Arte urbano de verdad frente a la bazofia

LO MALO del denominado arte urbano es que demasiados zoquetes y descerebrados con el gusto atrofiado se creen capaces de contribuir a la causa con obras que son pura bazofia. Así, infinidad de ciudades de todo el mundo ven crecer cada día su patrimonio artístico callejero con obras que, lejos de embellecer el entorno, lo degradan hasta extremos insufribles a golpe de dibujos desgarbados y consignas manidas que estropean tapias encaladas, portalones de garajes, soportales y hasta muros de piedra. Casi todos los supuestos artistas urbanos son simples gamberros adictos al espray que casi nunca reciben el castigo que merecen y cuya acción cuesta un dineral a los contribuyentes que desean mantener sus ciudades limpias, cuestiones a las que la capital gallega no es ajena. Todo lo contrario, porque los grafitos sin pizca de estética proliferan desde hace décadas por toda la ciudad, incluido el casco histórico, y resulta rarísimo saber de alguien que haya recibido una multa ejemplar por poner en práctica sus nulas capacidades creativas en espacios que pertenecen a toda la ciudadanía. Pese a todo, sí hay un arte urbano que merece mucho la pena. Lo practican artistas de verdad que, por lo general con permiso y bajo control, realizan murales magníficos y composiciones sorprendentes ante las que todo el mundo se quiere retratar por su originalidad y belleza. Con ellas alegran zonas grises, llenan de poesía enclaves decaídos y dan luz a pasadizos lúgubres. Eso es lo que ocurrirá en la Avenida de Lugo si el Ayuntamiento de Santiago lleva a buen puerto su proyecto de transformar, a través de un concurso de ideas, el enorme muro de Belvís en un cuadro gigante de más de cien metros de largo. Ojalá salga adelante gracias a artistas urbanos con talento. Y ojalá los gamberros del espray, humillados, jamás vuelvan a jugar a lo que no saben.

BEATRIZ CASTRO/Periodista