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*Pontus veteris

CRUZABA el pasado veranillo de San Miguel la villa de Sanxenxo en dirección A Toxa, cuando, debido a mi inveterada costumbre de fijarme en los topónimos de los lugares que recorro, reparé en el rótulo de un establecimiento sanginesiano que se intitulaba Pontus veteris. Mis reflejos lingüísticos me dieron la voz de alarma, y al instante comprendí que se trataba de un fallo lingüístico de órdago a la grande. Se me vino a las mientes un hecho del que fui testigo presencial y que recuerda el académico Arturo Pérez-Reverte en un artículo publicado el 12.VII.20 que intitula Más latín y menos imbéciles.

Mediada la década de los setenta, lidiando en aquel entonces en Madrid aquellas escalofriantes –10 plazas entre 800 candidatos– oposiciones a Cátedras de Griego ya in extremis el Gobierno del General, el ministro secretario del Movimiento, Solís Ruiz, La sonrisa del Régimen, natural de Cabra, tuvo la ingeniosa ocurrencia de resumir en las Cortes su programa ministerial con aquella boutade de: “Menos latín y más deporte”.

Era natural, como dije supra, de la pulquérrima localidad cordobesa de CABRA. Debería saber, por tanto nuestro dicharachero egabrense, que la etimología de su topónimo natal es un nombre ibérico que los romanos latinizaron como Igabrum. Este nombre ha sido adaptado en árabe como Qabra, según el uso árabe de dar la forma de colectivo en /-a/ a los nombres extranjeros. En cuanto al resultado actual Cabra, a partir de Igabrum, debe tenerse en cuenta que, en topónimos de origen ibérico, se pierde la -i- inicial, como en Ibaica > Vega, Ibarca > Barca, etc. Del nombre ibérico antiguo Igabrum sale el gentilico actual egabrense, con apertura de /i/ en /e/, para referirse a los nativos de Cabra, que no “cabrunos” ni “cabrones”, como creerían los que sostienen que el latín no sirve para nada.

Siguiendo a Pérez-Reverte, que cuenta la anécdota, muy conocida, pero que está de más actualidad que nunca, ipso facto –sobre el acto mismo– el catedrático de Filosofía Adolfo Muñoz Alonso respondió: “Sirve para que a ustedes, los de Cabra, los llamen egabrenses y no otra cosa”.

Traigo a colación (lat. collatio “acción de comparar”) esta anécdota –término griego– porque la civilización greco-latina fue pionera en todo, hasta en democracia y deporte, véase Olimpiadas. Pero, eso sí, exigimos, por mor del buen gusto, que, cuando se recurra al latín o al griego –como se está haciendo últimamente: cáritas, sánitas, no sanitas, legálitas, etc.– se mantengan, al menos, las formas y no lo utilicemos ad libitum –a capricho–, sino siguiendo ex professo –con absoluta competencia– las normas que emanan de la cátedra (ex cathedra).

Por todo ello, resulta inadmisible el apelativo pontus veteris. Si sus dueños anteriores o posteriores estuviesen bien asesorados, no habrían incurrido en el gravísimo error de masculinizar, por analogía con dominus, el sustantivo pons, acusativo pontem –que en latín era femenino como lo confirman *pontem veteram y el gallego a ponte vella–, pasándolo de la 3ª a la 2ª declinación latina y quedándose tan panchos, nemine discrepante –por unanimidad–. De ahí viene el asterisco (*) que le puse a *Pontus en el encabezamiento de este artículo. De haber existido *pontus en latín medieval, Pontevedra no se llamaría así, sino Pontovedro como Vigo, procedente, éste sí, del masculino vicus, “aldea o propiedad rural”.

Y para rematar “a desfeita”, sit venia verbo –haya disculpa para la palabra–, contra la concordancia y el buen orden gramatical, se salen de madre haciendo concertar un hipotético nominativo pontus con un adjetivo en genitivo Veteris.

La causa profunda de este descoyuntamiento morfo-sintáctico latino viene de muy atrás –que lo sepan los políticos mezquinos, los padres indiferentes sólo preocupados de que sus hijos pasen a toda costa y, en general, la ciudadanía gozosamente ignorante de las interioridades educativas–, de los tiempos en que Villar Palasí copiando el fracaso de Faure en la educación, destrozó el Bachillerato y exterminó el Latín y el Griego, pisoteados por un grupo de expertos, como si Atila y su ejército les hubieran pasado por encima.

A todo esto se añade, como bien apunta Pérez-Reverte, que la educación escolar en España –no así en Finlandia que figura en el nº 1 del ranking en Educación– lleva décadas dirigida no por profesores, sino por políticos incompetentes y por sociólogos y pedagogos que: “enseñan a los profesores a enseñar”. Con estos precedentes, ¿nos va a extrañar el manido: para qué sirven el Latín y el Griego?, slogan a modo de espada de Damocles, que, a lo largo de nuestra carrera docente, sentíamos sobre nuestras cabezas quienes por vocación escogimos estas disciplinas.

10 ene 2023 / 01:00
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