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Abrazos en el aire

    A muchos niños que ayer emprendieron la vuelta al cole se les vio amagando un abrazo que finalmente no pudieron dar. Hay varias imágenes con ese gesto frustrado de escolares que, al reencontrase con compañeros, no pudieron reprimir el gesto espontáneo. La distancia social es extraña para los adultos, pero sobre todo para ellos. La sociabilidad es innata, mientras que la obligada xenofobia que impone la pandemia es algo que hay que aprender con esfuerzo, reprimiendo los instintos que reflejan lo mejor del ser humano. La mayoría de los críos querían volver y la mayoría de los padres entendieron que la educación en solitario no es deseable ni posible. Al final el mejor amigo del niño no es la pantalla ni la mascota, sino el otro niño.

    Ni la huelga ni las extravagantes teorías sobre un derecho a la salud que estaría por encima del deber de reincorporarse a la aulas, han prevalecido. La huelga sólo ha reflejado la triste realidad de un tipo de sindicalismo que olvida sus obligaciones sociales, y que en pleno hundimiento del Titanic habría convocado un paro de la tripulación contra la naviera.

    En cuanto a las versiones peculiares de los derechos ciudadanos, tan cierto es que la salud es un valor esencial, como que tiene que ser interpretada con criterios objetivos. Admitir que cada progenitor valore por su cuenta los riesgos sanitarios, sin atender a expertos y facultativos, llevaría a un caos, malo para el sistema y malo también para la salud pública. Por fortuna los padres han demostrado un sentido común que falta en ciertas centrales y expertos.

    Volviendo a ese ejército de gente menuda que ayer desembarcó en los colegios gallegos, su bullicio al entrar permite superar el temor de que los escolares estaban irremisiblemente secuestrados por la tecnología. Por momentos parecía que un nuevo Flautista de Hamelin con forma de móvil o tableta los había llevado a un lugar lejano del ciberespacio del que les sería díficil regresar.

    No hay tal abducción. Por atractivos que sean los señuelos virtuales nada es comparable a la relación humana. Tele, ese prefijo que acompaña casi cualquier actividad en nuestro días, es una obligación no una liberación, y muchos menos un placer. Los niños también lo sienten así. Muy pocos habrán llorado el dejar abandonados durante un tiempo todos sus dispositivos de comunicación remota.

    Más que una vuelta al colegio ha sido una vuelta al mundo al que pertenecen. Lo demás son mundos artificiales, meros sucedáneos del placer que supone verse, aunque sea enmascarados, con los compañeros. ¿Cómo recordarán ellos el año de la máscarilla? ¿Qué contarán a sus hijos o nietos sobre este tiempo extraño? Ojalá que registren en la memoria las emociones del reencuentro, el esfuerzo entregado de sus padres, el cariño de un profesorado heroico que hizo del aula un pequeño hogar, el ejemplo de una sociedad que se enfrentó a lo imponderable con entereza y solidaridad.

    A lo mejor sus hijos y nietos pensarán que son batallitas de papá, mamá, la abuela o el abuelo, pero no fue un sueño aquel día del pasado en el que muchos abrazos se quedaron en el aire sin poder darse. En ese día muchos héroes anónimos se esforzaron para que los niños recuperaran la niñez. Gracias.

    11 sep 2020 / 00:00
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