”, pospuesta por motivos que todos pueden imaginar, pero que durante la friolera de más de medio siglo (¡toda una eternidad en los tiempos que corren!) ha atraído a Santiago a maestros, profesionales y aprendices de músicos de todos los continentes. Por algo será...

Pues bien, al margen de circunstancias o de coyunturas como las que vivimos, cabe decir que no hay música sin músicos. Parece una perogrullada... que merece una mínima explicación.

La música más real, la que más llega al común de las gentes, es esa que se hace en vivo y en directo... con o sin instrumentos, sobre o sin escenarios... No hace falta mucha tramoya para hacer vibrar las notas, ya sean del fondo de una buena “garganta” (mejor si son “cuerdas vocales” bien afinadas), o salidas de las manos de un ágil instrumentista o de un hábil e ingenioso hombre orquesta... Detrás de cada cadencia, de cada arpegio, hay alguien que “enciende la maquinaria”... Lo emite. Suena. Cala. Hace detener o aminorar el paso o, al menos, reclama la atención... Para bien o para mal, ese sonido/ruido no resulta indiferente.

Y es que, dicho de forma un poco trillada, la música no nace, se hace... Es una frase un tanto rotunda y quizás cuestionable en algunos aspectos, pero tiene mucho de realidad. La música discurre en el tiempo y es fruto de una destreza para algunos cuasi desconocida y, por ello, quizás poco valorada. Puede calificarse de “celestial”, pero no: “no cae del cielo”...

No se trata de reivindicar aquí el valor de la música, sus intrínsecos poderes ni los esfuerzos que requiere... Pero sí, quizás de poner un poco el acento –una vez más- en el gran tesoro que alberga esta ciudad, musical en su esencia, en sus raíces, en su devenir... y en el ahora.

¿Quién se extraña de que, paseando por sus calles y plazas –y más en estos meses veraniegos- nos encontremos en cada esquina un músico –aficionado, profesional o semiopensionista...- interpretando una partitura o improvisando acordes que atrapan por su peculiar sonoridad?... A un lado, la tuna con el Guantanamera de Compay Segundo. A pocos metros los tres tenores con el Va pensiero de Verdi. Más allá, el excéntrico “Didgeridoo” con su “roncón” y su reinventado “atrezzo”, o las dulces notas del arpa... cuando no las intrépidas florituras del violín que se recrea con Las cuatro estaciones... ¿Qué más se puede pedir?...

Sottovoce... que es como mejor suena todo: quizás que pronto estos músicos puedan dejar su particular confinamiento y se explayan por la ciudad... entre otras razones por aquello del “distanciamiento” y “sobreexposición” (en este caso, “acústicos”) que genera el simple revoltijo de juntarse... Pero, sobre todo, y mejor sin sordina, que nada ni nadie nos prive de algo tan propio, tan nuestro, tan de Compostela: su... música y sus músicos. Que siga, que suene, que rule y no decaiga...

No hace falta añadir razones, pero por si alguna hubiera que apuntar sirva esta sentencia que, aunque aplicada a las bandas populares, bien puede extrapolarse más allá de ellas: “El pueblo que sostenga una banda regularmente organizada nadie podrá calificarlo de inculto e inmoral, porque donde hay música, probado está, que hay cultura, ilustración y moralidad” (J. Mª Varela Silvari, 1876).

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