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RECUERDOS. Madre, tía e hija marcadas por la misma pasión: la moda // Una generación que creció al calor de un taller de costura y llegó a la multinacional Inditex TEXTO Tania Salgado Velo

Mis chicas yeyé

Todavía recuerdo el olor al entrar en la despensa de casa; otras despensas olían a chorizo curado y cartón, pero la nuestra no, ¡la nuestra olía a hilo! ¿Puede una despensa oler a hilo? Más que oler, se respiraba. La lana soltaba cierto polvillo que quedaba suspendido en el aire y te penetraba. En la despensa, además de botes de conserva, mi madre guardaba hilos de colores, lanas brillantes, agujas de calcetar, retales de tela y miles de botones. ¡Cómo me gustaba jugar seleccionándolos para mis creaciones! Cuando solo tienes una Barbie, hacerles diferentes modelitos, it’s a must!

Así era nuestra despensa, una continua fuente de inspiración. Bajo las estanterías, la máquina de tejer de mamá; todavía recuerdo aquel conjunto de lana rojo de ochitos que me hizo para el día de San Valentín a juego con mi lazo en el pelo. Es gracioso que se siga preguntando por qué soy tan coqueta...

Siempre hubo un pedacito de moda en casa, ELLA había empezado a trabajar con doce años, sí, doce... Cogía el bus con su hermana cada mañana y llegaban a Carballo, una pequeña localidad de la provincia de la Coruña, llenas de frío e ilusión. El pueblo contaba ya, en esa época (1970), con algún taller que otro, como aquél en el que mi madre había aprendido a tejer. Mis abuelos no ganaban lo suficiente y ellas habían buscado un oficio para comenzar a contribuir en casa; mi madre tejía y mi tía cosía.

El bajo de la casa de los abuelos, su taller de creación. Allí acudían tras realizar las tareas domésticas cuando el sueldo del mes les permitía comprarse alguna revista, un par de telas y unos cuantos ovillos de lana. Lo aprendido se materializaba en vestidos y jerséis de temporada, para ellas y, con suerte, para alguna de sus primas.

Supongo que todo surgió de un origen humilde, de una necesidad, pero lo cierto es que gracias a ello yo crecí entre telas y adoro la moda. A pesar de que lo vivido por ellas difiera mucho de lo que podemos tener hoy en día, me hace soñar y me divierte, y hace que admire, aún más si cabe, a mi madre y mi tía: mis chicas ‘yeyé’.

Pasaron los años, mis padres se conocieron y en 1983 nací yo. Por aquel entonces Zara ya estaba bastante instaurada en la comarca. Podría decirse que en cada bajo de Carballo había un taller de confección. Corrían tiempos difíciles para mi familia y la costura era una alternativa para muchas mujeres. Mi madre decidió aprender el oficio con mi tía y una prima cercana. Todavía recuerdo ir a su casa y ver como marcaban las telas sobre patrones con aquella tiza azul, para después cortarlas con lo que a mis ojos eran unas tijeras enormes.

Lo que más me gustaba era el busto sobre el que, tras colocar delicadamente cada alfiler, posicionaban las piezas. Todavía me gustan, de hecho, uno de mis miniproyectos pendientes es forrar con tela de pequeñitas flores uno que conseguí para poner en mi habitación. De algún modo me traslada a aquella época y me encanta.

Fue entonces, tras un pequeño período de aprendizaje, cuando mi madre empezó a trabajar para un taller cercano. Como mi hermano y yo todavía éramos muy pequeños, comenzó trayéndose tareas a casa: desde quitar hilos a las piezas ya confeccionadas, hasta coser bolsillos (muchas mujeres lo hacían en sus hogares). Esto último lo tengo grabado con todo detalle en mi mente y es que una vez que estaba cosido el bolsillo había que quitarle la etiqueta identificativa interior y ponerla en el exterior.

Aquí entraba yo en juego. Tras demostrar una pericia increíble, “mi madre decidió que era apta para el puesto y me encomendó la tarea”. Y así tuve mi primera toma de contacto con Zara. Casi todos eran bolsillos de tela vaquera, dura, de la que te deja las manos ásperas, sobre todo cuando les das la vuelta a cientos de ellos en una tarde; los dedos se te vuelven de color añil. Pero a mí me gustaba aquello más que jugar con mis muñecas, adoraba el olor de las telas y observaba con mucha atención cada uno de los modelos que iban llegando a casa. Modelos cada vez más complejos, ya que mi madre, inteligente y pilla como es, se hizo con el trabajo rápidamente.

Los años pasaron y, siendo nosotros más mayores, ella ya trabajaba en el taller. La íbamos a buscar al salir del instituto. Yo intentaba colarme dentro mientras cargaban los camiones con las prendas porque así veía las últimas tendencias, apiladas en cientos de burros con chaquetas, trajes y vestidos diferentes. Hoy todos conocemos un poco mejor el modelo de Inditex por lo que se ha mostrado sobre él, pero lo cierto es que era increíble ver piezas distintas salir hacia los centros de distribución cada día. Siempre me consideré parte del Grupo, pero es que era lo que había vivido en casa...

Y de este modo creció mi pasión por la moda. A pesar de ello nunca me consideré muy mañosa ni buena en diseño, y aunque tengo la máquina que mi novio me regaló para que diese rienda suelta a mi pasión y hago mis pinitos, finalmente decidí que, ya que se me daban bien las ciencias, haría ingeniería industrial.

Terminé la carrera y tras varios trabajos me llamaron de una consultoría para hacer un proyecto en Inditex. La idea me encantaba, por fin iba a poder ver de cerca todo ese proceso, y yo, aquella niña que había crecido a vueltas con las telas estaba allí entre bambalinas, en lo que para mí era un referente en la moda y con lo que me identificaba.

Lo disfruté muchísimo, me abrieron sus puertas y aunque estaba en logística y por ello un tanto alejada de diseñadores y comerciales, gozaba cada mañana cuando llegaban prendas al equipo de aduanas para categorizar o cuando cruzábamos los pasillos del centro para ir a comer y veíamos las prendas pasar. Me había vuelto a sentir cerca de la moda, como cuando entraba en la despensa de casa...

Estaba feliz por haber llegado al mismo mundo en el que mi madre había comenzado, y me sentía más cerca todavía de ella; cerca y orgullosa. Entrar allí y contribuir a mejorar el modelo era como un guiño hacia ella, y es que en el fondo quería que se sintiese orgullosa de mí, quería demostrarle que su esfuerzo había valido la pena y que adoraba lo que me había inculcado.

ESENCIA. Iba más allá de la moda, se trataba de un afán de superación, de conseguir hacer realidad tus sueños. Esa estancia allí terminó, pero quizá algún día la moda se vuelva a cruzar en mi camino porque siempre será parte de mi esencia y todo se lo debo a mis chicas ‘yeyé’.

22 sep 2020 / 16:50
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