Santiago

Don Argimiro, un párroco humilde y social

    • 11 jul 2022 / 01:00
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    UN EPISODIO cerebral atendido a destiempo lo postró los últimos doce años. Los vecinos de Santa Marta, los del barrio viejo, aún añoran cruzárselo en la calle para echar una buena parrafada. De conversación interminable, don Argimiro era un párroco al que le preocupaban todos los asuntos, sobre todo los cercanos a la gente. Aunque lo conocí cuando nos mudamos al barrio nuevo, hacía muchos años que sabía de su actividad social por mi tía Josefa Libertad, vecina del grupo de viviendas Diego Xelmírez y Tras Peregrino. Las excursiones de la parroquia, en una época en que no se viajaba como ahora, fueron una gozosa actividad periódica que ensanchaba las fronteras de la zona. Más de cuarenta años en Santa Marta acreditan a Argimiro Torea Sendón, que falleció a los 86 años mientras agonizaba el día de San Pedro.

    Amortajado por sor Sofía con alba, casulla y rosario, y rodeado de rosas, gerberas y lilium, el reverendo fue atendido por las monjas de San Marcos durante esta penosa travesía hasta el mar de Esteiro (Muros), en cuyo cementerio parroquial reposan ya sus restos. Asiduamente lo visitaban en la residencia Pepe Barca, Benito González Raposo y Santiago Ferreiro, además de la vecina Carmen Corrales, entre otras personas. En el velatorio, Barca habló de su humildad y preocupación por los mayores y los niños, mientras que en el funeral el arzobispo de Santiago, Julián Barrio, destacaba su sencillez y la implicación con la parroquia de Santa Marta, de la que don Argimiro era párroco emérito.

    El sacerdote, cuyos hermanos son María, Manolo y Pepita, siempre estuvo “muy pendiente” de la familia, según indican las personas cercanas. Deja un testimonio de servicio y amor al prójimo, iniciado en tiempos en que la vida era más difícil, cuando éramos más pobres ni había móviles; pero una vida en la que nuestra sociedad era más comunitaria, menos individualista y mucho más afectuosa. Se fue un cura histórico de la ciudad, de los que se ponían al frente de las manifestaciones vecinales para reivindicar un semáforo; de los que compartía las dificultades o sufrimiento de las familias; de los que movía Roma con Santiago por el progreso del barrio; de los que cada vez quedan menos. A mí me queda la pena de que no haya podido ver la colorida decoración con azulejos del muro sur de la iglesia en que tanto predicó, obra de otro inquieto vecino, Julio Ferreiro. Seguro que a Argimiro lo ha recibido Pedro con los brazos abiertos.

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