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¡Aprobar será de élites!

    MANUEL Castells fue nombrado ministro de Universidades, por imposición de Iglesias después de que Ada Colau reclamara su parte del botín. Este no ha destacado, precisamente, por una ímproba labor al frente del ministerio. De hecho, estuvo desaparecido durante los peores meses de la pandemia, en los que las universidades sufrieron especialmente. Posiblemente, su contenida capacidad de trabajo esté detrás de sus palabras al diario ABC en las que carga contra la cultura del esfuerzo en el ámbito educativo, afirmando que sería “injusto” y “elitista” impedir que los alumnos pasen de curso con suspensos porque “así se va manchando a los de abajo y favoreciendo a los de arriba”.

    Hay quien sugiere que su talento expresivo se formó en el mayo francés, cuando andaba por allí haciendo la revolución, o tras una estancia en Silicon Valley. Pero la prueba irrefutable la encontramos el día en que firmó un artículo titulado El valor de Pedro Sánchez, o cuando vaticinó el apocalíptico colapso de España el día que caiga su Gobierno.

    En educación, dos principios se citan mucho: excelencia y equidad. Del primero se habla con la boca pequeña y del segundo, con ofuscación, introduciendo soluciones que no garantizan que cada cual obtenga lo que se ha ganado con esfuerzo. Esto es injusto tanto para quien merece más como para el que merece menos y se le hace creer que es mejor de lo que es.

    La vida tiene aciertos y errores, quizá más de los segundos que de los primeros, pero pocas veces nos enseñan a gestionarlos adecuadamente. “Me gustan mis errores”, decía Charles Chaplin, “no quiero renunciar a la libertad deliciosa de equivocarme”. En el mundo académico, suspender no es más que una circunstancia que debe servir de aliciente para mejorar.

    Carlos Fernández, profesor de filosofía y referente del mundo educativo (fue también guionista del mítico programa de TVE de los 80 La bola de cristal), considera que dejar pasar de curso con suspensos “es perderle el respeto al profesor”. Además, defiende que la escuela se ha convertido en “un centro de asistencia social” donde el acompañamiento emocional importa más que la instrucción, lo que, a la larga destruirá la enseñanza.

    A pesar de que la RAE define elitismo sólo como una “actitud proclive a los gustos y preferencias que se apartan de los del común”, reconocerse hoy en día elitista es casi indecoroso. Sin embargo, no encuentro nada malo ni perverso en que en las escuelas se ejerza cierto elitismo, para descubrir a los alumnos nuevos horizontes que se aparten del común. El aprendizaje ha de ser una aventura hacia lo desconocido, una incitación a regocijarse con lo que les parece lejano e inaccesible, una huida para escapar de lo grosero y aspirar a lo selecto. Por esto creo que no hay nada más clasista que renunciar a esa excelencia con la excusa de que el pobre precisa “otras cosas”.

    01 jul 2021 / 01:00
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