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INVESTIGACIÓN. La mujer del galleguista murió en Madrid días después de que la arrollase una bici // Cuando se exhumó su cuerpo y se trasladó al nicho familiar de A Estrada, se hallaron en él parte de los restos del pequeño Pachucho // El acta de bautismo la firma Nicolás Mato, Capellán de Honor de Alfonso XIII TEXTO Suso Souto

Así ‘robó’ Virginia, esposa de Castelao, los restos de su hijo

Pocos conocen con detalle los secretos de aquel 19 de octubre de 1986 en que se efectuó el traslado a A Estrada de los restos mortales de la mujer de Castelao, Virginia Pereira, fallecida en Madrid. Una mujer que robó en vida parte de los restos de su hijo en una lata de galletas para llevarlos al nicho donde ella descansaría tras la muerte, que la encontró en una clínica madrileña tras ser arrollada por una bicicleta en A Estrada.

Dicen que detrás de un gran hombre hay siempre una gran mujer, y siempre suele ser cierto. En el caso de Alfonso Daniel Rodríguez Castelao es así. Su esposa, la estradense Virginia Pereira, destacaba por su discreción y sencillez y un gran amor hacia los suyos. Su gran preocupación era la distancia que poco a poco la alejó de sus seres queridos.

Primero, su único hijo, Alfonso Jesús, tempranamente fallecido a causa de una neumonía. Más tarde, Castelao, sufriendo en Buenos Aires los sinsabores de una emigración forzada tras la Guerra Civil. Una sentencia ideológica dictada por un régimen implacable. La familia Castelao estuvo vinculada a la ciudad de Pontevedra a causa del trabajo del escritor. Tras su regreso de Buenos Aires, en el año 1900, donde emigró siendo un niño, Castelao termina el Bachillerato y va a estudiar Medicina.

En 1916 había ganado las oposiciones al cuerpo técnico del Instituto Geográfico y Estadístico y se instala en Pontevedra. Posteriormente, obtiene el cargo de profesor auxiliar de dibujo en el instituto. En 1934 es trasladado por el Gobierno a Badajoz mediante un castigo político y, al año siguiente, Portela Valladares intercede para que pueda volver a Pontevedra. Su domicilio fue en su día objeto de robo, por el que unos desconocidos se llevaron, entre otras cosas, una cubertería. Fueron momentos felices para la familia... hasta la muerte del niño.

Luego vendrían la guerra y el exilio hasta Argentina, en el año 1939.

El único descendiente del matrimonio figura inscrito en el archivo parroquial de A Estrada como Alfonso Jesús de Braga Rodríguez-Castelao Pereira, nacido el 1 de febrero de 1914 y bautizado el 27. Como padrinos actúan Mariano Rodríguez e Isaura Pereira. El primer forense de la villa, Manuel Leyes, atendió a Virginia en el parto. En agradecimiento, Castelao le regaló un cuadro.

El pequeño Pachucho, como ellos lo llamaban, falleció a causa de una neumonía el día tres de enero de 1928, con catorce años de edad. Durante el siguiente año, Castelao permanecería totalmente inactivo, hundido en una honda depresión.

Desde entonces, Virginia llegaría cada verano desde Buenos Aires para visitar su tumba en Pontevedra.

El día 17 de abril de 1939, el jefe del Servicio Nacional de Estadística propone al Ministerio de Organización y Acción Sindical el cese de Castelao como jefe de segunda clase del Cuerpo Nacional de Estadística. En la carta, que fue contestada positivamente al día siguiente, se alega que “ayudó al Gobierno de la República a luchar contra el Movimiento Nacional como diputado afecto al Frente Popular y organizador de las Milicias Gallegas”. El exilio está dictado.

Noni Araújo, expresidenta de las Amas de Casa de A Estrada, conoció a Virginia en los últimos días de su vida, cuando venía a veranear a A Estrada a casa de su cuñada, Herminia Aguyó, muy cerca de la de su padre, el ilustre abogado Camilo Pereira, que se vino a desarrollar su trabajo a esa villa. Natural de O Carballiño, se casó con Peregrina Renda. Son los suegros de Castelao.

En esa casa de amplio jardín de la calle Pérez Viondi de A Estrada, en la que vivió con sus padres, flotan los recuerdos de la niñez de Virginia, una mujer que nunca hablaba del régimen franquista. Nunca se quejaba de nada. Tan sólo gustaba hablar de su pibe: Pachucho.

