ENTREVISTA
Máximo Huerta Periodista y escritor

“Todo esto lo olvidaremos, porque somos supervivientes”

El escritor valenciano habla en esta entrevista con EL CORREO GALLEGO de su última novela (Planeta), y de las cosas que han cambiado en su vida (y las que no) en estos meses extraños e inesperados.

28 may 2020 / 00:25
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El escritor valenciano habla en esta entrevista con EL CORREO GALLEGO de su última novela Con el amor bastaba’(Planeta), y de las cosas que han cambiado en su vida (y las que no) en estos meses extraños e inesperados. Foto: Greg A. Sebastian

Seguro que ya estás un poco cansado de que volvamos una y otra vez al tiempo del Ministerio...

No, qué va. Lo que pasa es que antes yo era el de la tele. “Ah, sí, Màxim el de la tele”, me decían todo el rato. Y ahora, desde aquello, soy Màxim el de la cultura. Ya ves qué cosas.

¿Tienes la sensación de que la política es un territorio extraño e impredecible? ¿Piensas ahora que en la política puede uno sufrir cualquier terremoto?

No. Es que la vida es así. La vida no se diferencia tanto de la política. El futuro no existe y el presente es siempre muy incierto. La vida da giros personales o globales, y la política también.

Dices que, a pesar de tu breve paso por el Ministerio, tuviste desde el primer minuto una agenda completísima.

Desde luego. Desde el primer día. Cosas con la Zarzuela, con la Feria del Libro, con la SGAE, el viaje a la final del Roland Garros, donde además tenía que hablar con Conchita Martínez, que iba a ser la secretaria de Estado de Deportes. Llevaba aún en la cartera los dos billetes de metro que siempre llevo... No me hicieron falta, pero luego los aproveché, en el viaje siguiente, ya con amigos, devuelto a la condición de ciudadano de a pie. No me importó. Nunca perdí la perspectiva. Te aseguro que tengo mucha capacidad de resiliencia, resisto mucho.

Y entonces cambiaste tu nombre. Siempre habías sido Máxim para nosotros.

Puede que, para vosotros, para la prensa, o para la gente en general, fuera Máxim. Pero soy Máximo desde siempre, desde 1971. En mi familia, en mis documentos. Después de la muerte de mi padre, y por recuperar el nombre familiar [también en la esfera pública] pedí que cambiaran mi copyright de la novela, por ejemplo. La verdad es que mi verdadero nombre es Máximo, no el otro: era el nombre que usaba en prensa, cuando empecé en el periódico de mi pueblo. Lo de cambiar el nombre al valenciano fue ya en tiempos de la tele. Podría sonar muy bien si dijera que, en efecto, cambié de nombre para empezar una especie de nueva época en mi vida o algo así, pero siento decir que no es una historia tan literaria, sino más bien una cosa de familia.

Veo que has aprovechado muy bien el confinamiento. Eres muy disciplinado.

Bueno, escribir es observar, pero sobre todo es encerrarse. Estoy acostumbrado. Escribir no se diferencia tanto de construir un aeropuerto, aunque a veces se puedan quedar pájaros dentro. Se escribe para llenar un vacío, para desquitarte de la realidad, para construir un refugio. Me he pasado estos días escribiendo mucho por la mañana y pintando por la tarde. Eso es lo que he hecho. Pero lo llevé bien. Hubo momentos de tedio, ganas de superar las barreras de la casa. Pero tengo ese gusto por leer y pintar, y me entretengo igual que cuando era un niño. Es que fui hijo único: la ficción siempre fue muy necesaria para los hijos únicos.

En tus novelas, las atmósferas y los espacios son fundamentales, como en muchos autores de principios del siglo XX. Y pensé que, una vez confinado, tendrías que pasarlo mal para reconstruir esas atmósferas. Por ejemplo, no podrías tomar apuntes del natural, algo que sé que haces.

Si uno está tratando de recrear algo, lo mejor es no estar rodeado de ese algo. Los espacios son también mentales, no meramente geográficos. Una novela es donde se reúnen el espacio, el autor y el lector. Si algo define mi literatura es crear atmósferas, es verdad. Voy siempre por ahí con un cuaderno de viajes. Compro libretas, cualquiera, no me importa, y escribo y dibujo al mismo tiempo. Pero en este viaje interior del confinamiento no he dejado de pintar. Sobre todo, flores, pero creo que eso es porque no tengo balcones.

Como ya eres exministro, te pregunto abiertamente por la situación de la cultura en este momento tan complejo.

Bueno, como te dije antes, para muchos soy más de la cultura ahora que antes... Pero sí, sin duda, la cultura al final es lo que nos representa, lo que nos hace iguales. No me gusta llamar a esto ‘nueva normalidad’, diría mejor que es un tránsito, pero es cierto que durante todo este tiempo hemos consumido muchísima cultura, muchos artistas se han preocupado por hacernos el confinamiento mejor y más amable. Nos hemos apoyado en ella. Mi amiga Marta Fernández me mandaba [enlaces con] óperas en directo. La cultura es sin duda lo que más cerca ha estado de nosotros y sin embargo es lo que más va a tardar en recuperarse. Y tal vez es lo que más representa a un país.

