Santiago

“A Rosalía”

  • 14 feb 2022 / 01:00
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No es el encabezamiento ni dedicatoria de una misiva dirigida a alguien con florido nombre. Es el título de un poema de Manuel Curros Enríquez (Celanova, 1851-La Habana, 1908).

Y es, asimismo, uno de los textos escogidos por José Baldomir Rodríguez (A Coruña, 1865-1947) para componer una de sus obras.

Texto y melodía unidos contribuyen a difundir el cliché de una Rosalía de Castro (Santiago, 1837-Padrón, 1885) que quizás no fuese tan triste ni se viese tan atribulada como se piensa, aunque es difícil desmontar tal teoría.

Es significativo que, en una copia de ese poema de Curros y música de Baldomir, aparezca esbozado un ciprés y unas hojas que caen sobre la cruz de una tumba, a cuyo lado se alza una figura con un rosario pendido del cuello. Parece una estampa de un cementerio, pero se justifica porque está relacionado con algún momento luctuoso de la poetisa.

Rosalía, como escritora, y su esposo, Manuel Murguía, como historiador y militante político, fueron de los primeros en iniciar un movimiento de notorios cambios para Galicia, algunos abortados por gobiernos, luchas y guerras de triste recuerdo.

No se sabe en qué momento realizó Curros Enríquez el citado poema, aunque se deduce que pudo hacerlo al saber que se estaban recaudando fondos en La Habana para levantar un monumento a Rosalía, mujer que tanto lloró la pena de los emigrantes gallegos. O quizás lo realizó cuando se supo del traslado de sus restos desde Padrón a S. Domingo de Bonaval.

Por su parte, Francisco Rodríguez afirma que se publicó en Santiago en La Patria Gallega, 30-5-1891. Hay algún dato incluso que hace pensar que fue editado en Barcelona, antes de 1916.

En todo caso, los versos de Curros sintonizan con la visión de una Rosalía que casi todos defienden: persona afligida, sin descanso en el alma, con miedo, con sentimientos de marginación -y tildada de “tola”- desde la cuna hasta la muerte. En suma, una Rosalía con un perfil estereotipado y monocorde, pese a que su vida -no fácil- trascurrió sin grandes sobresaltos.

El poeta de Celanova, en gran parte de su obra literaria, extensa y variada, en gallego y en castellano, fue crítico y díscolo con su entorno. Su posicionamiento en contra de la ortodoxia imperante lo reflejan. La emigración y el trato recibido por los gallegos fuera de su patria, su particular anticlericalismo y su singular republicanismo, están presentes en su biografía, no exenta de cambiantes interpretaciones.

Exiliado a Londres y desde 1894 instalado en Cuba, vivió el proceso de independencia de la isla, haciendo notar su descontento a través de la prensa. Fue un personaje clave, aunque con aristas y poco dado a confraternizar con cualquiera. Su obra literaria más importante vio la luz antes de pisar Cuba y uno de sus rasgos es que no muestra su lado más íntimo. Se salvan algunos textos, como el dedicado a la poetisa gallega, cuyo valor ensalzó por abanderar la lengua materna.

Ese poema “A Rosalía” es un breve texto donde Curros también refleja los supuestos pesares que corroían a la musa: la orfandad, la impotencia, el desasosiego o la resistencia a creer en una eternidad que veía con cierto recelo.

Parece inspirarse en la escena de la estancia de la poetisa descrito por su hija Alejandra, en su último suspiro: pidió que le abrieran la ventana para ver el mar, algo imposible por la distancia. De hecho, Curros comienza así el poema: D’o mar pol’a orela / mireina pasar. / N’a frente una estrella / no bico un cantar / Eu vina tan sola / na noite sin fin!...

Esos versos derivan hacia un exclamativo y expresivo lamento: ¡Ai d’os que levan n’a frente una estrella! / ¡Ai d’os que levan n’bico un cantar!

Es normal ver en Rosalía ese tono quejumbroso, pues es el más difundido. Sin embargo, sus hijas transmiten la idea de una mujer alegre, risueña, habladora y amante de la música.

Tras un estudio de datos constatables de su niñez, su boda, su rol de mujer casada y madre de seis hijos, M. Mayoral aborda su carácter, sentimientos, creencias y otras sugerentes cuestiones, llegando a conclusiones como esta: Se houbese que definir o seu ton fundamental eu diría que é rexo, forte, conciso, mesmo ás veces seco, pois ese é o ton dos seus mellores poemas (...) non é una poeta monocorde, senón que ten ao longo da súa obra unha estimable variedade de tons (2020).

Miro ese monumento de la Alameda de Santiago donde está pensativa y melancólica. Leo su incerteza grabada en granito, cerca de las torres de la catedral: Dende aquí vexo un camino que non sei a donde vai; polo mismo que n’o sei quixera o poder andar. Y así se entiende ese dolor existencial o dolor de vivir, como señalan V. García y M. Mayoral.

Sus negras sombras oscurecían ese ceo, azul crarísimo. De ahí su aparente amargura en su escritura: Teño un mal que non ten cura.

Ahora le preguntaría: Rosalía, ¿te has puesto en camino?, ¿alcanzaste cura o alivio?... Espero que no conteste con otro tópico gallego: Depende!

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