Ángel con bata blanca

CON un ligero cambio mantendría su validez la vieja definición de médico: homo (antes vir) bonus peritus medendi, que en romance se declara por “gente buena experta en el arte de curar”. Disposición moral y saber probado, feliz juntura.

En pocos oficios se considera indispensable la primera condición, lo que denota su importancia. Está fuera de lugar hacer aquí relación de las notas que la señalan, baste con apuntar la que mueve a las otras: la compasión, en el sentido de tomar como propias las cuitas del prójimo enfermo. Conviene destacar que la inclinación natural de la mujer a obedecer tan noble sentimiento la recomienda para el ejercicio de la medicina, sin el cual se deshumaniza.

Los avisados rechazarán la doctrina de la división dualista del hombre compuesto de cuerpo y alma, seguirán la que lo analiza como unidad psicosomática y el principio de que no existen enfermedades sino enfermos concretos; es decir, seres humanos que sufren de un modo único e irrepetible la experiencia del dolor y la angustia que despierta la pérdida de la salud. Lo que exige una estrategia que empieza por la acogida cordial y la escucha atenta.

Médicos dotados de estas prendas y visión hacen del oficio una suerte de dedicación, dijéramos, diaconal (lo cual no excluye recompensarles con una remuneración acorde con su preparación y compromiso con la salud pública, bien que constituye el prius de los derechos que debe garantizar a todos los ciudadanos una república bien acondicionada. Las consecuencias de la desatención del personal sanitario ha quedado patente con ocasión de la pandemia en curso.)

Inspira este esbozo de médico ideal la doctora de la dedicatoria, que en las Bavieras de Múnich atiende a pacientes de habla española de manera que se revela como un darse más que mero dar. Los beneficiados lo certificamos agradecidos.