La clave del sepulturero
Se llevó parte de los huesos en una caja de galletas y los ocultó en el panteón en el que ella sería enterrada

Los últimos años de vida de Castelao fueron realmente trágicos. Aquejado de un cáncer de pulmón y casi ciego, es ingresado en el Sanatorio del Centro Gallego de Buenos Aires. “Vexo como por un buratiño”, decía a sus amigos. El diagnóstico del jefe del Servicio de Vías Respiratorias de este centro, Miguel F. Pastor, es claro: “carcinoma de pulmón”.

A Castelao se le oculta la gravedad de su estado y se le dice que padece un proceso infeccioso en el pulmón derecho. A Virginia Pereira, su esposa, también se le oculta el estado de su marido, que fallece el 7 de enero de 1950. Él quería morir en Pontevedra, aunque llegó a decirle a Otero Pedrayo: “eu a Galicia quero ir a vivir, non a morrer”.

Una tarde de 1964, mientras contemplaba la casa de sus padres, en la calle Pérez Viondi de A Estrada, en la que había vivido, Virginia fue atropellada por un niño que circulaba en bici, lo que le produjo, entre otras contusiones, una importante lesión de cadera. Tras ser trasladada a la Clínica Rúber de Madrid, fallecía el 23 de diciembre a los 80 años.

El destino había querido que los tres miembros de la familia fuesen enterrados en ciudades distintas: Castelao, en Santiago (a donde fue trasladado en 1984), su mujer en el cementerio de La Almudena (Madrid) y su único hijo, Alfonso Jesús de Braga Rodríguez-Castelao Pereira, en el de Pereiró (Vigo).

Pero en 1986, centenario del nacimiento de Castelao, la expresidenta de la Asociación de Amas de Casa de A Estrada, Noni Araújo, retó al destino tras recordar las palabras de su amiga Virginia: “¿Qué va a ser de mi familia?”. Un reto histórico: traer al panteón familiar de Figueroa (A Estrada) los restos de la mujer de Castelao (que habían sido enterrados en Madrid por sus sobrinos) y los de su hijo Pachucho.

Ella quería morir en Galicia, pero, al menos, podría descansar para siempre en ella. Araújo se reunió con el presidente de la Asociación Fillos e Amigos de A Estrada, Alfonso Varela, y con el entonces alcalde, Manuel Reimóndez Portela, e inició las gestiones que darían su fruto.

El reto de la operación para el traslado de los restos se acepta, y a Noni se le encarga la gestión de conseguir los permisos para la exhumación en Vigo. El alcalde debería correr con la organización de los actos y darle carácter institucional. La familia había puesto en manos del sobrino de Virginia, Alfonso Fidalgo, residente en Madrid, el visto bueno definitivo. Desde Rianxo, Teresa Castelao (hermana del escritor) sigue minuto a minuto cada gestión.

El primer problema surge ante la imposibilidad del Concello de hacer frente a cualquier gasto no presupuestado. Araújo piensa entonces en organizar en la villa el Día Regional de las Amas de Casa, con el objetivo añadido de contar con voluntarias para ofrecer manutención y alojamiento a los miembros de la familia Castelao-Pereira que irían llegando a A Estrada para el acto.

“AQUÍ FALTAN ÓSOS”. El miércoles 15 de octubre, Araújo y Pepa Varela, maestra en Figueroa, se desplazan al cementerio vigués de Pereiró para exhumar y trasladar los restos del hijo del matrimonio Castelao.

Bajo el brazo llevan tres banderas gallegas con las que envuelven los restos del niño. El sepulturero pregunta: “De qué morreu o neno?”. “Dunha neumonía, cuando tiña 14 anos”, responden. Él replica extrañado que es imposible. “Esta criatura debeu falecer dunha enfermidade de ósos”, dice. “Unha de dúas: ou non era tan novo ou aquí faltan ósos; estes non corresponden ós dun neno da súa idade”, añadió.

“PARTE XA ESTÁ NA ESTRADA”. En ese momento Araújo recuerda las palabras que acostumbraba a repetir últimamente José Lauroba, cuyo suegro era primo de Virginia: “Parte do neno xa está na Estrada”. Este familiar conocía desde hacía tiempo el secreto que Virginia creyó llevarse a la tumba. Enseguida se produce una asociación de ideas y recuerdan que ella había viajado un día a Pontevedra, al cementerio de San Mauro. El panteón familiar, donde inicialmente reposaban los restos del niño, había sido profanado, lo que obligó a cambiar de lugar el cadáver. Virginia tuvo que trasladarlo a Vigo en aquel momento. En esa ocasión, en secreto (aunque con la complicidad de una familiar) robó los restos de su hijo, aprovechando el traslado del cuerpo de Pontevedra a Vigo. Metió parte de ellos en una caja de galletas de lata, el cabo del cordón de la Primera Comunión y una cruz con medallas, y los depositó con el mismo secretismo en el panteón de A Estrada, donde ella pensaba descansar eternamente.

