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Sasha Filipenko: de la Rusia soviética

  • 18 mar 2022 / 01:00
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La llegada a Europa occidental de la literatura rusa/soviética, cuyo momento de esplendor (al menos en lo referente a la narrativa) se sitúa en la segunda mitad del siglo XIX, se produce como un proceso irregular, desequilibrado, fruto de las muy cambiantes y violentas circunstancias históricas entre las que la Gran madre Rusia de los zares pasó, tras la Revolución de 1917 y la guerra civil (1918-1920), a convertirse en Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas con el Partido Comunista en el poder y el Presidium del Soviet Supremo a la cabeza de los destinos del país.

En España, la difusión de la narrativa rusa (a veces a través del francés o el inglés) tiene lugar ya en el siglo XIX. En el XX, en las décadas 1970 – 1980 conoce un hito con la llegada de la colección Octubre, de la Editorial Progreso, de Moscú. Publicaba clásicos rusos y narradores soviéticos. Traducía del ruso José Vento Molina. A mediados de aquellos años Planeta lanzaba su colección de Literatura Soviética Contemporánea cuyo tema recurrente era bélico: la Gran Guerra Patria del Ejército Rojo contra la invasión alemana en tiempos de Josef Stalin. El Don Apacible, de Mijail Sholojov, fue todo un éxito, refrendado en 1965 por el Premio Nobel de Literatura; el mismo que en 1958 recibía Borís Pasternak, magnífico poeta, por la novela Doctor Zivago (1946), tras una serie de incontables y rocambolescos episodios para impedírselo protagonizados por el Partido Comunista y el KGB, que lo obligaron a renunciar al mismo. Las gestiones de su hijo lograron reparar la injusticia años después. Josep Mª Güel, José Laín Entralgo o Augusto Vidal eran frecuentes traductores. En fin, en los noventa, Alianza tomó el relevo y publicó, por ejemplo, los heroicos Cuentos del Don, del citado Sholojov. En esta línea la misma Alianza acaba de publicar una novela rusa de notable factura y modernidad, a caballo entre el pasado histórico de mediados del siglo XX y los posteriores de la reconstrucción del país y de las aterradoras purgas de Stalin. Se trata de Cruces rojas (2021) traducida por Marta Rebón y anotada por Ferrán Mateo. Su autor, Sasha Filipenko, es poco o nada conocido entre nosotros.

La anécdota de Cruces rojas, como el título sugiere, es bélica, trágica y dolorosa, pero la guerra solo es una amplísima elipsis por la que se extiende la desoladora evocación de la búsqueda de muertos y desaparecidos. Tal eje o nexo sostiene una deshilvanada, pero coherente e intensa conversación, entre una nonagenaria mecanógrafa (Tatiana Alekséievna) y su joven vecino (Sasha) víctimas ambos de pérdidas y soledades, de desesperanza y privaciones, del despótico y tiránico poder comunista de posguerra.

Los hechos externos quedan suspensos, latentes y el novelista opta por cruzar, de modo privado y hasta íntimo, perspectivas opuestas que tienden a atenuar el sufrimiento y hasta la aterradora masacre de disidentes, contrarrevolucionarios, desviacionistas o traidores al Partido. En realidad, es Cruces rojas una diatriba contra la burocracia en la que los escritos político – policiales son un peligroso instrumento de denuncia, venganza, encarcelamiento o desapariciones que, en definitiva, son una farsa de la política internacional de los convenios humanitarios de heridos y prisioneros de guerra entre países. Hay, a ese respecto, todo un repertorio de tales escritos. Como culminación aterradora, las miles de víctimas del Gulag.

La variedad de elementos que potencian la historia hacen de la misma el centro de esta novela dolorosamente humana, sobre el miedo y la valentía para enfrentar situaciones de orfandad, de sometimiento y manipulación violenta del poder contra el individuo, convertido en “el hombre nuevo” al que el Estado ha de reformar y reeducar. Una novela lúcida y crítica escrita con equilibrio, sin tendenciosidad. Muy buena lectura.

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