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LOS REYES DEL MANDO

Agosto / 2

    LA VACUNA contra el Covid es algo que necesitamos y de ahí esa carrera desatada. Los rusos dicen que empiezan en octubre, o sea. O eso he leído. El lento descenso hacia la costa atlántica, en fin de semana, me permite recordar que un día tenían valor las cosas que iban despacio. Ya sé que la salud es lo primero (espero que ahora ya esté claro para todos y que no volvamos a las precariedades de los primeros días de pandemia), pero los científicos anuncian que no se puede tener todo para el día siguiente, y que las vacunas van mayormente lentas, pues así lo exige el complejo proceso, y a poder ser con buena letra. Me parece maravilloso que haya decenas de proyectos en marcha en el mundo y muchos científicos, también algunos españoles, dedicados a ello. A ver si por fin tenemos en cuenta a la ciencia de una manera seria y decidida, con la inversión necesaria, con la relevancia que merece, porque es la ciencia y no otra cosa lo que nos va a salvar.

    La carrera por la vacuna pone de manifiesto la preocupación global, pero al tiempo muestra esa lucha, sin duda legítima, por ser los primeros. Muchos de esos proyectos no pertenecen a un solo país, sino que se trata de colaboraciones internacionales. Sin embargo, el vector político se impone en el siempre muy alimenticio territorio mediático. Más que los científicos habrá políticos deseosos de apuntarse el tanto, cuando el tanto ha de ser de todos. Por una parte, me alegro. Ya que los políticos necesitan llamar la atención, sobre todo en tiempo de elecciones (si la cosa está difícil: ahí tienen a Trump, que no para de hacer aspavientos, mucho más de lo habitual), espero que esa llamada de atención, ese grito algo desesperado de “¡estoy aquí! ¡votadme!”, dependa esta vez de la ciencia y el conocimiento. Justicia poética, diría yo, después de tanto potenciar la lucha contra los intelectuales y contra cualquier forma de pensamiento profundo y elaborado. La vacuna no sabe de simplezas ni se desarrolla a golpe de tuiterías, me parece. El coronavirus es un gran mal, desde luego, pero también ayuda a poner a algunos en su sitio.

    El vértigo contemporáneo no es ajeno a la pandemia. La lentitud que los científicos demandan por cuestiones de seguridad, y por el tiempo que necesitan las pruebas en humanos, no es un capricho, pero ya ven cómo se ha puesto el mercado de los pocos medicamentos que han mostrado cierta eficacia ante el virus, e incluso (ya no) el de las mascarillas. Se hablaba de un mercado caliente, feroz, diría yo, y se dibujaba, aunque con la boca pequeña, como una guerra. Creo ver esos fragmentos de apocalipsis cada vez que un titular anuncia que alguien ha comprado toda la producción de algo, o que alguien se ha asegurado las dosis necesarias de algo, o en este plan. El vértigo de la vida contemporánea se traslada a todo lo que hacemos. Empujados, creo, por el viento constante y frío del miedo.

    Dos días de agosto. La gente habla mucho en las terrazas, se saluda. Aunque los relatos de la pandemia se parecen, todos son, en realidad, diferentes. Veo pasar el día envuelto en esta inmensa quietud atlántica y pienso en el vértigo del mundo, que de momento aquí no llega, en ese afán por acelerarnos, polarizarnos, tensionarnos. ¿Por qué seguimos cayendo en esta trampa?

    02 ago 2020 / 01:35
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