Acogida y bendiciones divinas

ES BASTANTE PROPIO entre la gente de temperamento sanguíneo la receptividad, la acogida a quien llega o a quien es amigo. El Israel de otros tiempos era hospitalario, al menos con los de su pueblo. El ejemplo más llamativo es la invitación de Abraham a unos desconocidos que llegaron hasta su tienda. Jesús, al enviar a sus discípulos a anunciar el Evangelio, les dice que pidan acogida en una casa del lugar al que lleguen y que coman de lo que allí haya. Al mismo tiempo dice que lo que hagan con uno de ellos, aunque sea el darles un simple vaso de agua fresca, no quedará sin recompensa.

La 1ª lectura de esta tarde y de mañana, del 2º libro de los Reyes, presenta a un matrimonio de Sunam que acoge al profeta Eliseo, hasta el punto de prepararle una habitación en su casa, para que pueda ir allí cuando quiera. Por su parte, Eliseo, al ver que no tenían hijos, le pide al Señor que les bendiga con un descendiente, y así sucedió.

San Pablo, en el capítulo 6º de la Carta a los Romanos, trata del bautismo. Por él nos incorporamos a Cristo, en especial a su muerte. Así, del mismo modo que Cristo murió y resucitó, también nosotros, habiendo muerto con él, viviremos con él y andaremos en una vida nueva. Cristo resucitado ya no muere más, pues su morir ha sido un morir al pecado para siempre y su vivir es un vivir para Dios. Del mismo modo nosotros quedamos muertos para el pecado, y vivos para Dios, en Cristo Jesús Señor nuestro.

El Evangelio de San Mateo alude en esta ocasión al primer mandamiento de la Ley de Dios, tratando de actualizarlo según el amor que hemos de tener a Cristo. Hemos de amar a Dios sobre todas las cosas, incluso por encima de lo más querido, como es el amor al padre y a la madre. Si les amamos más que a Cristo, no somos dignos de Cristo. Quien entregue su vida por Cristo, la encontrará de nuevo. Y, quien dé de beber aunque sea solo un vaso de agua fresca a los más necesitados, por el hecho de ser discípulos de Cristo, no quedarán sin recompensa.