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Aquella indignación

    LAS IMÁGENES televisivas hacen que la memoria reciente reviva con todos sus colores (incluso la memoria en blanco y negro). Así, los informativos recuperan el 15-M, cuyo décimo aniversario se celebra hoy. Parece que fue ayer cuando las masas de indignados acamparon en Sol, ese mismo Sol en el que Ayuso entró como figura de Delacroix citando la palabra ‘Libertad’. ¿Qué ha pasado en estos diez años? Seguramente muchas cosas. No sólo el tiempo, aunque diez años, como veinte años, no es nada.

    La incomodidad de entonces, el ansia de renovación, la rebelión que bien podía emular el mayo francés (pues todo empezó en mayo) se compara en los informativos con la domesticación obligada por la pandemia, el momento gris que nos atenaza, el miedo y la distancia social: aquellas masas narran un momento de crisis, pero al menos podían prodigarse abrazos. El contexto actual no permite una reedición, me temo, de esa expresión de la calle que muchos entendieron como ‘democracia real’, un intento de asaltar los cielos del poder sin intermediarios, utópico, quizás, pero también transformador.

    Aquella indignación se sustanció en algunas empresas políticas, en lo que tal vez ha sido una de las mayores sacudidas del panorama electoral en este país desde el advenimiento de la democracia. Justo en los días en que Pablo Iglesias ha dejado sus cargos, no precisamente secundarios, y también el primer plano de la política (dicen que no el de las pantallas), el 15-M se somete al análisis del paso del tiempo, aunque sea un tiempo breve el que ha transcurrido. Sin duda, el decorado político se movió, eso es innegable.

    ¿Se trata de un movimiento fallido? No lo creo, pero, en cualquier caso, es muy pronto para decidirlo. Muchos piensan que se sustanció con cierto éxito en un primer momento, para diluirse después, por errores, por visiones incompatibles de los líderes surgidos de aquellos días o, simplemente, porque nada es sencillo dentro de los engranajes del poder. La marcha de Iglesias es tenida por muchos como una renuncia, una aceptación de los insalvables obstáculos, pero, para otros, es una retirada estratégica que deja sitio para una reinterpretación de ese asalto al poder, con otros protagonistas y otra manera de hacer las cosas.

    Lo que sí se advierte en estos reportajes televisivos del 15-M es la gran aceleración de la realidad, la capacidad de la política para devorar a sus hijos, o poco menos. En un mundo de incertidumbres y cambios constantes, el propio cambio sugerido por el 15-M terminó perdiendo flexibilidad y, en muchos casos, cayó en las garras contemporáneas de la sobreexposición mediática. Los relatos y los eslóganes acartonaron la voz a pie de calle. Todo entró en la maquinaria de la política convencional, los liderazgos parecieron imponerse a las ideas y la división hizo el resto. La pandemia, al fin, lo confundió todo y nos sumergió en un estado de espera y temor.

    Diez años después la sociedad sigue con las mismas dudas, con más incertidumbres si cabe. Pero es obvio que los nuevos tiempos, los tiempos posteriores al virus, cuando lleguen, pedirán de nosotros una nueva forma de entender la realidad. Nadie sabe si regresará un movimiento semejante cuando pase todo esto, o si la euforia y el ansia de vivir nos llevará a otra idea del mundo. Si hay Renacimiento, deberá nacer, también, de la calle.

    15 may 2021 / 01:00
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