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Ahora que Balbín ha muerto

    AHORA que Balbín ha muerto, la Transición, santa o no, ha vuelto a la memoria y a los telediarios. La Transición, objeto de deseo y de crítica, cosa de viejos para algunos, la política de encaje de bolillos que no fue tan lejos como debiera, dijeron los novísimos de las redes sociales, aquella gente que se atrevía a consensuar, regresa ahora con las volutas de la pipa histórica de Balbín, que sí era una pipa, diga Magritte lo que diga. Con Balbín no se muere un poco más la Transición, sino que regresa y tiene buena cara.

    Algunos nos alimentamos con aquellos debates de La Clave, mayormente la primera época, aún algo pipiolos, barnizados de universidad y de José María García. Balbín ya era un señor mayor, o nos lo parecía, con pipa de Tolkien, y hacía unos debates en los que las frases tomaban la forma espiral de las volutas, enroscándose en la realidad y explicándola. Allí acudió toda la peña de España. Los protagonistas, que se decía, también gente de fuera de mucho nombre, cuando parecía que España era aún en blanco y negro, y de hecho lo era. ¿Qué fue de aquellas entrevistas? Aquellos grandes invitados de la noche, ¿qué se hicieron? ¿Qué fueron sino verduras de las eras?

    Hoy la televisión parece haber arrasado con todo aquello, no quedan ni las cenizas. Arrabal, ese genio, sigue siendo el icono de la subversión perdida y no entendida en este país, de la modernidad arrumbada o despreciada (¡esos loquitos!), cuando montó el pollo en lo de Dragó y se hizo viral, como se diría ahora, algo estúpidamente. La intelectualidad lleva tiempo viviendo en los arrabales, precisamente, domada en el yunque mediático por el fuego del dogma y el puritanismo de mercadillo. Da algo de vergüenza o de tristeza.

    Ahora que Balbín ha muerto nos acordamos de lo que salía en la tele, y te preguntas si los nietos lo entenderán, o te dirán que no te flipes, abuelo. La política entendida como intercambio de ideas, pensamientos, sofisticaciones, esa erótica. Contemplas para lo que hemos quedado y te preguntas en qué momento se jodió el Perú. Por no hablar de esa locura de poner una peli antes del debate, como si la realidad fuera un cine fórum, esas pelis de Pumares. Esa maravilla de unir el cine y la vida, de inspirarnos en el arte para hablar, de encontrar un argumento de ficción para hilar el copo de la actualidad. Todavía se confiaba en las palabras, todavía era importante el lenguaje, la construcción de las ideas, la belleza de las cosas. Antes de la vulgaridad.

    Ahora que Balbín ha muerto resulta que la Transición vuelve en forma de bipartidismo, o eso dicen los oráculos. Tanta pasión para nada. Parece que la gente se ha agotado con los experimentos, con las bifurcaciones, con las idas y venidas, también con el exceso de redes, tuits y demás palabrería. Hubo un momento de magia renovadora, es cierto, una potencia que parecía filosófica y terminó siendo más bien mediática y maniquea. Sólo Yolanda Díaz parece dispuesta a reconstruir eso que llaman la izquierda alternativa, pero en realidad es un regreso a Izquierda Unida, una resucitación, que dice Del Pozo.

    Vox, que aspiraba a torcer el gesto a Feijóo si había menester de un solo voto, descubre que la gente ya empieza a pasar de épicas bizarras. Todo al centro, dicen algunos, los partidos empiezan a crecer por el centro, se recomponen en tiempo de tribulación. Si no vuelve la pipa de la paz, que vuelva la de Balbín, coño.

    24 jun 2022 / 01:00
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