Tribuna Libre

Un descendiente de David

José Fernández Lago

José Fernández Lago

LOS HOMBRES siempre miramos hacia lo alto, por ver si encontramos quien solucione los males del mundo. En el pueblo de Israel del siglo XI antes de Cristo, el Señor le mandó al profeta Natán que anunciara a David que, al cabo de cierto tiempo, le daría un sucesor de su familia que iba a reinar sobre todas las naciones, e iba a traer al mundo la verdadera paz.

La 1ª lectura de la Misa de esta tarde y de mañana por la mañana, del 2º libro de Samuel, muestra el dolor del rey David, comunicado al profeta Natán, de que, habitando él en una casa de cedro, el arca de Dios no tuviera sino una tienda donde reposar. Ello le movía a querer edificar un templo al Señor. Dios le retrajo de querer hacerlo, al haber derramado mucha sangre en las batallas; pero le prometió en cambio edificarle a él una casa, pues iba a hacer que el reinado no se alejara de su familia hasta que llegara el esperado de las gentes, el Mesías. Dios será para este un Padre, y él será para Dios un Hijo, de suerte que su casa y su reino durarán para siempre en presencia de Dios.

San Pablo revela a los cristianos de Roma un misterio escondido a lo largo de los siglos: se trata de Cristo Jesús, que ha venido al mundo para llevar a todas las naciones a la obediencia de la fe en Dios, el Padre celestial.

San Lucas refiere la visita del arcángel San Gabriel a una virgen de Nazaret, llamada María, desposada con José, un hombre de la estirpe de David. Le saluda como llena de gracia, y le exhorta a alegrarse, porque el Señor está con ella. El Espíritu Santo la cubrirá con su sombra, de modo que concebirá y dará a luz un hijo, que será Hijo de Dios, y le pondrá de nombre Jesús. María, aun sin comprender cómo podía concebir ella, responde: “Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”.