Santiago
Acceder a Críticos del CHUS es oír aparatos que no dejan de pitar, enfermos rodeados de cables y personal asfixiado por el EPI // Algunos pacientes llevan meses ingresados

“Es terrible ver entrar en la uci a un paciente hablando y en minutos que esté ya intubado”

  • 27 feb 2021 / 01:00
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Detrás de mascarillas, guantes, gafas y una sofocante bata protectora están personas que llevan luchando en el hospital Clínico Universitario de Santiago , desde marzo, contra un enemigo común, el coronavirus. Dentro de unas unidades (uci y rea), que los expertos ven como el termómetro de cómo evoluciona la pandemia, han visto, siempre en primera línea, escenas que jamás olvidarán. Entre ellas, la de infectados por COVID que entraban hablando en el hospital y a los pocos minutos tenían que ser intubados. Unos han salido de allí para ir a planta pero otros no lo han conseguido. “Algunos llevan tanto tiempo aquí que han juntado la segunda ola con la tercera, porque llevan más de dos meses ingresados”, comentaba ayer la intensivista Elena Giráldez.

Al entrar en estas unidades se puede ver a enfermos rodeados de aparatos que suenan sin cesar y un sinfín de cables que limpiadoras como Maribel Luque deben sortear para hacer un trabajo que en estos espacios es todavía más concienzudo, si cabe. Para ellos, las olas tienen otro significado, son tsunamis que arrasaron no solo a pacientes, sino también a ellos, el personal del CHUS. Unos, contagiados por el maldito virus que llegó hace ya un año, y otros que tuvieron que estar en cuarentena, a veces fuera de sus hogares.

Un total de cinco meses tardó el área sanitaria de Santiago en pasar de riesgo extremo a intermedio, aunque en el CHUS subrayan que para traspasar esa línea roja solo hicieron falta unas pocas semanas, llegando al triste récord de incidencia acumulada en catorce días, de 713 casos activos, el pico máximo.

En estos últimos meses se alcanzaron cifras nunca vistas, con un pico de 301 casos nuevos de coronavirus en solo un día y un total de 3.445 casos activos simultáneamente.

Así, a través del Plan de Contingencia se activaron diferentes dispositivos extra para la atención a pacientes infectados. Algunos no fue preciso utilizarlos, ya que el hospital Clínico llegó a tener cinco controles de enfermería de hospitalización convencional reservados para enfermos COVID y tres unidades completas y una parcial con estos pacientes en unidades críticas.

Detrás de estas cifras están médicos, enfermeras, auxiliares, celadores o personal de limpieza. Todos remando contra una ola que les dio de bruces en marzo, aunque aseguran que “lo peor vino ahora”.

Reconocen que han pasado miedo, pero que les da más llegar a una cuarta ola. “Entiendo que hay ganas de salir, yo la primera, y no voy a ser quien diga que no hay que ir a una terraza a tomar algo, pero sí a que si quieres mañana tomar otra, debes tener mucho cuidado”, dice la doctora Giráldez, que cuando salga hoy de su extenuante guardia de 17 horas tiene el firme propósito de ir a la costa a respirar el aire del mar.

Explica que el COVID “le puede tocar a cualquiera, que nadie está libre... que no todo son personas mayores”. De hecho, si algo trajo esta tercera ola fue que afectó a pacientes más jóvenes, desde veinteañeros hasta los que aún no rozan los cincuenta o sesenta. Asegura que estos enfermos, al igual que los más mayores, tienen que luchar por su vida como jabatos, al igual que lo hacen los que los cuidan en el hospital y se dejan la piel. Literalmente, con turnos dobles o renunciando a días de descanso, como cuenta Rosa Villar, enfermera en Rea.

La intensivista del CHUS comenta que muchos pacientes que van a planta tras estar en cuidados críticos “no tienen nada que ver con la persona que entró el primer día. Sufren anorexia, debilitamiento muscular y hasta arrastran problemas psicológicos”. Además, subraya que “es terrible ver entrar en la uci a un paciente hablando y minutos después que ya esté intubado”.

Al hablar con el personal de uci y una reconvertida Reanimación para atención a pacientes graves con COVID, todos coinciden que sufren a diario con los que luchan y no se dejan vencer, pero más con los que se van. “Ayer estuve con un paciente de poco más de treinta años y vi que había empeorado mucho después de una mejoría que me alegró el día, pero al verlo otra vez tan mal se me fueron las ganas y las fuerzas.... Y dije: ¿qué más puedo hacer ya? Al verme tan desesperada una auxiliar me dijo: “¡venga, ánimo! no vas a rendirte ahora”.

Y es que todos resaltan que esta batalla la están superando gracias al compañerismo que reina en uci y Rea. De hecho, su vida consiste en pasar muchas horas en el hospital luchando a destajo contra el virus. “Todos trabajamos en equipo, desde un médico que puede ir a llevar unos análisis a un celador que se queda moviendo a un paciente”. Y es que a veces son necesarias cinco personas para pronar a un enfermo, es decir, para colocarlo en posición decúbito prono, una técnica que se emplea a menudo en estas unidades de Críticos, pero que se ha convertido en una auténtica tabla salvavidas para pacientes afectados por COVID, según explica Rosa Villar, de Rea.

