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Una doble sangría de precios... y fiscal

    Pagamos nuestros impuestos en base a nuestras rentas –por ejemplo a través de los gravámenes sobre el salario, si es que tenemos la suerte de percibirlo– o sobre los productos que adquirimos –con la tasa que nos recarga el consumo por el valor añadido sobre ellos–, y en conjunto no suelen ser cifras pequeñas. Con lo que aportamos sufragamos nuestro Estado del Bienestar, así que abonar lo que nos corresponda a las arcas públicas es bueno y positivo. Lo que ya no lo es, ni tanto ni tan poco, es el hecho de que cuanto más suban los precios por culpa de la desbocada inflación, mayor será lo que acabemos desembolsando al fisco. Lo mismo ocurre con unos sueldos y pensiones que por mucho que se incrementen para tratar de devolver capacidad adquisitiva frente al repunte del IPC, no son capaces de contrarrestar la dictadura de la inflación: el porcentaje puede ser el mismo, pero la aportación será mayor. Por eso en una coyuntura tan peligrosa como es la actual ganan peso las voces que reclaman adaptar los impuestos a la situación. Se puede estudiar cómo evitar pérdidas recaudatorias al tiempo que se bajan los impuestos, pues no es el momento de recaudar más a costa del tejido productivo y los ciudadanos. Es el momento de contribuir a disminuir el coste de la crisis y aguardar a tiempos mejores donde cuadrar ingresos con inversiones y gastos. Toca poner la venda en la sangría.

    02 jul 2022 / 01:00
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