En estos meses hemos vuelto a hacer cosas que teníamos olvidadas, o para las que, decíamos, no teníamos tiempo.

Sin duda. El confinamiento es un espanto, pero, por ejemplo, hemos vuelto a hablar. Hemos recuperado el habla. Incluso hemos mandado menos mensajes y menos iconos de esos. Hemos vuelto a llamar a la familia. Y hemos consumido mucha más cultura, casi sin darnos cuenta.

Esta novela mezcla asuntos casi mágicos, fantásticos, con lo más cotidiano. Es habitual en ti.

Yo me fijo en todo lo que sucede alrededor. Los argumentos de mis novelas son los elementos de la vida: la memoria, el amor. Son cosas que pueden generar micromundos en una novela. No necesito grandes escenarios. Me vale una casa estrecha y sombría, o un descampado abandonado donde juega un niño.

Pero a pesar de esa capacidad de fabulación, has vuelto a Provenza.

El azar me llevó allí. Quería contar algo duro, pero desde la música del lenguaje oral. Lo que cuentan los abuelos tiene que ver con la música de las historias. Y la Provenza es el imperio de los sentidos. Un lugar inspirador. Cuando llegué allí los campos de Valensole estaban ya poblados de lavanda, y pensé que el momento de libertad de la novela tenía que suceder allí. Durante el confinamiento me he puesto a trabajar en los años 20. He vuelto a leer mucho de eso, de la vida de Modigliani. Y he pensado en escribir la segunda parte de Una tienda en París. Tal vez un momento belle époque nos ayude a superar todo esto.

Ahora no estás en política, y de pronto tampoco en televisión... No diré que tienes más tiempo para escribir, porque tú siempre has escrito, independientemente del trabajo que tuvieras.

Sí, siempre he sacado tiempo para eso. Viene de mi educación. La televisión jamás me ha privado de eso. Yo tomo muchas notas, estoy siempre anotando cosas. Así que llego a casa y encuentro esas dos o tres horas de escritura que sé que tengo que hacer.

Es una pena el final de tu último programa, en la televisión pública, que incorporaba la cultura en horas del aperitivo.

Ha sido una gozada. Me lo he pasado muy bien. Yo creo que un programa así es necesario. Estar con Almudena Grandes, con Inma Cuesta, con Amenábar, con Sacristán haciendo en directo un fragmento de Mujer de rojo... Qué más se puede pedir. Bueno, no lo habrán valorado. Es muy bueno hablar de libros, de cine y de música, a esas horas en las que parece que sólo se habla de sucesos. Y esto no sé qué atractivo tiene, la verdad...

¿Volverás?

Ni idea. Voy al día. En la radio continúo. Pero de la televisión, nada sé.

Esta novela, Con el amor bastaba, tiene grandes componentes simbólicos montados sobre la vida cotidiana. Y míticos. Empezando, claro, por Ícaro.

Pero aquí no es la caída de Ícaro, sino el ascenso hacia la libertad. Aquí las alas a Elio se las da su madre, que se llama Sol. Aquí todo sucede al revés de lo que pasa en el mito. Reivindico en este libro el valor de la belleza y de la diferencia. Todos somos especiales. Hay que reivindicarlo, y entre todo ello, la libertad.

¿Qué será de nosotros después de esto que nos ha pasado?

Esto lo olvidaremos todo, porque somos supervivientes. Así ha sido a lo largo de los siglos y así será. De la misma forma que vivimos con la muerte de un padre, esto también lo olvidaremos. Hay un encanto en torno al olvido que lo hace inexplicablemente deseable. Y necesario.

DISCRETO Y PRUDENTE
“Cero rencor”

Hablo con Máximo Huerta (Utiel, 1971) a través del teléfono y lo encuentro tan jovial y tan deseoso de conversación como siempre. Creo que esta es mi cuarta entrevista con el escritor valenciano. La última, aquí, en Compostela, tuvo lugar unas horas antes de que fuera nombrado ministro de Cultura por Pedro Sánchez. Recordamos aquel día, en el que me habló mucho de cómo debería ser la cultura en este país. Me resultó curiosa esa forma de abordar la charla, pero, desde luego, no podía yo sospechar que estaba hablando con alguien que en horas sería ministro, aunque también es verdad que en pocos días dejó de serlo. “No me lo acababan de decir, ni mucho menos, cuando me entrevistaste. Lo cierto es que lo sabía hacía bastante tiempo. Pero lo que pasa es que yo soy muy discreto, y muy prudente: lo he sido siempre, así que es imposible que se me note nada”, me dice, divertido. A Máximo Huerta no le importa hablar de todo aquello. Dice que se siente lleno de tranquilidad: “Sobre todo lo que pasó albergo cero rencor”.

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