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Eugenio Granell y Compostela

    • 05 jul 2021 / 01:00
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    el próximo 25 de julio, día del Apóstol Santiago, es domingo, igualmente así fue en 1993, un año Xacobeo histórico que estuvo abierto a grandes acontecimientos, algunos arraigarían con enorme solidez en la ciudad y tendrían continuidad; eran entonces momentos de gran pujanza, no solamente en lo material, también en las ilusiones y la confianza en un futuro que se veía prometedor.

    En aquellos meses centrales del año, Eugenio Granell se prodigaba en la ciudad; en la década anterior había regresado de Nueva York y desde Madrid, en donde residía visitaba con frecuencia Santiago; entre los meses de enero y febrero el Auditorio de Galicia le había organizado una gran exposición y en ese verano formó parte de Alén-Mar, en San Martiño Pinario, una muestra que daba visibilidad a la creación de artistas de Galicia que habían vivido en América, y en el mes de julio tenía lugar la ubicación, en el Parque Música en Compostela, de la escultura Retrato póstumo de Asurbanipal, donada por el ICO, de cuyas colecciones era director Aurelio Torrente; en esas condiciones favorables se estaba fraguando un fuerte vinculo del artista con la ciudad que presagiaba una fructífera relación, como así sería en los años siguientes, consolidada con la creación de la Fundación Granell, referencia ahora indiscutible para el estudio de su obra y del Surrealismo histórico y posterior.

    Una de las principales bases de la Fundación se sustentó en las colecciones Eugenio Granell y Surrealista, luego se incorporarían las de Philip West, Arte Étnico y de collages de Amparo Segarra. La primera reúne las obras del autor, compuesta por más trescientos óleos, dibujos, gouaches, construcciones, objetos, grabados, tapices, fotografías y supone la memoria viva de su existencia a lo largo de medio siglo de actividad; se acompaña de otros elementos que proceden del ejercicio de la literatura, del impulso de proyectos (La poesía sorprendida, junto a Alberto Baeza Flores y Freddy Gaton) y del periodismo; a través de ella se pueden conocer las claves de su obra multidisciplinar, los momentos álgidos de su recorrido, los comienzos en Santo Domingo, en la década de los cuarenta, el encuentro con Breton y la importancia que tendrá ese hecho en la biografía de Granell.

    Por esta razón, el acercamiento a su universo creativo se verá enriquecido gracias a la información que proporcionada que facilita la lectura y comprensión de los tiempos y acontecimientos vividos en República Dominicana, Guatemala Puerto Rico y Nueva York; las culturas centroamericanas, mitologías y naturaleza, determinan el rumbo de su obra y en ese primer tiempo de creación, se produce la llegada de Granell al surrealismo histórico y su participación en la exposición Le Surrealisme (1947), en la galerie Maeght de París que organizan Breton y Duchamp.

    La singular antología comprende, óleos, acuarelas, tintas chinas sobre papel y cartón de diversos tamaños, carteles, grabados, cuadernos de dibujos, construcciones de madera policromada; algunas de esas obras cuentan con su propia historia y recorrido, han formado parte de exposiciones en galerías históricas europeas y americanas, son obras viajeras y significativas en la vida del artista, lo que las hace todavía más atractivas y valiosas.

    Se completa esa colección con la Surrealista, que atesora obras de artistas, poetas e intelectuales: Max Ernst, Victor Brauner, André Masson, Wifredo Lam, Vlady Serge, Francis Picabia, Miguel Alzamora, Antonio Rodriguez Luna, Toyen, Carlos Mérida, Eduardo Abela, Alberto Baeza Flores, Cruzeiro Seixas, Mario Cesariny, Wolfgang Paalen, Oscar Dominguez, José Caballero, Saul Steinberg; debemos señalar la carga emocional que conlleva ese legado enriquecido con los documentos y correspondencia entre el artista y sus amigos, con algunos de ellos compartió los azarosos comienzos en Santo Domingo en donde se situaría el núcleo histórico del surrealismo que cambiaba de escenario, de Europa al Caribe y México, completando su ideario en aquellas tierras prodigiosas, hecho subrayado por Breton, Peret y Mabille quienes viajan al Caribe en los primeros años de la década de los cuarenta, ensalzando y valorando la labor que inician poetas y artistas en aquella parte del mundo.

    Eugenio Granell y Amparo Segarra llegaron providencialmente a ese paraíso no buscado, en 1941 de un modo inesperado y sin haberlo planeado; estaba escrito en los astros, como lo estaría años después el asentamiento definitivo de la producción completa de Granell en Compostela.

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