Santiago
|| leña al mono, que es de goma ||

Contra la chabacana ‘naturalidad’

  • 01 ago 2021 / 01:00
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A LOS QUINCE años resulta muy difícil no ser un perro verde. Un perfecto berzotas. Algunos intentamos recordarnos a esa edad y las imágenes no pueden ser más patéticas. Allí estábamos, flacos, pasotas y desgarbados, libando diez o doce de la misma litrona de cerveza en el escalón exterior del bar más cercano al colegio, jugando al futbolín e intentando que alguna chica nos hiciese caso, por lo general sin éxito, cuando salían del instituto. El medio ambiente nos importaba un carajo, no como a los adolescentes de hoy, siempre preocupados por el deshielo del Ártico; soñábamos con tener una moto humeante y ruidosa y nos choteábamos de todo. Los días eran una sucesión de rutinas marcadas por la ida al colegio en compañía de otros cafres, las clases aburridas, el bocata de las once en un patio amurallado, los cigarritos a escondidas antes de volver a casa a comer y las tardes de muermo estudiantil confiando en que al salir podríamos disfrutar de media hora de relax con los coleguillas.

Por la noche tocaba asomarse a la ventana en busca de la chica de ayer, que ya debe ser abuela veterana, y escuchar en la radio al Loco de la colina hasta que el sueño nos doblegaba entre letanías extrañas y punteos galácticos de Pink Floyd.

La política también nos la traía al fresco, nuestros ídolos eran tipos melenudos que golpeaban con saña guitarras y baterías y nuestro compromiso social y solidario tenía un perfil tan bajo que incluso los más golfos de la pandilla se marcaban como objetivo principal del curso vaciar la hucha del Domund sin que el cura de turno se diese cuenta. No era una operación sencilla, porque todos los puñeteros botes llevaban un pequeño candado, pero al final alguien se las apañaba para afanar unas cuantas monedas.

Vestidos de estreno. Ese pasado cutre reapareció con fuerza en la memoria de algunos carrozones hace muy pocos días, concretamente el pasado domingo, con motivo de la visita que cursaron a Santiago la princesa Leonor y la infanta Sofía en compañía de sus padres. Allí estaban ambas, altas, guapas y tímidas, mostrando con cierto recato los vistosos vestidos de color fucsia y verde turquesa que probablemente alguien eligió por ellas. Y ahí seguían muchos minutos después sonriendo con cortesía al sinfín de personas desconocidas que asistieron a la Ofrenda al Apóstol. Posiblemente hubiesen preferido pasar la mañana compartiendo litronas, o quizá no, con los hijos o nietos de los impresentables citados al principio, pero en su caso la elección es imposible.

Algo innegable es, sin embargo, que guardar así la compostura a los quince años no es cosa de tono menor, y mucho menos cuando sabes que tienes millones de ojos clavados en tus trajes de estreno y en tus movimientos. De hecho, los descerebrados vintage sabemos que a esa edad hubiésemos hecho el ridículo más espantoso en cualquier con el relumbrón del celebrado el 25 de julio. No habríamos sabido cómo actuar, cómo saludar, cómo caminar y mucho menos de qué hablar con tanta gente adulta y elegante. Seguramente también habríamos tropezado de forma aparatosa en alguna losa y al ver el botafumeiro no hubiésemos podido evitar echar unas carcajadas al imaginarnos al profesor de Física metido en la cazuela y con el cabezón ahumado.

Leonor y Sofía, en cambio, no perdieron en ningún momento la circunspección y el decoro durante toda la ceremonia, y la verdad es que daba gusto verlas representando con tanta dignidad, al lado de los reyes, el difícil papel encomendado. Seguramente a ambas, porque rondan los quince años, se les pasó por la cabeza algún pensamiento inconveniente o rebelde, pero si fue así nada trascendió al exterior.

moda ‘ñoña’. Un gran número de pesados influencers y no pocos cronistas de sociedad se han esforzado mucho en los últimos tiempos en intentar ridiculizar a ambas jóvenes largando perlas tales como que su madre las viste en un plan muy ñoño y repolludo para su edad, como queriendo decir que la Casa Real sigue anclada en unas costumbres apolilladas que cantan por peteneras en el mundo actual. Y no han faltado también quienes las han acusado, manda bemoles, de ser poco espontáneas y naturales.

Cada cual puede pensar al respecto lo que quiera, pero está claro que el protocolo y el ceremonial tienen cada vez más importancia a la hora de frenar, precisamente, esa ola de naturalidad mal entendida, a veces tan soez y chabacana, que tanto se ha extendido por España, con especial relevancia en los platós de televisión. Y es que, en comparación con ciertos presentadores adictos a la vulgaridad y con no pocos participantes en concursos vomitivos, hasta los asilvestrados colegiales de antaño parecíamos angelitos.

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