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Angela Merkel

    HAY personas que sabemos de antemano que echaremos de menos, tanto en nuestro ámbito personal como en el público. En el escenario de la Unión Europea Angela Merkel, sin duda, será una de ellas; aunque algunos en España no lo perciban todavía. Hago esta reflexión en una semana dónde la hemos visto emocionarse ante el Bundestag, al solicitar un mayor sacrificio al pueblo alemán en las fiestas navideñas, para evitar males mayores a causa del COVID 19. Un ejercicio de humanidad y realismo. Un poco de oxígeno en el viciado ambiente político actual, que semeja más a la irrespirable atmósfera de una timba de póquer en los bajos fondos que al aséptico entorno que debería envolver y preservar la acción política. Como uno tiene tendencia a la broma, me imaginé a José Mota dirigiéndose al Parlamento de España, a nuestros intocables de la “a” a la “z” ideológica, con su chascarrillo: “Que no te digo que me lo superes, igualameló “.

    Una percepción sobre la canciller que se ha reforzado por su empeño en cerrar el acuerdo comunitario que propiciará la inyección de 750.000 millones para afrontar los gastos de la lucha contra el virus y recomponer las economías más débiles de la UE. Lidiando el bochornoso chantaje de Polonia y Bulgaria con elegancia. A pesar de ser quién menos necesitaba ese plan de choque (entre Italia, España y Grecia se reparten el 56 % del mismo). Alejándose de los cantos de sus vecinas, las puristas sirenas del rigor presupuestario (en este caso, más bien, rigor mortis).

    Quizás me vea influenciado por ser hijo de quien fue bien tratado en Alemania. Inclinación que se mantiene ahora al ser padre de quién es bien acogido allí. O porque las numerosas visitas a aquel país me han permitido valorar sus virtudes y acotar sus defectos. El resultado es mi admiración por Deutschland: por su conciencia colectiva, por sus valores morales y su compromiso con la sociedad a la que pertenecen y su entorno. Pero también porque entiendo que para ganar mi respeto desde una posición ideológica distinta ha sacrificado una parte de sus convicciones originales por el bien de todos.

    Angela Dorothea Merkel, con su entrañable estampa entre Jessica Fletcher (su tocaya Angela Lansbury), una campesina de Baviera y la empollona de la clase, curtida hija de predicador luterano, con el poso que le ha dejado su vida en la antigua República Democrática Alemana, bregada como ministra de Helmut Kohl, ha marcado una época en la UE. Ha sido el freno de los halcones, de la extrema derecha, del frente más intransigente de los países del norte, de la pérfida Albión y la única que se mantenía firme y serena ante las poses macarras de Putin o de Trump ¡Ahí es nada! Esa es, según la revista Forbes, la mujer más poderosa del mundo; distinción que ostenta durante diez años consecutivos. Una dirigente que ha sabido enfundar su puño de hierro en un guante de seda. Una fisicoquímica de profundas convicciones europeístas que comprendió la necesidad de conjugar norte y sur para que el proyecto tuviera sentido.

    Cuando abandone la primera línea política se irá el referente de la UE 16 años. Se podrá no compartir ciertos dogmatismos y algunos aspectos de su política económica, pero hay que coincidir en su honestidad, capacidad y valor. Su último gesto de grandeza, batallar para que nadie se quede atrás en esta pandemia y poner proa a la arrogancia de Gran Bretaña ¡Danke Frau!

    17 dic 2020 / 00:00
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