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Antón tiene razón

    ANTÓN Trabanca, el compañero colindante que se hace peguntas siempre sagaces, se muestra incrédulo con ese aroma de consenso que parece rodear el inicio de esta legislatura autonómica. Le sorprende y agrada este clima benévolo, las ofertas del presidente, las respuestas sosegadas de la oposición, pero su vena de veterano lo hace desconfiar. Esto ya lo ha visto más veces y siempre acabó en las refriegas de siempre.

    Pudiera pensarse que la pandemia será capaz de romper ese destino y hacer que Feijóo, Pontón y Caballero se parezcan, siquiera un poco, a los mosqueteros. Ojalá, aunque los precedentes avisan de que las crisis tampoco son capaces de cambiar ese instinto partidario que lleva al enfrentamiento. ¿Por qué?

    Es una cuestión de orientación. Con las urnas todavía frescas, los contendientes piensan todavía en el elector y el elector por lo general es moderado. Popular, nacionalista o socialista, pero moderado. No forma parte de la militancia activa, ni acude a los respectivos actos litúrgicos de una sigla a la que vota pero con la que no está casado hasta que la muerte lo separe. Por usar un símil sacado de las religiones, estamos ante un creyente que no es practicante. En todas las confesiones ocurre que los creyentes son mucho más numerosos que los practicantes, y en las confesiones políticas pasa lo mismo.

    Total, que la influencia del elector sobre el ánimo de los líderes políticos aún persiste a día de hoy, lo cual explica el ambiente constructivo que quizá se note también en las respuestas al discurso de Feijóo. Cuando las papeletas electorales sean como las hojas en el otoño, se producirá un relevo imperceptible y el elector dejará paso al militante, al aparato partidario, al activista, por lo general menos moderados que el elector, más incisivo con el adversario y, en consecuencia, más renuente a los acuerdos.

    Nuestro sistema electoral y de partidos propende a una influencia desmesurada de los círculos más rocosos de los partidos, con el olvido consiguiente del elector que, una vez cumplido su deber de votante, se repliega a sus ocupaciones. Entre elección y elección, el elector no existe en nuestra cultura política con lo cual la política se aleja de los consensos.

    Pensemos en Ana Pontón y Gonzalo Caballero. ¿Podrían permitirse el lujo de practicar un nacionalismo o un socialismo capaces de acuerdos de fondo con Feijóo? Hay que dudarlo, como hace Antón Trabanca. Ortega (el filósofo) explica muy bien cuál es su situación al hablar de las circunstancias que rodean a cualquier ser humano, incluyendo en la categoría al político.

    Las circunstancias de la lideresa nacionalista se resumen en un BNG que titubea entre el modelo PNV (el de su electorado) y el de Bildu (el de los activistas), con ella en el medio haciendo equilibrios. La baza de Caballero para sobrevivir es apelar a las bases (los electores lo abandonaron) con mensajes rotundos que rivalicen con los del nacionalismo.

    Ambos tendrán que hacer política mirando hacia la Meca de sus militantes para que nadie los acuse de tibieza. Sus electores, a los que nadie consultará, respaldarían los acuerdos pero nadie se acordará de ellos hasta la próxima cita. Amigo Antón, no queda otra que darte la razón.

    03 sep 2020 / 00:00
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