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11-S: aquel día de furia

    ES posible que, como decía Gardel, “veinte años no es nada”, y que esas imágenes que ahora repiten otra vez febrilmente las televisiones y los documentales, las de los aviones impactando contra las Torres Gemelas un día como mañana, 11 de septiembre (en efecto, ya veinte años atrás), nos resulten extremadamente actuales, casi presentes, tal es su huella en la memoria, tal es su persistencia. Y por algo más: por su valor simbólico.

    Todos recordamos lo que estábamos haciendo cuando aquello ocurrió. Había llegado de trabajar, me disponía a comer con mi mujer en un bar del barrio, y la radio del coche anunciaba un accidente, tal vez de una avioneta despistada, en el cielo de Nueva York. El equívoco duró apenas unos instantes. La cruda realidad se impuso como un caballo al galope y los informativos se alargaron, rápidamente empezaron a emitir un directo de lo que parecía uno de los sucesos más terribles, pero a la vez sorprendentes, de las últimas décadas. Pronto vimos el atentado desde múltiples perspectivas, de cerca, de lejos, desde abajo, incluso desde dentro, pues, a fin de cuentas, aquello era Nueva York y esta es la edad de la imagen. Vimos y oímos, y no sé si comprendimos del todo que el mundo iba a cambiar justo en aquel momento.

    Esas imágenes del terror fueron tan potentes, tan inesperadas, y al tiempo tan nítidas, que provocaron una especie de colisión entre la realidad y la ficción, entre lo que parecía cinematográfico y sin embargo era verdadero, mientras se elevaban a la categoría de brutal representación icónica del inicio del siglo XXI, o de un siglo XX que se resistía a terminar. Todo esto sucedió a gran velocidad, la tragedia provocó un tornado comunicacional y una aceleración simbólica que perdura hasta hoy. Y, por supuesto, provocó miles de víctimas, una reconfiguración de la sociedad norteamericana, influyó en numerosos puntos del planeta, y desató grandes hostilidades y conflictos bien conocidos, que llegan, también, hasta el día de hoy.

    Todo eso que parece que ocurrió ayer, pues la imágenes no han perdido ni un ápice de su terrible potencia (tampoco, las posteriores: los escombros, el esqueleto quebrado de las arquitecturas en una ciudad plagada de fulgurantes rascacielos) es en realidad un suceso de principios de siglo, algo que nos marcó hace 20 años y que, por esas cosas de la historia, coincide exactamente con la salida de Estados Unidos de Afganistán, el regreso del gobierno talibán y la reformulación de un mundo nuevo, según viene a decir Joe Biden.

    El análisis de todo esto excede esta pequeña columna. Iñaki Gabilondo estrenaba ayer en Movistar Las nuevas amenazas tras el 11-S. En la primera pieza (hay una segunda), rebosante de documentación y de opiniones de expertos mundiales, se habló en profundidad de por qué ocurrió aquello, y también de por qué, alguien dijo, “podría haberse evitado”.

    Lawrence Wright, el autor de La torre elevada, periodista de The New Yorker, ofrece una visión de todo lo que no se ha entendido desde entonces. De cómo, también, Estados Unidos cambió drásticamente y aún, viene a decir, no ha recuperado el espíritu anterior a aquel día de furia. Pero hay mucho más. The Washington Post Magazine estaba dedicada este domingo a cómo el 11-S cambió el arte, el humor, el amor, el viaje, las viñetas, la emigración, el cine, la educación... Los análisis florecerán estos días, justo cuando tantas cosas parecen regresar entre las sombras del pasado.

    10 sep 2021 / 01:00
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