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Guardiana apasionada y llana

    • 26 jul 2022 / 01:00
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    Custodiar o simplemente mantener en orden los papeles que entran en una casa no es tarea fácil. Cierto es que aumenta la tramitación online de las gestiones. Aun así, quedan fuera de sitio los que se ven casi amarillentos: esos tesoros familiares de los que uno no logra deshacerse por preciados, entre los que hay de todo un poco, entre lo personal y lo generacional.

    Cabe meter todo en una caja y olvidarse. Abrirla solo cuando plazca o cuando llega un nuevo familiar o inquilino al hogar, como si fuera un nostálgico baúl de recuerdos. Lo enseñamos con orgullo, aunque del apuro soltemos una carcajada al ver aquellos atuendos o leer expresiones aparcadas de nuestro actual lenguaje.

    En este sentido, somos, sin quererlo -y a veces ni siquiera saberlo- archiveros de nuestras casas, de papeles y de objetos, porque ¿quién no guarda un broche, una pluma o un mueble de antaño? Reliquias del pasado que se van acumulando.

    En verdad, admiro a los archiveros. A los de oficio o profesión y a los que hacen parecida función, por instinto de salvaguarda o prevención de pérdida.

    Hoy mi mirada se dirige a ellos, en general y, en particular a una que recientemente se nos ha ido: María Mercedes Buján Rodríguez (Santiago, 1928-2022), encargada del archivo de S. Pelayo de Antealtares.

    De pequeña estatura, habladora, preguntona, inquieta, humana y cercana. Puede que pocos hayan tenido noticia de su existencia. Ni siquiera los colegas dedicados a iguales labores. Sí la echamos de menos quienes la conocimos y consultamos sus estudios, fruto de su encomiable trabajo.

    En alguna de sus publicaciones hacía notar su perplejidad y extrañeza ante lo que no hallaba clara explicación. Decía y escribía estupefacta, por ej., que ignoraba a dónde habían ido a parar partituras e instrumentos musicales que, según las fuentes que manejaba, hubo en su monasterio de Santiago. En otras deducía la gran importancia que ahí se le dio a la música, a su estudio y práctica habitual y cotidiana, pues en las cuentas y en otros documentos aparecen reflejadas las sumas de dinero que a esto se destinaban.

    Sor Mercedes trabajó en precario, con pocos medios y una paciencia que, aunque se le suponga por su condición de consagrada, no siempre abunda ni se pondera lo suficiente.

    La labor de sor Mercedes permanecerá, pues otros han aprendido de ella. Su talante de persona que gozaba enseñar a grandes y pequeños fue otra de sus constantes.

    En alguna ocasión ya la cité por ese trabajo de «investigadora» y por las publicaciones que ha dejado, en las que no se le escapaba ningún dato. Estas últimas no solo sirven para temas o referencias musicales si no que abarcan una amplia gama de temas. Son de destacar el Catálogo archivístico del monasterio de benedictinas de San Payo de Ante-Altares (1996) y su Abadologio femenino: Monasterio de Benedictinas de San Paio de Ante-Altares (2002).

    Sor Mercedes no era una mujer de mundo, en el sentido de que no se prodigaba en conferencias o charlas, ni en asistencia a simposios o congresos. Tampoco era mundana, si no consagrada, fiel al «Ora et Labora» de su maestro: S. Benito de Nursia, patrón de Europa y patriarca del monacato occidental.

    Es frecuente ver parados delante de este monasterio compostelano a peregrinos y turistas que, sin mediar ningún viaje organizado, con su guía y su plan montado, reparan ante este monumento. Es curioso cómo intentan buscar o «sacar parecidos» a los santos.

    La figura de S. Benito (ca. 840-547) es bien reconocible, vestido de abad, con báculo, el libro que recoge las reglas monásticas por él escritas y, aunque no siempre se destaque, un pájaro con un pan en la boca. La copa rota, S. Millán de la Cogolla ecuestre, el milagro de Sta. Escolástica o el Bautismo de Cristo son otras escenas aquí presentes que enlazan con su hagiografía, pero no siempre aparecen.

    En el retablo central, y también en la fachada externa, está representado S. Pelayo (911-925) con corona laureada y la palma de tan joven mártir. Nada que ver con S. Benito.

    No muy lejos está otro monasterio benedictino: S. Martin Pinario, con el santo presidiéndolo.

    Con tanto monasterio de benedictinos, tanta búsqueda para pernoctar en Santiago, tanta curiosidad por nuestra gastronomía, acaba tanta singular mezcolanza en todo un verdadero mejunje: cafetería en los claustros de S. Pelayo, almendrados en la hospedería pinaria y cánticos celestiales entre vientos de plazas y calles.

    ¿Y los santos? Mejor casi ni mentarlos y dejarlos como están descritos. Si se les dice que en el Museo de S. Pelayo se halla un Relicario con dos fragmentos del hueso temporal izquierdo de S. Benito de Nursia y otro Brazo-Relicario de S. Pelayo, mostrando su descuartizamiento, con la palma de su martirio y la cruz de Cristo, ¡la que se arma!

    ¡Bueno sería tener a sor Mercedes explicando con sencillez y erudición la historia compostelana! Pero la eternidad la ha reclamado: q. e. p. d.

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