Santiago

Rosario llevaba 4 meses sin contacto con las compañeras a las que llamaba

Presas que estuvieron con ella en A Lama y Teixeiro afirman que el traslado fue un mazazo del que nunca se recuperó

  • 20 nov 2020 / 00:00
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-Rosario recoge tus cosas en el petate que te trasladamos..

-¿A dónde? Al módulo 9 a estas horas de la mañana...

-¿Al 9? Te vas para Ávila.

-¿A Ávila? No podéis mandarme a Ávila. ¡Dejadme que llame a mi abogado! Tengo que recoger mis cosas en el almacén. No podéis hacerme esto.

-Nada de abogados. Tú (dirigiéndose a una de las presas que se habían arremolinado) después guardas las cosas de Rosario para que se las manden a la cárcel de Brieva.

La escena tuvo lugar sobre las 06,30 horas de la mañana del 9 de marzo y la recuerdan para EL CORREO GALLEGO dos de las personas que estaban ingresadas en el mismo módulo en A Lama que una Rosario Porto que se quedó paralizada y muda, sin poder hacer nada limitándose a meter las cosas en el petate. Una de ellas añade que “... y a las ocho ya estaba en el furgón preparada para salir, algo que parecía increíble. Ni tiempo le dieron para despedirse de nosotras, de sus compañeras”.

En ese punto sitúan estas dos exreclusas que quisieron hablar “para denunciar que esto, por el suicidio, nunca debería haber ocurrido” y que, según su opinión, suponía el principio del fin de la madre de Asunta Basterra. (Las dos mujeres accedieron a dar su testimonio con la condición de que se preservaba su identidad y no iban a ser grabadas ni en audio ni en vídeo, por razones obvias).

“Nos quedamos horrorizadas cuando en las televisiones oímos a algunas que dicen ser presas o funcionarios comentar que ella empezaba a estar integrada en la cárcel de Ávila, que ya se echaba cremas, que se vestía y todas esas tonterías. No es cierto, Charo sufría mucho desde el traslado a una prisión en la que no se sentía cómoda cuando ya se había integrado en A Lama; cierto que tenía sus manías, sus altos y bajos, como todas, pero aquí estaba tranquila, allá en Ávila, y ella lo sabía, le iban a hacer la vida imposible. Por eso nunca asimiló el traslado y su comportamiento cambió mucho”, afirman. Estas mujeres formaban parte del grupo de personas con las que Rosario Porto hablaba por teléfono cuando abandonaron el penal pontevedrés. “Se gastaba un dineral en llamadas telefónicas, nos preguntaba cómo nos iba, qué hacíamos y un montón de cosas más. Llamaba todas las semanas”, añaden.

A la pregunta de si siguió haciéndolo desde Brieva estas dos exreclusas (junto a otra chica y un excompañero en Teixeiro con los que contactó EL CORREO y que también hablaban regularmente con Porto) coinciden en señalar que al principio recibían alguna llamada pero más espaciadas y que cesaron “hace aproximadamente cuatro meses”. “Desde entonces dejó de hacerlo y no volvimos a saber nada de ella”, insisten antes de recordar que, para ellos, es una prueba de que ya estaba pasándolo mal. “En alguna ocasión contó que había algunas presas que la insultaban y que, por tanto, prefería no mezclarse con ellas por que el ambiente no era nada bueno”, señalaban.

(Este plazo de tiempo coincide con el que, en distintas declaraciones, reconoció su abogado José Luis Gutiérrez Aranguren que llevaba sin hablar con Rosario Porto).

UNA SORPRESA QUE ESTUVIERA EN UN MÓDULO. Todas las personas consultadas no entienden “las razones por las qué se le sacó del protocolo antisuicidios cuando deberían saber, por su expediente, que las peores depresiones empezaban coincidiendo con el aniversario de la muerte de su hija (21 de septiembre) y el cumpleaños de la niña (30 del mismo mes) y se prolongaba hasta las Navidades. Durante ese tiempo sufría bajones importantes”. “Y por eso nos extrañaba mucho que desde el verano no hablara con ninguna persona con las que habitualmente contactaba en Galicia”, insisten las fuentes.

Añaden también que en A Lama la visitaban “su abogado, la Nena (una amiga de la familia Porto), alguna vez sus primas y una chica y otro recluso con los que coincidió en Teixeiro. Rara era la semana que no tenía contacto con gente del exterior, aunque unas veces volvía de mal humor”. Además destacan que “aquí (por Pontevedra) podía ser atendida por su psiquiatra y su psicólogo particulares, además de que salía a la consulta del ginecólogo y del especialista de su lupus. Eso, estamos seguras, no lo podía hacer en Ávila y ya se sabe que los psicólogos de las prisiones no se paran demasiado y no hay psiquiatras. Para ella era muy importante saber que la atendían personas de su confianza”. “Eso allí en Brieva no lo tenía, al menos no lo tuvo en los dos primeros meses en los que habló con alguna de nosotras”, añaden.

Coinciden en que, “no tenemos dudas”, debería estar bajo vigilancia en unas fechas que coinciden con los peores momentos que pasaba ella desde que ingresó.

Pidió “el arraigo” a un amigo para que le permitieran salir del penal
Le denegaron permiso al no reconocer su culpabilidad por lo que solicitó amparo al Defensor del Pueblo

Rosario Porto llevaba algún tiempo pensando en salir de prisión con un permiso de siete días al que, con la legislación en la mano, tenía derecho una vez cumplida la cuarta parte de la condena y tras observar buen comportamiento, tras unos primeros meses en Teixeiro donde se las tuvo tiesas con los funcionarios. En A Lama había encontrado cierta estabilidad y mantenía bastante buen comportamiento aunque, como abogada, “presentaba muchas quejas, reclamaciones y peticiones a la dirección del penal”, recuerdan sus excompañeras, “y eso llega a molestar. Pero ella en eso era muy quisquillosa, a pesar de que muchas veces le decíamos que se cortara un poco”.

La Junta de Tratamiento de A Lama rechazó su primera petición con los argumentos de que no reconocía su culpabilidad y que su salida de la cárcel supondría una alarma social dada la repercusión mediática de su caso.

“Nosotras le recomendamos siempre que dijera que era culpable, eso ya no la iba a condenar más y le permitía lograr los permisos”, recuerdan las fuentes, “pero ella decía siempre que no. No aceptaba la situación y nos decía que no es lo mismo ser culpable que inocente”.

En Ávila también pidió, al menos, un permiso. Para hacerlo escribió a un amigo (su identidad podría esconderse tras las siglas J.C., según personas consultadas) para que le diera lo que en lenguaje carcelario se denomina arraigo (una persona que se responsabiliza de que el recluso está en lugar conocido siempre a disposición de la Justicia y se compromete a que regrese al finalizar el plazo concedido). Esa persona contestó de forma afirmativa a través de otra carta y mostró su disposición a viajar hasta la cárcel de Brieva para trasladar a Rosario a Madrid, donde ella tenía pensado establecerse esa semana para realizar algunas gestiones. “Quería que una persona de su confianza sacara algunas cosas de valor de los pisos que tiene en Santiago ya que tras lo ocurrido en el chalé tenía miedo de que le entraran a robar”, señalan las fuentes.

Se rechazó su petición y rosario, enfurecida, decidió escribir varios escritos quejándose al Defensor del Pueblo y para pedir su amparo.

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