La clave del misterio la ofreció el sepulturero, que acababa de descifrar un enigma; un secreto celosamente guardado por una madre.

Es probable que la esposa de Castelao tuviese intención de volver por segunda vez al cementerio de Vigo para recoger la otra parte de los restos y traerlos al panteón de A Estrada. Pero murió sin poder hacerlo.

Junto a los restos que quedaron en Vigo estaban la otra parte del cordón dorado y una imagen de sobremesa de la Virgen de Guadalupe.

De regreso a A Estrada, se comprueba que en el panteón de Figueroa estaba, en efecto, la caja de metal. Dentro, la parte de los restos robados por la madre... y una cruz con medallas que Teresa Castelao reconocería como suya. Se la había cambiado al niño por una cadena.

La operación traslado
De La Almudena a Figueroa: el cuerpo viajó en el maletero del coche del alcalde

Jueves, 16 de octubre de 1986. A Madrid viaja una delegación formada por el entonces alcalde de A Estrada, Manuel Reimóndez Portela, y los ediles Sanmartín Obelleiro y Arca Pichel. Tras exhumar el cuerpo de Virginia Pereira en La Almudena, la comitiva traslada los restos en el maletero del coche del regidor, un Peugeot 505. No hubo más gasto que una parada para café en Ourense.

En A Estrada, Pepa Varela saca de un panteón del cementerio de Figueroa los restos robados por Virginia para unirlos a los traídos de Vigo. En la casa consistorial se prepara la capilla ardiente. Pero nadie contó con que la comitiva de Madrid llegaría de madrugada. ¿Dónde se iba a custodiar el féretro?

En medio de la noche se recibe una llamada telefónica en el domicilio del alcalde, en San Miguel de Castro, que hace pensar que algo no va bien. Aquella llamada no pasó a la historia oficial. Alguien advertía que los restos de Virginia debían quedar a buen recaudo, porque en el aire flotaba una amenaza: alguien planeaba robar el cuerpo para boicotear los actos programados.

Se sospechó de alguna fuerza política en desacuerdo con el modo y el momento. El miedo era tal que nadie quería asumir la responsabilidad de hacerse cargo del ataúd esa noche. Ni siquiera Paco Ansedes, el dueño de la funeraria, quien tampoco quería efectuar la conducción. Finalmente, el cuerpo de Virginia pernoctó en el garaje del alcalde. Aquella madrugada del 17 de octubre ninguno de los protagonistas de esta historia pudo conciliar el sueño.

“CASTELAO NON É VOSO”. El sábado 18, en presencia del regidor, se unen los restos mortales de Virginia y de su hijo en un mismo féretro. Al día siguiente, se celebran varios actos institucionales: se coloca una placa conmemorativa en la fachada de la casa de la calle Pérez Viondi y se concede a Castelao la medalla de Hijo Adoptivo de A Estrada, a título póstumo (la recibe Alfonso Fidalgo, sobrino de Virginia).

En la plaza consistorial, alguien deja una pancarta, firmada con las iniciales M.C.G. (Movemento Comunista Galego) en la que se leía: “Castelao non é voso, caciques”. En las calles había panfletos firmados por el BNG calificando el acto como “Unha hipócrita comedia folclórica”.

La capilla ardiente se instaló en el Salón de Justicia, en la planta baja del consistorio. Dos policías escoltaron el féretro. Luego, en la iglesia parroquial, la misa fue oficiada por el obispo de Mondoñedo-Ferrol, monseñor Anxo Araúxo, y por el párroco Manuel Castiñeiras, y cantada por los coros del Orfeón Terra A Nosa. En segunda fila, Noni Araújo, entre Díaz Pardo y Teresa Castelao.

La organización de los actos fue tan compleja que hubo dos comidas oficiales paralelas: una en la sala de fiestas Lennon, donde dos mil personas acompañaban a Teresa Castelao; otra en el restaurante Nixon, para las autoridades. Los protagonistas se reunirían en la sobremesa.

Han pasado 34 años. En el cementerio de Figueroa se puede adivinar la risa de una madre jugando con su pibe. Cada año, el Día de Todos los Santos, una mujer les lleva flores y sonríe: su amiga Noni Araújo.

16 feb 2021 / 01:00
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