En este sentido, la doctora Giráldez asegura que “lo más complicado es mover a un paciente con obesidad. Además, en el caso de enfermos jóvenes ese sobrepeso dificulta que tengan una buena evolución”.

Sobre el tiempo que pueden pasar los pacientes en las unidades de Críticos del CHUS, dice que “algunos, por desgracia, están más de dos meses. Tenemos algunos que han juntado la segunda con la tercera ola”.

Ahora, a pesar de que este mes se pasó de cuarenta y siete pacientes en Críticos a los diecisiete de ayer, ellos y la gerencia piden que cumplan escrupulosamente con las medidas de prevención ya que la tensión en los centros sanitarios sigue siendo importante.

protagonistas
“¿Aplausos? un apretón de manos del paciente vale más”
Elena Giráldez
Médico intensivista de la uci del CHUS

Esta experta intensivista que trabaja en la uci del hospital Clínico de Santiago acumula cansancio y desesperación tras un “duro año de lucha contra el COVID”. Ayer, como todos los días desde el confinamiento, fue caminando de su casa al hospital. Son veinte minutos que aprovecha para despejar la cabeza y tomar impulso para enfrentarse a una larga guardia.

Cuando se le pregunta qué es lo más duro, no duda en explicar que “lo peor es ver cómo cambia repentinamente la situación de un paciente. Puede ingresar muy mal y al cabo de unos días mejorar, pero al volver de una guardia compruebas que está peor. Es desesperante porque luchas mucho por ellos para que salgan”. Así, asegura que el mejor aplauso para ella es “ver que un paciente va a planta y que, cuando buscas un hueco para ir a visitarlo, te da un apretón de manos. Con ese gesto sabes que va por buen camino”.

“Mi mayor temor no es que me contagie, sino pasarlo”
Sofía Veiga
Celadora del hospital Clínico de Santiago

Sofía cogió una vacante en la uci del CHUS hace ocho años, aunque lleva una veintena trabajando como celadora en el complejo. Estuvo desde el minuto uno en primera línea y reconoce que al principio, “al ser todo nuevo, tenía mucho miedo, aunque mi mayor temor no es que me pudiese contagiar, sino ser vector de transmisión”. Ahora, con las dos dosis de la vacuna contra el COVID ya puestas, insiste en que “esto no evita transmitir el virus. Aún falta para que la mayor parte de la población esté inmunizada”, asegura. Por este motivo, recalca en que “la gente no debe relajarse. Las restricciones han demostrado que son necesarias. Por eso, es importante que la gente se cuide, para no saturar los hospitales”. Esta celadora conoce lo que es estar en una unidad de Críticos. “Son enfermos que están mucho tiempo intubados y aislados completamente. Es muy duro”, subraya.

“Es duro entrar tras morir una persona en soledad”
Maribel Luque
Personal de Limpieza del CHUS

Maribel Luque pertenece al personal de Limpieza del CHUS y el primer confinamiento ya lo pasó en planta COVID. “Estuve dos meses y medio y llevo desde el 4 de noviembre en la uci con estos pacientes”, explica, a la vez que la primera palabra que le viene a la mente cuando se le pregunta cómo afrontó trabajar al principio de la pandemia es la de “acojonada. Se pasa mucho miedo, aunque con el paso del tiempo lo vas controlando”. Relata lo difícil que es trabajar en una unidad de Críticos, “porque estás en un lugar donde los pacientes están intubados o rodeados de cables y tienes que tener un cuidado extremo”. Después de tanto tiempo, explica que el EPI “ya me lo pongo en diez minutos”, aunque, al igual que sus compañeros, asegura que “se suda mucho y es incómodo. Pero, al final, te acostumbras”. Aunque de lo que es incapaz de acostumbrarse es a ver morir a los pacientes. “Es duro entrar y verlos. Se mueren en tanta soledad...”. La parte buena “es el trabajo en equipo, donde todos te tratan por igual”.

“A una joven le quedaron muchas secuelas: no se levanta”
Rosa Villar
Enfermera de Reanimación

Rosa Villar es enfermera de Reanimación en el CHUS, una unidad que tuvo que adaptarse por la presión hospitalaria. Así, sus 18 camas tuvieron que ser ocupadas por pacientes COVID, aunque, como subraya, “no hay que olvidar que también atendemos a pacientes que lo precisan tras ser operados”. En este sentido, señala la necesidad de que ahora, con la relajación de las medidas restrictivas, “no se baje la guardia. Hay gente en lista de espera para poder operarse, ya que debido al aumento de casos se tuvieron que hacer solo las intervenciones más urgentes. La gente debe concienciarse de que no debemos afrontar una cuarta ola”. También subraya que “todos estamos expuestos. Conozco a una persona joven asintomática pero a la que quedaron muchas secuelas tras meses. A veces no se puede levantar de cama”. De lo bueno del trabajo destaca, al igual que sus compañeros, la lucha en equipo, además de que “en Rea conseguimos en esta tercera ola evitar intubaciones y sedaciones con cánulas de alto flujo”.

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